¿Dónde está la ética urbana?

El futuro de Málaga está encapotado. No por la calima que de repente nos turba de luz con más intensidad, igual que un presagio de las consecuencias distópicas del cambio climático. Es la presión de un frente económico que amenaza con la desaparición de la ciudad a escala humana. Lleva tiempo la política faraónica vendiendo parcela a parcela el espacio social, los vínculos con las geografías urbanas, las formas de relación vecinal, la identidad de una cultura y la singularidad de un paisaje.

Málaga es rehén cada vez más del espejismo privado de la especulación que transforma estéticas, memorias y hábitos sin ninguna filosofía urbanística ni comunitaria”.

Lo que empezó siendo algo parecido a un modelo de ciudad en favor de un crecimiento y un proyecto de progreso en beneficio de la ciudadanía,  ha ido derivando en un negocio privado entre círculos cerrados. Su desarrollo cuenta con el aval del mantra del prestigio de la marca de ciudad y el discurso de los nuevos ricos, cuya idea de ciudad es un pastiche de otras cities que consideran ejemplos de progreso, de modernidad y de lujo. La coartada del boom del turismo permite a su vez la reconversión del centro histórico en una pasarela de franquicias ante las que sucumbió el comercio tradicional, y al que al año de su óbito el consistorio le dedicó un recordatorio de cierres en una exposición en calle Larios. ¿Cómo llamarle a este gesto? Todavía nos dolemos de la clausura del Café Central debido al influjo del monopoly del valor de locales y la proliferación de apartamentos y viviendas turísticas –hace unos años le dimos al alcalde las llaves de nuestras casas repletas de extraños con maletas de ruido y de paso-, de hoteles de cinco astros que rivalizan por el turismo de élite.

Ese gremio que se divide entre los que chapotean polvos de jacuzzi con lluvia de champagne sin pudor de terraza para los vecinos con vistas, más humildes claro y sin globos de colores. Y del que no se sabe qué acento ni qué rostro posee su belleza pero al que las cadenas certifican apretujado bajo la arquería sinfónica de calle Larios, paseando entre gnomos de colores de los jardines de La Concepción, y junto al turismo de a pie que han desplazado al malagueño de las zonas de ocio en las que cada vez es más difícil encontrar asiento para el tapeo, si no se tiene pedigrí extranjero y se tira de carta.

No sólo se ha expulsado al vecino del derecho a dormir y a la juventud de un alquiler asequible, y nos han convertido en figurantes de un parque temático – como algunas voces llevamos muchos años denunciando, y entre las que recordar al arquitecto Carlos Hernández Pezzi- el siguiente paso ha sido sacarle brillo con la bocamanga a la manzana de oro del nuevo monopoly. El puerto al que pretenden levantarle la pared ciega del rascacielos y el cerramiento de la bahía  y de la orilla deportiva para oligarcas con proa en femenino. Treinta años para derribar la verja del puerto para la ciudad, frenar la voracidad mercantil del plan especial de finales de los noventa y disfrutar de su panorámica abierta. El sueño interruptus del que ahora se nos excluye en favor de los ricos –ya lo escribió claro José Damián Ruiz Sinoga, Málaga no es ciudad para tiesos, vaya usted picando otro destino en la María Zambrano- Y veremos qué más se privatiza en lo que hasta hace poco ha sido un disfrute social comunitario porque ya anda el Ayuntamiento echando cuentas con el terreno que se ganará alrededor del rascacielos, y en el que cualquier despropósito es posible si conlleva gananciales. Vaya vista la del Ministerio de Cultura en su decisión de permitir que se enladrille el paisaje, por falta de no se sabe qué evidencias (¿más todavía?) que había decidido defender, y al que parece dispuesto a desproteger. Incluyendo a La Farola BIC que todavía tiene lágrimas nazarenas de cera roja pensando en el jaque mate de la Torre donde se enroca el dinero Rey. Es imposible no pensar en las películas de García Berlanga al preguntarse los porqués.

En Málaga se han sustituido los conceptos de habitar y de integrar por los de construir y desintegrar que huelen a menos humanidad y son más rentables”.

En esta metamorfosis sigue felizmente empecinado el capataz del puerto que defiende, está de su derecho, mirar con optimismo y atrevimiento al futuro –ignoro si al mirarlo se refiere a la línea de horizonte de flotación de los megayates que se reservan la panorámica de la ciudad y de la bahía desde los muelles que fueron un sueño nuestro de atardecer con vino, dry martini o besos-.

