Fue hace unos 10 años cuando empezó mi cuenta atrás. En una revisión anual del trabajo, el médico leyendo el informe me dijo que estaba estupendo, pero que empezaba a tener presvicia o vista cansada, algo normal a partir de los 40 en los no miopes.
VISTA CANSADA me sonó a señor mayor, a mundo viejuno, a mi abuelo cuando se ponía las gafas al filo de su generosa nariz para rellenar la quiniela. VISTA CANSADA, esa imagen de mí mismo con gafas, me sobrevoló todo el día mientras caminaba pensando que ya había llegado a la cima de la montaña de mi vida y tocaba empezar a bajar.
Encarar la vejez no es fácil. Lo primero es aceptarlo sabiendo que físicamente habrá muchos cambios, pero que estos son síntomas claros de que estás vivo y has vivido. Luego está el ‘coco’, el carácter, a muchos se les agria, quizás por no haber aprovechado su vida o no saber aceptar que se acerca el final. Muchos acentúan sus manías y otros en cambio exprimen cada momento conscientes de lo valioso del tiempo que queda y hacen y dicen lo que se les pasa por la cabeza sin filtros.
No creo que a nadie le guste ver como pierde pelo, su frente se arruga o como su espalda cada mañana le recuerda que lleva encima muchas primaveras. Pero soy de los que creen que cada día es una oportunidad, un regalo y que a partir de cierta edad lo importante no es mirarse al espejo si no alrededor, observar y aprovechar todo lo que tienes, intentar disfrutar mientras puedas y no malgastar las energías que te van quedando en lamentarse de los achaques que como es normal van apareciendo.
En mi caso no creo que me haga ningún retoque. Me costó mucho tiempo aceptarme y no me gustaría no reconocerme al asomarme al espejo porque hay quien se opera hasta perder su expresión y parecerse al joker. Ojo, si eso les da la felicidad me parece extraordinario, totalmente legítimo. De eso se trata, de ser felices, de irse satisfecho, lleno y mejorado habiendo exprimido tu vida y habiéndola vivido a tu manera.
Envejecer dignamente
