El libro de Kolkata

La frontera de Calcuta tiene ojos negros con bigote serio. En sus manos, un pasaporte es un libro del que escudriñar despacio la fotografía, la mirada, el nombre, la letra del visado. Pudieras ser un espía, un peligroso agente palestino, un periodista que observa demasiado. Incluso un escritor invitado a la Feria de Kolkata, sospechoso de hacer contrabando de historias y de palabras. Inmigración no te mira con empatía ni te da la mano. Prefieren escanear tu rostro, poseer tus huellas digitales de madrugada, preguntarte sobre qué escribes, para quién, por qué asistes a la 46 edición de un evento que en 2022 tuvo 18 millones de visitantes y que éste tiene a España como país invitado.

Feria del Libro de Kolkata 2023

El control se resuelve con una sonrisa empoderada, el gesto de la mano dejándote cruzar desde la jaula hacia la ciudad que aguarda encendida de aromas y de cláxones toda la noche bocarriba. No sabes en ese momento que

Calcuta es un laberinto de fronteras donde la pobreza y el lujo conviven en una sorprendente democracia de colores y monocromía”

Igual que la memoria de su pasado como corazón Raj de la Compañía Británica de las Indias Occidentales, coetánea de su presente con arroyos de miseria descarnada –colindantes sus chabolas insalubres e inhumanas con la suntuosidad de hoteles o restaurantes en un metro cuadrado- en los que un incompresible alborozo sobrevive como estrofas de un poema acerca de la vida y de la muerte. En el encuadre de la miseria, los barrios y veneros de criaturas de pedernal y pellejo mugriento al borde de canales marrones con famélicos mosquitos. En el marco contrario el Victoria Memorial. En sus puertas de domingo ajardinado se forman largas colas de familias, otras optan por ser espectadores a la sombra de los numerosos partidos de criquet en el vecino parque Maidan.

Memorial Victoria de la época del Raj británico

Los jóvenes que no son clase media se conforman divertidos cortando la calle Lindsay Street como campo del juego que heredaron de los ingleses. A sus anchas ignoran a los coches de la estrecha vía que cada lunes se convierte en una algarabía de puestos callejeros que desembocan en el hormiguero de New Marquet. Caminar a diario por este desfiladero, o el de Sudder Street donde el dinero cambia de nombre, dos de los tantos de la metrópolis que se extiende radial e inmensa, acosado por los silbidos agudos de las liebres sobre ruedas, es un auténtico ejercicio de equilibrismo. Se necesita temple y tres ojos para no ser atropellado cada cinco segundos, ni desmayarse de estrés auditivo y físico.

Calcuta es un bazar de fotografías que te salpican a los ojos, con la naturaleza del olvido enramándose en la fachada de la vetusta elegancia del edificio Oriental Assurance de Clive Road; el barroquismo de la publicidad inalcanzable en las arterias principales donde se intenta frenar la vorágine del tráfico: drive slow, drive slow. A los lados de ese río feroz de taxis anaranjados, Uber blancos de motores roncos, Tuk Tuk de tres ruedas, bicicletas a su aire y agresivas motos como tigres de Bengala.

La gente se mueve en todas direcciones de sus historias. Personajes de Dickens y de Kipling, de Tagore y de Arundhati Roy, en las calles de un libro viejo con las aceras deshojadas”

Existe también un prometedor presente de jóvenes que abren otros caminos para su propio relato y construyen una India moderna de risas nuevas, de horizontes con el futuro en la punta de sus ojos llenos de pájaros y de orgullo, sin renunciar a la esencia de su cultura.

Una joven caminando en la calle Shyama Charan Dey (Foto: Pepa Babot)

Son los que a la noche se besan en pareja de banco en banco, frente a una de las pequeñas lagunas de la ciudad con efluvios acostumbrados, de espaldas al ensordecedor tráfico, luciérnagas del amor con canela, almendra y el sabor preferido del picante. Los mismos con vocación universitaria que pueblan en su mayoría las calles Antonio Machado, Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez de la Feria en Central Park donde la Dirección General del Libro y su lema ‘Creatividad desbordante’ ha llenado el Pabellón de España con escritores, periodistas, ilustradores, músicos, editores. Luis García Montero, Agustín Fernández Mallo, Jordi Gracia, Anna Caballé, Violeta Medina, Jesús Aguado, Ilu Ros, Luis Mazarrasa, Carla Berrocal, Susana Santaolalla, Mario Obrero, Cristina Linares. Comparten diálogo con Óscar Pujol del Cervantes de Nueva Dheli e hispanistas y traductores como Sonya Gupta, Shukti Roy, Subhro Bandopadhyay, Tarun Ghatak o la novelista Geetanjali Shree entre otros ilustres nombres y los visitantes enamorados de la poesía de Lorca y de la nueva literatura española.

