Ellos no son los fascistas

De unos años para acá, con frecuencia se tildaba de fascista a todo aquel que en política cometía alguna ‘burrada’. Desde hace menos tiempo se lanza ese calificativo simplemente al adversario político. Así batasunos han llamado fascistas a socialistas y a miembros del Partido Popular. Y estos respondían que los fascistas eran aquellos.

A mí me lo llamaron hace unos diez años cuando estuve en Granada en una manifestación contra la ocupación marroquí en el Sahara. Mi ‘delito’ era que iba en el grupo de simpatizantes de UPyD, en lugar de hacerlo en el grupo quienes nos insultaban, que pertenecían a Izquierda Anticapitalista (la semilla de Podemos).

Utilizar el término fascista como insulto es tan frecuente que incluso se ha degradado, no digo la palabra en sí porque los fascistas efectivamente eran (y son los pocos que quedan) verdaderos demonios. Lo que se ha degradado es el valor de ese calificativo. La presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Ayuso llegó a decir con sorna que algo estará haciendo bien cuando le llaman fascista.

En este insulto he de decir que son más reincidentes las izquierdas. No saben además que cumplen con varios de los principios de propaganda de Joseph Goebbels:

—Principio de simplificación y del enemigo único.

—Principio del método de contagio.

—Principio de la transposición.

—Principio de la exageración y desfiguración.

—Principio de la vulgarización.

—Principio de orquestación.

—Principio de la silenciación.

—Principio de la transfusión.

—Principio de la unanimidad.

9 de 11, no está mal para quienes dicen combatir al fascismo. Además añadiría que con ese abuso del término fascista cumplen con lo que Hannah Arendt denominó la banalización del mal.

Recuerdo que hacia el año 2000 fui a una manifestación para reclamar que el Reino Unido mandara a Augusto Pinochet a España para que fuera juzgado por la Audiencia Nacional. Parte de los manifestantes acabaron comparando al por entonces presidente del Gobierno español Jose María Aznar con el dictador chileno. Me pareció una clara banalización del mal perpetrado por la dictadura chilena (de la que conozco muy bien sus métodos de tortura porque me he dedicado a los derechos humanos). Así que abandoné la concentración.

En 1997 fui a una manifestación para protestar por la matanza de campesinos en Acteal (Chiapas, México). Al ir subiendo por la calle Atocha jóvenes con banderas comunistas recordaron la matanza de Atocha, pero después empezaron a cantar ‘Mañana España será republicana’. Una banalización más del mal.

En Guatemala había aprendido que existían los ‘comunistas blancos’, es decir, todo aquel que no compartiera el discurso de los caciques y militares de ultraderecha. Eran tan aniquilados como los comunistas verdaderos. E incluso en mayor número porque había más.

Ahora observo cómo en la democrática España para los comunistas hay una especie de ‘fascistas blancos’. Vox es fascista porque es ultraderechista. Y PP y Cs son fascistas porque gobiernan en varios sitios (Andalucía incluida) gracias a Vox. Así de sencillo. Principio de simplificación y del enemigo único. No se paran a analizar que el discurso conservador de Vox choca con la vanguardia pseudorrevolucionaria del fascismo. O que su modelo económico ultraliberal difiera del proteccionismo fascista. Vox es más parecido a Calvo Sotelo que a Jose Antonio Primo de Rivera, pero acaso para los comunistas ambos sean idénticos.

El otro día en Vallecas no se produjo un acto en el que se deban condenar todas las violencias, como dice ahora Ciudadanos, en un lenguaje que recuerda al de Bildu cuando habla de ‘las’ que hubo en Euskadi. En la plaza roja madrileña hubo un partido que fue a dar un discurso, y un grupo de activistas que trataron de acallarlos a ladrillazos.

Pero no nos confundamos, no por ello los fascistas eran ellos, los alentados por Podemos y Más Madrid. Ellos eran los comunistas, que desde sus inicios utilizaron la violencia. Si acaso se podría decir que los fascistas aprendieron de los comunistas a usar la violencia con fines políticos.

Fascio procede de la expresión latina fasces, ‘haz’, que hace referencia a la gavilla de cañas que portaban los soldados romanos que precedían al Lictor y que era el símbolo de su autoridad y de la fuerza de la unión.

Pero hasta el siglo XIX este término no fue utilizado para referirse a un movimiento político. El primer Fascio del que se tiene noticia en los tiempos modernos es el de los llamados Fasci Siciliani dei Laboratori —Fascio Siciliano de los Trabajadores—, un movimiento de campesinos fundado en 1891 en Catania por el sindicalista y diputado de izquierda Giuseppe de Felice Giuffrida.

A estos Fasci Siciliani sucedieron en Italia rápidamente otros movimientos análogos hasta que, solo un año después, se fundó dentro de la misma corriente general y con una participación muy activa de los Fasci, el llamado Partito dei Lavoratori Italiani —Partido de los Trabajadores Italianos—, que en 1893 cambiaría su nombre por el de Partito Socialista Italiano. Prácticamente el PSI se formó como una especie de federación de los diferentes grupos de inspiración marxista y anarquista que habían surgido por toda Italia al hilo de la formación de los Fasci. De hecho los Fasci se integraron dentro del PSI pocos años después.

En 1912 el ala más radical del partido, donde se encontraba Benito Mussolini, se hizo con el control del mismo. El extremo radicalismo de Mussolini y su creciente belicismo le hicieron bastante impopular dentro del partido, incluso en el interior de ese ala radical que dominaba, y acabaron expulsándolo. Acto seguido el futuro Duce fundó con un grupo de leales del ala radical su propio partido, los Fasci Italiani di Combatimento, retomando ese histórico término, tan ligado a los orígenes fundacionales del socialismo siciliano, y que daría origen al Partido Nacional Fascista.

En los disturbios de Vallecas no ocurrió un enfrentamiento entre ‘fascistas de Vox’ contra antifascistas. Fue un ataque unidereccional de la extrema izquierda contra los dirigentes y simpatizantes de ese partido, donde varios (junto a algunos policías) necesitaron de atención sanitaria. Pero no por ello les convierte en fascistas a los atacantes. Fue un ataque habitual de los comunistas, que siempre han gozado de un halo de bondad ‘porque sus daños colaterales son por la liberalización de los heredados de la tierra’.

Hay que recordar que la primera experiencia seria de comunismo fue en Rusia en 1917. Por entonces el país de Lenin contaba con más de 147 millones de habitantes. En 1926 había bajado a menos de 135. Este descenso de más de doce millones de personas se puede desglosar en dos millones debido a los combates directos y el terror político, cerca de dos por la emigración, dos por las epidemias y unos cinco millones por las hambrunas. Se trata de una tragedia de una magnitud asombrosa que, sin embargo, será superada por Stalin y otros dictadores totalitarios del futuro.

Ellos no son los fascistas. Son los comunistas. Aunque los parecidos entre ambos son enormes, como así sentenció el Parlamento Europeo hace dos años equiparando nazismo y comunismo bajo el término de totalitarismos. No olvidemos además que durante el primer tercio de la Segunda Guerra Mundial la URSS de Stalin fue aliada de la Alemania de Hitler, desde agosto de 1939 hasta junio de 1941.

Gonzalo Sichar es doctor en Antropología y licenciado en Económicas. Delegado en Andalucía de HAC Global, Profesor de Antropología en la UNED y secretario general del Centro de Investigación de los totalitarismos y Movimientos Autoritarios (CITMA). Es autor de más de una decena de libros entre los que destaca la coautoría de ‘El delirio nihilista’.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

0 £0.00