El Cortijo de la Cuesta del Gazpacho

El Burgomaestre

Los senderos son como los capilares de nuestra circulación sanguínea. Cuando te apartas de ellos entras en ‘terra incognita’. Nuestras arterias y venas son las carreteras, caminos y veredas. Yo me guío por las huellas del los herbívoros: cabras (montesas y domésticas), ovejas, jabalíes, cérvidos… Abren caminos por donde también circularon nuestros primeros padres primates. Si andas campo a través y no ves sendas de herbívoros probablemente te dirijas a un precipicio o una pared.

Las ovejas se desplazan por la Sierra de las Nieves como si llevaran un GPS.

La habilidad de las ovejas

Las ovejas, en concreto, tienen una habilidad especial. En sus vagabundeos por la Sierra de las Nieves en busca de pastos se desplazan como si dispusieran de un GPS. Siguiendo con regularidad líneas de cotas de nivel. Rentabilizan esfuerzos con una economía asombrosa en un terreno muy duro y escarpado. No siguen una senda única sino que se abren en abanico y confluyen en función de la dificultad y el desnivel, como un río con sus meandros, por lo que a veces es fácil perderse siguiendo sus huellas. Hay que retroceder a un punto conocido.

Esto viene a cuento porque es importante en mi búsqueda del Cortijo de la Cuesta del Gazpacho. Un lugar deshabitado y enigmático en el corazón de la Sierra. Décadas de abandono han borrado sus accesos y las huellas de su actividad. El hilo de su historia se cortó. Solo los mapas antiguos marcan con un cuadradito rojo su localización, pero ninguna línea continua o discontinua te lleva hasta allí. No sabes por donde acercarte.

No ocurre lo mismo con otros cortijos próximos, también abandonados, como los del Peñón de Ronda, la Majada de las Vacas, Parra o Buenavista. Ruinas con tejados hundidos o sin ellos, pero accesibles si eres buen caminante y sabes orientarte en los mapas.

Doble enigma

Es un doble enigma: su nombre y su localización. Para ninguno de los dos tengo solución aún. Intento aproximarme desde el noroeste o el nordeste, por el curso alto del Arroyo de la Higuera, por senderos ya transitados en otros intentos, hacia el lugar que me indica la cartografía antigua donde debería estar el cortijo que busco infructuosamente y que parece que se aleja cuando me acerco.

Ruinas del Cortijo de Parra.

Sigo los senderos de las ovejas como un hilo de una gigantesca tela de araña que cubre toda la Sierra. A veces, a través de los prismáticos compruebo si en el pequeño prado al otro lado del barranco abisal hay ovejas pastando porque eso significa que puedo acceder siguiendo las huellas de sus pezuñas en el barro.

La lluvia, el viento y las nubes atascadas en la Sierra impiden la visibilidad y hay que extremar las precauciones para no perderse entre lomas onduladas con salientes rocosos que se parecen. Las ovejas, al ver un extraño en esas alturas, corren un pequeño trecho, se paran, se vuelven y te miran. Siempre mantienen una distancia prudente, respetuosa. Les doy las gracias por su ayuda, ellas corresponden con cabeceos y siguen pastando sin quitarte ojo.

Algún día encontraré esas ruinas, unas pocas piedras desordenadas casi a ras de suelo, con alguna viga de madera descansando en un tapial. E intentaré descifrar el origen de su nombre, apodo de alguno de sus propietarios probablemente. Buscaré la era donde se trillaba el cereal y el manantial del que se servían, si no lo ha cegado el tiempo y el abandono.

La Montaña de Cristal

No significará ningún triunfo para mí. Quizás incluso me desilusione el encuentro. Recordaré la Montaña de Cristal tibetana de Matthiessen en su búsqueda del leopardo de las nieves. Lo realmente bello es la búsqueda. Odiseo, Jasón, Marco Polo y tantos otros podrían testificar a mi favor.

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