Ana y los 68

Mi querida y admirada amiga Pilar me dijo con su peculiar humor hace tiempo que a su edad – nunca la supe ni me importa- «decía y hacía lo que le daba la gana», que era una de las pocas ventajas de ir acumulando años.

Supongo que la Obregón pensará de igual modo y hará oidos sordos de todos los que opinamos de su vida que hace nuestra al venderla a la prensa amarilla. A su edad y con su vida debe de estar más que acostumbrada a ser portada y noticia de nuestros desayunos, aunque esta primera página sea más fuerte y diferente de lo que la bióloga nos tiene acostumbrados.

He escuchado todo tipo de opiniones y comentarios, algunos de ellos muy duros y de muy mal gusto. Se habla de comprar un bebé, de cubrir con un hijo la muerte de otro, de lo inútil de una ley que se incumple con dinero, de que se le ataca por ser mujer, de lo mayor que es y de cómo será el futuro del bebé cuando ella no esté, de cómo se criará de mayor sin tener un padre. Y poco muy poco se habla de la madre que lo parió y luego lo entregó por un cheque necesario que no creo que cubra la ausencia.

Sabe mi madre como nadie que desde muy joven he envidiado a la mujer por su posibilidad de ser madre. Es una opinión personal, pero creo que el vínculo maternal es único e incomparable. Se gesta en su interior una vida, en la que hombre es importante pero no va de eso. Va de dar vida, de alimentarlo de ti , de sentir sus patadas y que él te sienta latir, de que al salir te huela y reconozca y busque el pecho que lo siga alimentando en un mundo nuevo, de que lo acune entre sus brazos y le haga sentir seguro.

Yo que tuve la suerte de asistir al parto de mi hija y de cortar el cordón que las unía literalmente. Creo que toda persona para serlo más debería de hacerlo, darse cuenta de la magnitud y lo importante que es como lección de vida, asistir a una batalla en la que al marchar solo quedarán sangre, heces y restos de placenta, ahí donde entraron dos y salieron tres. No soy nada religioso pero si hay un milagro es ese: el milagro de la vida.

No me quiero poner en la piel de Ana, pasar por lo que ella pasó hace poco, no lo quiero ni pensar, no la aplaudo ni la juzgo ( no soy juez ). Es su vida, ya lo harán otros periodistas y tertulianos que al olor de la ‘sangre’ muerden con sus palabras.

Pero donde seguro no quiero estar es en la mente de la donante. Después de obrar el ‘milagro’ me la imagino en su dormitorio, sentada en silencio, donde no se oirán llantos de bebé pero puede que otros, donde tampoco se oirán risas y creo que durante mucho tiempo, tratando de olvidar su amor de madre.

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