La lectura es el pasaporte de la imaginación. Los libros el puente del abrazo entre Oriente y Occidente”

En Calcuta todo está lejos. Me lo dijo una mañana de cine David Trueba. No es una frase hecha. Es la medida exacta de las distancias y del tiempo que se escribe a mano en la capital de Bengala donde los niños vuelan cometas de cartón en azoteas de edificios ciegos, y los conductores serpentean en un palmo de asfalto, deshaciendo nudos metalizados y de humo, la bruma anaranjada de la contaminación. Go slow. Go Slow. Ser peatón en su turba urbana y el colapso circulatorio exige acrobacia, instinto, temple y carácter para abrirse ilesos el paso. Ignoro cuántas sombras son atropelladas a diario pero en 2021 hubo en India 153 mil muertos por accidentes de tráfico.

Estación de metro Mahatma Gandhi Road

Es limpio, puntual, bilingüe. Baraganar. East-West. Esplanade. Joka. Un Railway con cinco líneas en construcción y vagones sólo para mujeres. 600 mil usuarios lo utilizan como alternativa segura, confortable, más rápida, sin pobreza en los andenes. Te miran sonrientes e indagadores porque no hay turistas en una urbe de 15 millones de habitantes. Los hombres visten dothis blancos manchados de penurias y de trabajo, sencillos kurta, camisas de mangas largas con chalecos Nehru, y otros se engalanan con pagris de un tono brillante enturbando su cabeza.

Qué hermosas sus mujeres con sus saris cúrcuma, cilantro, cardamomo, granate, escarlata, azules, el bindi en la frente, ámbar negro el cabello como sus ojos. Humildes, desafiantes, orgullosos»

Liberadas de rígidos y absurdos cánones de belleza, de la moda, de tacones imposibles en las aceras desdentadas. En familia, en parejas, los bengalíes viajan a las afueras para rendir culto a Kali. La diosa patrona, la que acompaña a los muertos y de la que la vida renace. Dakshineshwar Temple, línea 1. Hace mucho frío en los vagones, al otro lado de las ventanillas circulan viejos trenes sin puertas por las que miran alegres gacelas chinkaras, pavos reales, pupilas doradas y al final la estación en la que comprar ofrendas de dulces y de flores con la silueta forjada de Khaligat.

Terminal de Dakshineshwar Temple (Foto: Pepa Babot)

Descalzos, sin móviles. En silencio. Una larga cola para ofrecer a Kali los pensamientos y las promesas. Se hacen obsequios y el santón te devuelve pétalos, fruta, un objeto, el recogimiento con las manos en cuña sobre la frente en dirección al altar. La sangre de antaño no se sacrifica en este siglo. El templo alberga el culto a otros dioses ante los que arrodillar las peticiones, recibir la arcilla roja del tilaka alargado en el entrecejo de hombre y recoger pulseras de hilo rojo para anudar en la muñeca, en los árboles del jardín de las meditaciones o a la cesta de la ofrenda que botar a la corriente del Ganges y su brazo Hugli que baña las escalinatas a las que llega el último aliento cárdeno del atardecer.

Ganges y el puente de Howrah Brigde (Foto: Pepa Babot)

Es fantástica la envergadura del Howrah Brigde por el que cruzan 150 mil coches al día –Go Slow, Drive Slow– y entre sus arcos los collares difuntos de pétalos en el lecho de la corriente. Los intensos perfumes frescos del mercado de las flores en su ribera, con largos racimos colgantes de los pequeños establecimientos, formando en el suelo montañas de tonos mullidos, sus texturas y su olor bajo el cielo desde el que la luna llena envidia no tener al cuello una de esas coronas suaves. Se va apagando de luces el paseo, se mustian las fragancias conforme uno se adentra en su trastienda, donde pernoctan sus jardineros pobres entre tallos agrios.

