Bartleby con motivos

Confiesa el paseante que ha padecido unos meses síntomas
parecidos al síndrome bartleby, esa negación del mundo que a veces se
confunde con la desgana de escribir, como un prologando eclipse de la
relevancia de la escritura. Bien es verdad que no ha sido un tiempo en
blanco, que son numerosos y profusos los artículos colgados en la nube,
no en la nube virtual tecnológica, sino literalmente en la de los
pensamientos detenidamente elaborados pero sin acabar de nacer, en las
nubes zapateriles -“El mejor destino es el de supervisor de nubes
acostado en una hamaca»- Bartleby el escribiente, ese personaje de
Herman Melville, que vive incluso los fines de semana en la oficina,
permaneciendo mirando por la ventana la pared de enfrente, que no
cuenta nada de su vida ni la de otros y que cuando se le pide que cuente
algo o algún encargo contesta: “prefería no hacerlo”. Este personaje
encandiló a Enrique Vila-Matas –’Bartleby y compañía’-, libro ya de
consulta donde enumera a los escritores de un sólo libro, a los que
guardan silencio durante décadas después de publicar con éxito una o dos
obras (Walser, Juan Rulfo, Rimbaud, Alfau, Salinger…) pasando a engrosar
la afamada Biblioteca de libros No escritos recopilada por los supervisores
de nubes, no menos famosos.

Enrique Vila-Matas

No es precisamente el caso de Vila-Matas, prolífico escritor, que
fundó la Orden del Finnegans, en honor al Ulises de Joyce, orden a la que
pertenecen, entre otros, los muy cercanos Antonio Soler y José Antonio
Garriga Vela, tampoco para nada bartlebys.

Vilas-Matas, fundador de la Orden de Finnegans, junto a Antonio Soler y Garriga Vela, entre otros

Pero este tiempo de silencio tiene para el paseante sus motivos. Las
ventanas del escribiente son hoy las pantallas de cristal líquido, las redes
sociales, repositorios de ocurrencias y desvaríos, verdaderos rateros del
tiempo propio. Junto con la marabunta de teles, radios, tertulias y demás
ruidos, impiden saber lo que realmente sucede, oculto bajo una lucha
ideológica sin cuartel en el territorio de la (des)información que nos afecta
y desconstruye como personas. Lógico que todo eso conduzca a la
melancolía, al desasosiego, a la perplejidad paralizante ante el desorden,
el relativismo, las profusiones identitarias, la evidente decadencia sumida
en el vértigo cibernético y la orfandad de pensamiento sólido: todo es
líquido (Bauman) en occidente.

Zygmunt Bauman considera que las redes sociales son una trampa

Aquel ciudadano libre y responsable, tolerante, atento a los otros y
a la comunidad, parece hoy una reliquia del pasado. Es un sujeto
atravesado por multitud de certezas provisionales y relativas,
ideológicamente sin horizontes, es decir, preso de incertidumbres, de
dudas sin perspectivas de resolución. Digamos que en proceso de
disolución como sujeto: mero portador de datos que están en manos de
poderes difusos.

Ciudadano preso de incertidumbres y dudas sin perspectivas de solución

Tampoco de la adscripción a opciones ideológicas de clase, sea
proletaria o burguesa, puede obtener respuestas y suelo firmes, cuando
son conjuntos cada vez más borrosos y su pertenencia individual más
inconcreta y nebulosa. Se habla de clases medias y trabajadoras, como un
solo grupo, cuando el proletariado está desapareciendo camino del
precariado y las clases medias devienen en una impostura arqueológica,
despareciendo poco a poco. El propio concepto de clase social sólo puede
remitir a empíricas clasificaciones por rentas, incluidas las básicas
suministrada por el Estado, pero no a aquellas clases sociales que el
marxismo nunca definió conceptualmente (página y media del capítulo LII
de El Capital) sino como personajes literarios en el escenario de la lucha
de clases (18 Brumario, Lucha de clases en Francia, Revolución en España).
Piense usted como pueda, si tiene tiempo y criterios propios para pensar.
El territorio de la batalla es la propia cabeza de los individuos donde
pululan discursos turbulentos y contradictorios, limitando la libertad a lo
políticamente correcto, forzando el lenguaje inclusivo, cercenado las
pautas del pensamiento libre y crítico. No sé si es una excusa
suficientemente creíble. A falta de una guía para perplejos, no queda otra
que coger pluma, papel y pantallas y manos a la obra. No caben excusas
como la de aquel tío Celerino de Juan Rulfo, el que le contaba historias
antes de fallecer, así que dejó de escribir: al menos era una excusa con
visos de credibilidad.

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