También lo está el ayuntamiento que alerta, sin rubor alguno, de la grave pérdida patrimonial que supondría -para las arcas municipales y para otras arcas privadas que hacen cola- no edificar sus rascacielos en coreografía donde los vecinos reclaman un bosque urbano. Qué le importa a los que hacen negocios que en un lugar de un pulmón verde y recreativo en el corazón de un barrio,  con elevada densidad de viviendas, se edifiquen paraísos verticales para rentas libres y por las nubes. Tan libres cómo que son ajenas sus finanzas a la crisis económica, al precio de la luz y del gas, a las próximas exigencias derivadas de la guerra actual a puertas de Europa. Menos mal que desembarcan para hacer hogar entre nosotros y convidarnos a una ronda de Victoria en la esquina de nuestra difícil posguerra bajo su alargada sombra. Este proyecto no es que agrande la brecha entre barrio y metrópolis sino que borra del espacio el barrio  de los Héroes de Sostoa y de los de cada final de mes para fomentar urbanizaciones residenciales de lujo, otro hotel para turismo de élite y un centro comercial que dinamite el comercio vecinal. Una tendencia de la que hace tiempo alertan los urbanistas –la de la neo urbanización privada de las ciudades- que continúan sin reflexionar sobre las exigencias del cambio climático, la eficiencia energética, la salubridad del aire, el regreso a la vida de proximidad en el consumo de lo cotidiano y la convivencia.

“Uno de los mantras que más se utilizan es el de la riqueza que aporta el turismo, a pesar del 20% de paro y de la precariedad del empleo en el sector”

Hace tiempo que la política vende gran parte del desarrollo urbanístico al público de la calle y a su oído como mejora del estado actual de las cosas, y a través de la prestidigitación de la autoestima. Uno de los mantras que más se utilizan es el de la riqueza que aporta el turismo, a pesar del 20% de paro y de la precariedad en el sector donde el boom no mejora el empleo. La eficacia de la propaganda añade ahora la riqueza que aportarán los nómadas digitales y  el universo tecnológico que vivificará los barrios jubilados del Este, acristalará una pequeña city en Muelle Heredia, además de los áticos de lujo a ras de mar o de cielo de los oligarcas náuticos y los argonautas de las finanzas sin patria que harán de Málaga una ciudad más cosmopolita, más moderna. Más mejor y envidiable en su portada y en sus eslóganes de ferias y de publirreportajes.

 Este es el metafuturo a cuyas vistas trepan todos los decididos a llevarse bote, y del que se estigmatiza a quiénes plantean interrogantes o críticas, y en el que flota la política que debería ser una voz con criterio de argumentos y capacidad de respuesta activa, más allá de la contracultura zurda de los setenta.

Málaga está en peligro de extinción. La ciudad a escala humana desaparece entre el theatrum de ficciones del centro histórico, el jaque a sus membranas ecológicas: la del mar y la de los montes expuestos a nuevas rondas de tráfico y a edificaciones en escalera, y la incapacidad de una sociedad civil cohesionada, solvente y eficaz. Málaga prosigue su plan de travestirse de Dubai, de invertir para atraer el sueño de los ricos, de peatonalizar todo que se pueda (¿le pondrán a este paso tornos de entrada a según qué calles?) y si puede hasta soterrar el paisaje para ganar suelo vendible, edificable y contante. Mientras para el otro lado de la frontera de su particular Mundo Huxley arrechucha a peatones, a ciclistas, a runners y a patinetes entre el tráfico rodado y las aceras; no inyecta capital de ideas en soluciones a la sequía ni apuesta por un modelo de vivienda de futuro que no sea el de las erupciones verticales, con piscina transparente y una higuera en sus azoteas.

Poco a poco se expulsa a los ciudadanos de su entorno, más aún cuando ellos y la zona envejece; se les excluye del paisaje que explica su cultura, aunque algunos piensen que es un cromo al que darle la vuelta en euros; se les intercambia por otros con adn de replicantes y mayor poder adquisitivo, y con la otra mano de guante blanco los hipnotiza mediante la esfera de cristal en la que nievan los copos dorados de una posible capitalidad de la Expo Verde 2027. Una cita con el ecologismo urbano, las respuestas urgentes a las exigencias del cambio climático, la oxigenación frente a los efectos contaminantes, la gestión de la escasez de agua, el riesgo de nuevas pandemias, y el pensamiento más racional de las ciudades del futuro. ¿Será esta Expo otra manzana a la que morderle el corazón con fauces de lobo?

Nunca pensé que vería tan de cerca a aquel tío Gilito de los tebeos. Ni a la Filosofía denigrada como un lastre en el actual sistema de educación somatizado. Que la ética urbana yacería bocabajo en cualquier calle de atrás, con una marca de ciudad en la espalda.

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