El lobo de la colina

Siempre fue Quintero un lobo estepario en la madrugada de la radio en las que se echaba al monte con su voz de noche y de humo blanco. A bocajarro sus silencios entre frases de poesía negra y preguntas entreabiertas como las de una navaja que tienta, provocando al reto de sus invitados, en busca del secreto que de repente ellos afloraban descubiertos y cómplices. Porque eso fue por encima de todo Quintero, un entrevistador cómplice de los presos a los que tendía la mano para desatarlos de sus cuerdas, de los bufones de los que desvelaba su humanidad amarga, la herida de los días bajo la risa que él convirtió -en la estela de Buñuel y de Chaplin- en la esencia contemporánea de la picaresca y del surrealismo en todos los ámbitos y clases. Otra manera de cicatrizar el dolor más íntimo.

De Jesús solo tenía, este tipo de Huelva adentro al que una vez nombraron caballero andante de Argamasilla de Alba, su condición de vagamundo por los márgenes de la sociedad y sus trastiendas de taberna. Su predilección por los perdedores y los condenados de los que era un confesor escéptico al que poco le importaba la verdad manchada, la mentira de la coartada, la culpabilidad a cuestas, la redención frente a su temple distante, redondos los ojos con chispa de diablo cojuelo y de pirata de mares.

Sólo la locura, el ingenio, la soledad, la supervivencia, el diente rocoso en mitad del desierto, lo canallesco y lo vivido a fondo eran sus caminos existenciales y expresionistas. Sus compadres conversándose sin dejar de mirarse a los ojos. Hasta el forro de los silencios que guardan lo más roto, al límite las palabras que se parten al final de una frase. O se convierten en una lágrima seca en la punta de las pupilas y de la lengua. Esos eran sus botines del abordaje. Las estrellas fugaces que se llevaba en los bolsillos. Nunca le gustaron a este detective de la radio y de la televisión, con una soga de seda al cuello y chaleco luminoso de feriante, las espaldas plateadas, quienes les hacen las gracias. Ni los agasajos de políticos, ni los cónclaves de los cardenales del periodismo, y sus frailecillos.

Lo suyo eran los ratones coloraos, los desheredados auténticos, las mujeres de raza, los libertarios a su misma altura rebelde, lo que se quedaba fuera de foco entre las sombras y los poetas a los que vampirizó hasta el último verso con abrazo de maestro, igual que Javier Salvago, su gran poeta en la sombra y en la palabra para los dos.

Es justo reivindicar también al periodista dandi con mucho de Max Estrella andaluz, con sus brillantes reflexiones mordaces y lúcidas, cargadas de lirismo y de pólvora crítica. Lo mismo que sus maravillosas charlas durante trece noches con Antonio Gala, sobre cultura y naturaleza humana, que permanecen como lección de periodismo con mayúsculas, independiente, por encima de peajes de todo tipo. 

El tiempo no entiende de justicias ni de respeto. Olvida fácil a los indomables, a quienes no mendigan, las voces de los gatopardos y de los perros verdes, el trabajo de quienes fueron consecuentes consigo mismos y que cuando la noche pesa por la espalda y el abandono de todos se apagan a solas. Se nos va con Jesús Quintero una Andalucía de radio que fue diferente, un periodismo de frontera que lamentablemente ya no se hace, y de él nos queda la memoria de su talento, de sus programas y de sus personajes. Ese silencio que en Quintero era la voz de un equilibrista, de un poeta de la radio que crea ondas y ondas y oleaje. Nos vemos por América, en las tabernas fantásticas de Alfonso Sastre, en la colina de la luna, donde los lobos se ponen flamencos y senequistas.

Noticia relacionada. ‘La muerte de la locura’. Fallece Jesús Quintero, el comunicador que marcó época en España. https://lacalmamagazine.es/la-muerte-de-la-locura/

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