El crimen de los Galindos: 45 años de un caso archivado

No hay crimen perfecto sino investigación incompleta

Con el nombre de ‘Crimen de los Galindos’ se conoce uno de los sucesos más macabros de los acaecidos el siglo pasado en Andalucía. El 22 de julio de 1975, a eso de las 12 del mediodía, a 49 grados de temperatura, en el campo andaluz,  unos jornaleros que limpiaban un olivar observaron el humo que surgía del cortijo cercano para el que trabajaban.

Rápidamente acudieron para apagarlo y se encontraron con unas escenas terribles que les marcarían de por vida. Hallaron varios cadáveres con evidentes signos de violencia. El cortijo se conocía con el nombre de ‘Los Galindos‘ y se encontraba en el término municipal de Paradas, provincia de Sevilla.

Cortijo de Los Galindos (Foto: La Vanguardia)

Era una finca dedicada, entre otros cultivos, a los olivares. El propietario un señor de edad vetusta, por lo que se ocupaba de la finca su yerno, el Marqués de Grañina, Gonzalo Fernández de Córdova Topete, muy conocido entonces en la sociedad sevillana, actualmente fallecido. En dicha tarea era ayudado por un administrador, Antonio Gutiérrez, un capataz, Manuel Zapata, varios jornaleros y dos tractoristas que se ocupaban de labores agrícolas habituales en este tipo de explotaciones.

Los primeros en llegar al cortijo fueron los jornaleros que observaron el humo del incendio y que, de inmediato, dieron aviso a la Guardia Civil. Cuando las fuerzas del orden llegaron al lugar descubrieron los cadáveres que, en número de cuatro, estaban en distintos lugares del cortijo, componiendo una escena dantesca y sangrienta.

Marqués de Grañina, Gonzalo Fernández de Córdova

Las primeras hipótesis apuntaban a un enfrentamiento entre dos matrimonios. Se culpaba al capataz, Manuel Zapata, ex-guardia civil, del que se suponía que, tras asesinar a las cuatro víctimas, había huido. En la vivienda apareció el cuerpo sin vida de su esposa, Juana Martin. En el cobertizo, semicarbonizados, encontraron al tractorista José González y a su mujer, Asunción Peralta.

Por otro lado, apareció muerto de dos disparos de escopeta, el otro tractorista, Ramón Parrilla , del que luego se supo que había vuelto a la finca para reparar el tractor que presentaba una avería. Es decir, que su presencia allí fue casual.

De inmediato fueron dictadas órdenes de busca y captura del capataz, Manuel Zapata. Los medios locales y nacionales se hicieron eco con grandes titulares tachándole de lo peor. Todo dió un giro de 180° cuando tres días más tarde ‘Tundra’, la perrita de Zapata, olfateó su cadáver escondido y cubierto de paja, bajo un árbol, en las inmediaciones del cortijo.

Hubo un presunto autor que, anónimamente, años después, en 1983, envió una carta, dirigida al alcalde de Paradas y matasellada en Zaragoza el 18-2-76, en la cual un tal Juan se culpaba de ser uno de los autores del quintuple crimen. Añadió que le pagaron diez mil pesetas por el encargo de matar a Zapata. Al parecer las otras víctimas fueron asesinadas para eliminar testigos.

Las cinco personas asesinadas: Manuel Zapata, Juana Martín, José González, Asunción Peralta y Ramón Parrilla.

En 1997 el Juez pidió que se exhumaran los cadáveres y con las periciales del forense doctor Frontela se estableció el orden y las armas empleadas en esas muertes. La primera víctima fue el capataz Zapata, golpeándole en la cabeza con una sólida pieza de empacar paja, denominada ‘pajarito’. A Juana, su esposa, la mataron con el mismo instrumento. Más tarde llegan el tractorista Jose Gonzalez y su mujer, Asunción, a la cual asesinaron mientras estaba atendiendo a Juana, creyéndola viva. También mataron a Jose. Llevaron los cuerpos al cobertizo los descuartizaron y les prendieron fuego. Cuando más tarde llegó Ramón Parrilla, el otro tractorista, acabaron con él de dos disparos de escopeta.