Mercado de las flores

En Calcuta todos sucede en la calle. Cualquier esquina, pared, portal en ruinas, es el escenario de la vida que bulle y sobrevive”

En estos tabucos, casi siempre minúsculos en su albergue, sobresale una cocina de comida de paso; un mostrador de té chai masala; un servicio público para orinar agachado o de espaldas; un ágora para charlar con los pies sentados; una alcoba de colchón mugriento, la carretilla de madera a modo de camastro o echados en la caracola del rickshaw donde dejarse morir como un cadáver que duerme. Todo se aprovecha, aún más si en el bordillo de las angostas aceras, hacinadas y repletas de trampas para tobillos, hay un surtidor de agua donde lavar las escudillas de un restaurante callejero, las ropas ajenas al lado de un paso de peatones.

Lavanderas en una acera de Central Ave

La colmena de Kolkata rezuma gorriones hacendosos de unas migas de pan; vendedores que regatean sin aspavientos los ajuares de ricas gamas del arco iris con el que sueñan los monzones; escolares casi todos de uniforme europeo; gentes amables para pedirte un Uber o señalarte el desenlace del laberinto; transexuales hijra con la dolorosa ternura de su sonrisa de la buena suerte en bodas y amarga en la prostitución nocturna; cuervos por todos lados, curtidos en pelear con las ratas jirones de carne, y quienes solicitan risueños una fotografía contigo y te bendicen los zapatos. No faltan gestos excluyentes de su hábitat, adjetivos indescifrables, escupitajos en chorro que esquivar atentos de soslayo.

La mirada no pasea ni puede recrearse. Avanza, se contorsiona entre los cientos de bocinas por segundo, se abre un hueco y se va llenado de pinceladas y de brochazos”

Unos ojos pintados de Kohl. Labios perfilados de cereza oscuro. Aceite de amla y de sésamo en la luz del cabello. Bigotes de rajá. Barbas azules casi negro. Perros enroscados. Charcos de agua turbia. Los soportales de Armenian Street con sus nidos de ventana donde los sastres a la altura de los hombres confeccionan en sus máquinas de coser hechuras de alas. Zapateros a pie de las huellas para colocar una suela. Una mujer intocable abanicándose con un cartel con el número de un móvil. Barberos en cuclillas arreglando la compostura de los cabellos. Bicicletas apiñadas como si fuesen una escultura urbana de hace dos siglos. Pequeños altares con diosas y dioses de terracotas y tones vivaces a los que ponerle monedas de flores. Contadores de la luz con los vatios colgando a la intemperie. Gallinas encarceladas en cajas de madera y alambre. Niños de manos desnudas en su costra implorando unas rupias usadas, el juguete de un coche de plástico con el que abandonar su obligación de ganarse su jornal para otros. La melancolía de los palacetes coloniales de Chowringhee y la Nakhoda Masjid de ladrillo encarnado y sus minaretes verdes – Calcuta cuenta con un 20 por ciento de población musulmana -, camino de los muchos mercados que son los oasis de Kolkata. Bara Bazaar. Mechura Bazaar. Bazaar Seddach.

Mercado de la fruta de Kolkata (Foto: Pepa Babot)

La fruta te saliva por los ojos. La decoran con rosas, la ofrecen relucientes. Naranjas, uvas con silueta de dátiles, limones como bolas de un damero o piezas esféricas de un rompecabezas. Mad’m, Mad’m. Men, men. Te reclaman que te detengas, te ofrecen que pruebes. Sus manos se abren en el aire. Lo mismo ocurre con los pañuelos de seda, con las joyas de bisutería que parecen campanillas de oro, manojos de plata recién cogida. Go slow, go slow. Sólo en College Street se te permite vagabundear a salvo de reclamos entre libros, ojeando en las casetas que recuerdan a los bouquinestes del Sena.

Calle de librerías en College Street

Ediciones rústicas, todos los géneros, mucho cómic en papel barato. Una feria permanente en una ciudad que lee de todo. Salman Rushide, Anita Nair, Vikram Seth. Amrita Pritan. Geetanjali Shree. Chaitali Chattopadhayay. Especialmente poesía, lo que más le gusta a los bengalíes que tienen su Premio Nobel en Tagore, cuyo palacete de Jorasanko se llena de estudiantes, de hindúes de otras ciudades. De actrices de elegante madurez en un documental sobre el poeta y sus cantos.

