Bailar sin límites

Ni la maternidad ni la pandemia frenan el impulso creativo de Rocío Molina

Ni la maternidad ni la cuarentena han detenido el impulso creativo de Rocío Molina.

Nunca parece conforme. Siempre anda tras otro paso, tras otro nuevo giro. Pero que nadie se engañe: esta situación, además de ser buscada, no le causa desazón alguna a Rocío Molina (Torre del Mar, 1984). Ella sustenta su desbordante creatividad, precisamente, en ese estado de insatisfacción permanente.



La constante búsqueda de los límites del baile es el principal motor de su expresión, tan libre en las formas como cautiva de su empeño por explorar lo desconocido.“Los terrenos estables no son mi espacio. En mi vida y en mi profesión busco sorprenderme”.

UNA BAILAORA EMPODERADA

La trayectoria de la malagueña ha marcado un antes y un después en el baile flamenco, un género que abraza con orgullo la repetición de los cánones y que, por el contrario, no suele mostrar piedad alguna cuando le toca escupir fuego sobe cualquier atisbo de revolución -pregunten a Rosalía sobre este asunto-.

 

Pero esta determinación por bailar, y vivir, en absoluta libertad le ha llevado a ser lo que hoy es: una coreógrafa y bailaora extrema, indómita y empoderada. “Bailo lo que vivo y vivo lo que bailo” es el lema de esta veleña que comenzó a zapatear con tres añitos, fundó su propia compañía al alcanzar la veintena y a los 26 recibió el Premio Nacional de Danza.

MUCHA MOLINA

Hoy, a los 36 años, es reconocida mundialmente por su innegable fuerza expresiva y por no atender a ninguno de los prejuicios, la mayoría ajenos a cualquier tipo de valoración artística, a los que ha tenido que enfrentarse. No debe ser fácil convertirse en leyenda viva del baile jondo siendo paya, homosexual -“además tengo cara de china”, suele recalcar- y teniendo las cosas tan claras desde tan joven. Pero la Molina es mucha Molina y no hay barrera capaz de detenerla.

CÁIDA DEL CIELO’

La pandemia le pilló, a finales de febrero, en gira por Italia y se vio forzada a suspender la presentación de ‘Caída del cielo’ en Hong Kong, Nueva York y Vancouver. La situación la obligó al encierro, como a todos, aunque en su caso ha sido una especie de ‘bendición’ ya que deseaba mantenerse un tiempo alejada de los escenarios para dedicarse en cuerpo y alma a criar a su pequeña hija Juana. Su deseo de quedarse embarazada y la determinación de hacerlo posible a través de la fecundación in vitro fue el leimotiv de ‘Grito pelao’ (2018), espectáculo que protagonizó hasta los siete meses y medio de gestación y que le dio la oportunidad de explorar sus propios límites, además de un nuevo Premio Max.

 



Se había ganado el descanso, aunque lejos de pausar su desbordante creatividad, la malagueña ha continuado creando desde su casa-taller en el municipio sevillano de Bollullos de la Mitación, un viejo molino de aceite en el que ha encontrado la paz necesaria para profundizar en los procesos de su arte.

Desde su nuevo hogar, reconvertido también en residencia de artistas, han salido las dos primeras partes de su ‘Trilogía sobre la guitarra’, estrenados el pasado mes de septiembre en la Bienal de Flamenco de Sevilla. Esta trilogía ha sido ideada como una investigación en torno a los elementos esenciales del triángulo flamenco: el cante, la guitarra y el baile. Las dos primeras partes -‘Inicio (Uno)’ y ‘Al fondo riela (Lo otro de uno)’- se centran en el instrumento que para ella configura el alma de toda creación flamenca, y para ello se ha hecho acompañar de los guitarristas Rafael Riqueni, Eduardo Trasierra y Yerai Cortés. El cante jondo estructurará ‘Vuelta a uno’, título que a finales de 2021 cerrará su ‘Santísima Trinidad’ flamenca.

LA EXCELENCIA A TRAVÉS DE LA PASIÓN

A pesar de la rotundidad de su éxito, Rocío Molina nunca ha tenido como meta la aceptación del público o la crítica, “la expresión es libre, se entienda o no, guste más o menos”, sostiene. Pero a través de su pasión ha logrado encontrar la excelencia. Se ha ganado el respeto de todos los amantes del baile porque ella es la primera en amarlo (no hay que olvidar que en 2010 el mismísimo Mijaíl Baryshnikov, considerado el mejor bailarín del mundo, se arrodilló ante ella tras asistir al espectáculo ‘Oro viejo’ en el City Center de Nueva York). Reconoce que su arte duele, “hay una parte de mí que muere en cada representación”, pero no concibe otra forma de crear que dejándose poco a poco la vida -su vida- sobre las tablas. En los meses en los que no ha podido salir de casa ha estado conectada al mundo y ha alzado su voz contra los mandatarios que no consideran la cultura como algo esencial. “Proteger la cultura es proteger la libertad de un pueblo”, escribía el pasado abril en sus redes sociales. Aunque también lamenta que la propia sociedad española “no reclame la cultura como algo necesario”.

Bailar es su forma de expresar sus ideas, sus miedos, sus alegrías y sus inquietudes. Y en los movimientos de su cuerpo encuentra Rocío Molina el camino para dejar bien claro quién es y qué piensa. Sin atender a presiones externas. “Me siento muy libre de ataduras y prejuicios. De eso trata mi trabajo: de romper con todo eso. Ése es mi compromiso con mi persona y con mi arte”. Ni ella misma sabe dónde están los límites de su creatividad. Y por eso continúa explorando: bailando más allá de donde se ha bailado hasta ahora.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

0 £0.00