Rockberto: trovador de la derrota

Parece que fue ayer, pero el próximo 12 de junio se cumplirán diez años del fin sus noches de vino tinto. Escondido en el portal de la memoria colectiva malagueña, el vampiro de calle Cotrina mantiene intacta su presencia en el corazón de quienes lo trataron, lo escucharon, lo disfrutaron y lo sufrieron. Algunos dicen que lo mató el rock and roll, otros que de tanto canuto… ¡Muerde qué rollo! Pero todos sabemos que Roberto González Vázquez (1951-2011) sigue vivito y coleando en los antros de Beatas, en la Caseta de la Juventud, en aquellas tardes de comunión musical en el Ocón y en cada uno de los conciertos que actualmente ofrece la que fue la banda de su vida: Tabletom.

Recordar a Rockberto en el décimo aniversario de su fallecimiento es una verdadera redundancia, porque el anárquico poeta y cantante pertenece al más profundo ADN de lo malagueño y lo malaguita; y no pasa un solo día sin que alguien lo escuche en la radio del coche, lo rememore en una conversación o se pare ante su busto de bronce para hacerse una foto o ponerle un porro en la boca. Sus divertidos chascarrillos, su simpática socarronería, su forma de hermanar con los desconocidos y su soberana despreocupación vital fueron, junto a su sensibilidad musical y literaria, todos sus pecados. Esos que lo convirtieron en un gurú, en un maestro oculto bajo la apariencia de un pedigüeño, en una referencia inexcusable de la Málaga subterránea.

Rockberto, referencia inexcusable de la Málaga subterránea

El vocalista de la triste figura, de arremolinada barba y esquiva mirada, marcó una sustancial impronta en la conocida ‘movida malagueña’, la resonancia malacitana de la explosión creativa surgida en Madrid tras la muerte del dictador. Fue de la mano de Perico y Pepillo Ramírez, los hermanos músicos que completan el círculo perfecto de esa comuna jipi llamada Tabletom. Años antes, el joven Roberto había militado en distintos grupos, Los Cúcanos, Royal Group, Los Jone’s, Fresa y Nata, entre otros. En aquella época, por las mañanas se dedicaba a cuestiones contables en un banco, un sitio nada adecuado para alguien decidido a pasar su vida en las nubes.

Y los sueños acabaron en realidad, en la que conoció las dulzuras y amarguras de un éxito mediano. La pequeña explosión de Tabletom, propiciada por la publicación de Mezcalina (1980), le colocó en el pedestal musical local. El grupo, subido a la ola del emergente rock andaluz por obra y gracia de Ricardo Pachón, no logró despegar a nivel nacional, pero tras su participación en la gira histórica por la autonomía fueron considerados héroes en la escena musical malagueña. Camarón llegó a percatarse de la singular esencia del cantante y reconoció su dominio y profundidad. El cariño entre genios era en ambos sentidos, y la canción ‘Me estoy quitando’, publicada en el álbum Inoxidable (1992) prueba ese mutuo reconocimiento entre dos espíritus atormentadamente libres.

Porque la libertad de Roberto vino unida a la derrota, al abandono, al desencanto de subirse a los escenarios. ¡Y bien poco que le importaba! El cantante paseó su declive por ambos márgenes del Guadalmedina y su sombra cojeante se enamoró perdidamente de la noche negra. No ocultaba su pesimismo. Durante una jam session en un garito de calle Álamos se subió a improvisar mientras los músicos interpretaban el clásico (I Can’t Get No) Satisfaction. Roberto, micro en mano, era un bestia creativa:

“Ya no encuentro/ Satisfacción

Ni con los Rolling/ Ni con Tabletom”, cantó con su peculiar guasa.

También estaba empeñado en que ‘Sigamos en las nubes’ (2006), el último disco que grabó, se titulase ‘Insoportabletom’, a lo que, lógicamente, se opusieron sus compañeros de banda. Tras su marcha a la edad de 60 años, San Roberto de Hachís –precioso título del letrista Juan Miguel González– ha sido reivindicado por muchos de sus colegas de profesión, desde Robe Iniesta (Extremoduro) a Kutxi Romero (Marea), pasando por Luz Casal o El Canijo de Jerez.


Su autenticidad fue motivo de un delicioso documental, Todos somos estrellas (2013), dirigido entre otros por Salva Marina, quien ahora canta en Tabletom. Marina es más que consciente de que Rockberto es inimitable, por eso no intenta parecerse a él sino cantar los temas del grupo con la exquisita libertad que le confiere el respeto y la admiración hacia el desaparecido trovador de la Trinidad. Un tipo tan auténtico que parecía mentira. ¡Fítelo, vieho!

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