Se lee de pie, con atención, hasta en las calles sin asfaltar las páginas del periódico expuestas en marquesinas oxidadas”

(Foto: Pepa Babot)

Y de cada lectura una conversación sentada en Coffe House, donde se prohíbe fumar pero el humo comparte fragancias de café corto, debates, conversaciones de amistad, letras sobre un cuaderno, diálogos alrededor de un poema, del amor, de la política, de lo difícil y feliz de lo cotidiano.

GB en Indian Coffee House, 15 Bankim Chatterjee

Sienta bien salirse del estridente enjambre de los vehículos en el agradable cementerio inglés con sus mausoleos coloniales y sus nombres de capitanes de barcos y de su majestad, de comerciantes de telas y de té, de infancia primera segada por las fiebres, de esposas jóvenes en una húmeda capital tan lejos del hogar. Es fácil cruzarse con parejas de la mano, lectores bajo un árbol con lágrimas rojas que brotan despacio por el aire, con escolares que preparan quizás una redacción sobre la historia colonial. A sus afueras de nuevo es un peligro cambiar de orilla. Safe drive, safe life. Entre el griterío de los coches deshaciendo sus nudos de direcciones, las aceras gremiales con sus ventas de piezas usadas y sus ajuares de sensualidad al tacto. Eres rico si en Kolkata tienes contigo un mapa grande con la equis de la rosa de los vientos. Park Street. Central Park. Circus Avenue, Shakespeare Sarani.

Mahatma Gandhi Road, la primera calle iluminada con electricidad en 1899, tan exultante de vida. La Russian Nakery a dos pasos de la casa de la Madre Teresa”

Un callejón verde sin salida. Los motores que rugen y se engrasan. La parada de tuk tuk que sólo te suben si te diriges en su recorrido. La acera de llaves de mil tamaños y la de la oficina de correos donde un escribiente teclea informes con dos dedos a caballo.

Foto: Pepa Babot

Esta mañana Jesús Aguado me ha pedido un poema improvisado para una novia. Quizás podría escribirlos para otros en esta acera de Kolkata. Hace sol y hay sombra. Huele mejor que otras. Qué cerca siempre Cortázar. Me recuerda esta urbe, al margen del caos auditivo de su latido y de la pobreza que se respira estancada, la deriva de la que ha escrito Ángel Pérez Mora sobre la Málaga que desaparece con sus pasillos de tránsito y disfrute, los lienzos de las medianeras, los caminos de todos, los oasis en el desierto de asfalto.

Puerta de entrada del restaurante Ballygunge

Peter Cat. Peshawi. Bar-B-Q-. 6 Ballygunge place. Arroz biryani. Macci Hariyati. Kurnb Sirka. Steamed rice. Aloo Posto. Dab Chingri. Baked Sandesh de postre. Mineral Water. Stella Beer. Cabernet Krsma. Sula Shiraz. Con ninguna bebida se brinda antes de visitar el maravilloso Birla Temple donde dar una vuelta alrededor de los santuarios de Vishnu, de Krishna y de Rama con su arco del coraje y de la bondad. La explanada de exterior blanco del panteón hinduista la custodia Ganesha, diosa de las letras y de los nuevos caminos. Al salir de la campana que resuena en tu interior, de nuevo la densidad del aire que araña la garganta, el resplandor de Blade Runner, el estruendo del tráfico en llamas. Los autobuses como elefantes desbocados a los que subirse en marcha. Drive slow, Safe lives.

Shukti Roy leyendo en bengalí aforismos de ‘Paripoflexia’ de Guillermo Busutil

India es un país de experiencias. Lo que importa es sentir, atender su latido laborioso, dejarse llevar por la marea de su caos con destellos de desasosiego y de belleza. Y encima, en mi caso, la emoción de escuchar mis papirolas sobre la lectura, aforismos en verso, microrrelatos acerca de las caracolas de los libros y las mariposas y abejas de las palabras, traducidos con sensibilidad al bengalí por Shukti Roy – difícil papiroflexia de lenguas- ante un prestigioso auditorio en esta 46 Feria del Libro de Calcuta, tan generosamente arropado por La Embajada Española en India y la Dirección General del Libro y la estupenda profesionalidad de su equipo.

No hay viaje que no sea hermoso. Que no deje en la piel de la memoria el corazón de un tatuaje. La promesa de un regreso a Kolkata. La ciudad laberinto de los colores de los sentidos. Su sabor se mantiene vivo. El mapa continúa.

Mezcla de hierbas para limpieza de boca después de la comida (Foto: Pepa Babot)

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