Al capataz se le buscó como presunto autor de las cuatro muertes hasta que apareció su cadáver y concretaron los forenses que fue el primero en morir. Por ello se dejó de atribuirle ninguna responsabilidad y pasó a ser una víctima más de la masacre ocurrida. Las hipótesis iniciales fueron varias: se habló primero de que el autor era Zapata y que lo había hecho por motivos de pasionales. También se especuló con cuestiones económicas y se dijo que la cosecha de trigo era mucho mayor de la que se declaraba. Recordemos que entonces era obligado declarar la cosecha al Estado. Se especuló que se desviaban fondos pero nunca se pudo probar ya que no aparecieron los libros de cuentas.

Igualmente se dijo que había un enfrentamiento grande entre diferentes empleados de la finca y que en una riña múltiple se habían matado entre ellos y el que quedó vivo decidió suicidarse. El forense, doctor Frontela, cuando se exhumaron los cadáveres demostró que no había sido así y que todos habían sido víctimas de un mismo agresor. El mismo asesino había acabado con todos ellos y no había ninguno al que las pruebas forenses indicaran que pudiera ser el suicidio la causa de su muerte.

Portada de ABC del 24 de julio de 1975

Recientemente, con la versión dada por un hijo del Marqués, todas las hipótesis se han venido abajo como un castillo de naipes y lo sucedido podemos resumirlo del modo siguiente: la finca, como producción olivarera, estaba integrada en una cooperativa y al parecer el capataz había descubierto un fraude que se estaba produciendo en esa cooperativa. Zapata el capataz, como ex-guardia civil, tenía un alto sentido del honor y de la lealtad y había decidido trasladarse a Sevilla para contar sus sospechas al anciano propietario y a su hija. Según esta última hipótesis el administrador y el Marqués, sospechando de las decisiones que iba a tomar el capataz, se personaron en la finca de los Galindos para, de algún modo, aunque fuese con dinero, comprar el silencio de Zapata.

Les acompañaba supuestamente un individuo, delincuente profesional, dispuesto a coaccionar bajo amenazas a sus víctimas cuando era contratado para ello. Ante la contumaz negativa del capataz a ceder a esas presiones y amenazas, cogió una herramienta llamada ‘pajarito’, que se utiliza para empacar la paja y de un fuerte golpe en la cabeza acabó con la vida de Zapata. Acto seguido cubrió totalmente el cuerpo con paja. Su esposa, Juana, que había sido testigo de la agresión, corrió la misma suerte y arrastraron su cuerpo hasta la casa, dejando un reguero de sangre por las habitaciones.

El administrador y el yerno del dueño, allí presentes, se fueron inmediatamente y dejaron al matón para esperar la llegada del tractorista José y su esposa Asunción, quienes deberían llegar más tarde. Casi simultáneamente apareció en la finca el segundo tractorista, Ramón, que siguió la misma suerte del resto, ya que, con la escopeta del capataz, le dieron dos disparos que acabaron con su vida.

El asesino se llevó los cuerpos al pajar y les prendió fuego. A continuación huyó, aunque iba herido porque José le había podido dar varios navajazos defensivos. Antes de irse, este profesional del hampa, preparó la escena del crimen poniéndole a Jose una canana en la cintura, para que pareciera que él había sido el autor de los disparos de escopeta a Ramón. Nunca se detuvo a nadie y nunca se celebró un juicio.

Pintada en el cortijo de Los Galindos

Podemos considerar que no hay crimen perfecto sino investigación incompleta. En este caso la única explicación para la falta de una inspección ocular rigurosa es que el cortijo, el mismo día del crimen se convirtió en una feria desfilando los vecinos sin que se hubieran tomado medidas para preservar pruebas y vestigios. Nunca hubo juicio y como marca la ley, el sumario 20/75, fue archivado por haber prescrito el delito.

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