Catálogo geométrico de ojos para ejército de odaliscas tuiteras con la mano en el corazón (Rafartex Photo)

Fernando Robles, el color del género negro

El desnudo de un instante, un relato que sucede en cada escena. Una atmósfera tensa en medio de la que cada personaje se mueve en la ambigüedad del doble y de las apariencias. Su enigma es lo que fascina. Fernando Robles pinta de cine con el expresionismo del color y el dibujo que le confiere movimiento a la trama, y a la psicología de sus protagonistas que reflejan en las sombras su verdadera identidad. Jean Renoir, Fritz Lang, Robert Siodmak, Otto Preminger. Orson Welles proyectando a una pareja en los espejos frente a los que cada uno abre fuego a bocajarro. Los azules, los ocres, la luz abandonada, derramándose en fragmentos del trazo sobre el que hacen blanco.

Si se miran bien sus cuadros, escuchamos la voz en off del pintor, las emociones en versión original de sus personajes”

Hasta el 11 de junio tenemos tiempo de acercarnos a la pantalla de La Casa Fuerte de Bezmiliana en el Rincón de la Victoria donde proyecta sus plásticos relatos de cine noir. Sus diálogos de alcohol y humo, el carmín del desencanto, la soledad de quien se aleja a bordo de un coche al fondo del plano, sin despejar las incógnitas en la profundidad de un silencio lleno de suspense. También a nosotros nos observan desde las ventanas de Hopper los fantasmas que nunca se apagan. Tal vez sean los vampiros contemporáneos de “Sólo los amantes sobreviven” de Jim Jarmusch los que asome. Y a la vez nos adentra como miradas secundarias en la polifónica sonoridad desenfocada de la vida que se mancha, de la ciudad oxidándose de sí misma, y a punto de reconstruirse de nuevo con la iluminación cinematográfica del amanecer. No es extraño encontrarse con James Dean en uno de sus cuadros.

Mirador para cielo-infierno

No sólo son fotogramas de cine club los ochenta y un trabajos de varias décadas que expone este pintor para el que lo importante es entrar en el cuadro sin perder la atención, decidido a encontrar el sentido de lo que no existía en la página con el vértigo en blanco sobre una pared. A buscarle a cada historia el color de su estado de ánimo, su intencionalidad, su mundo interior.

En sus lienzos también evoca el tenebrismo de Ribera, la iluminación irreal y la oblicuidad de El Greco, el dramatismo expresionista de Goya, la gestualidad de Francis Bacon”

Detalle cielo guión-infierno

Es lo que tiene la transversalidad de mezclar la fuente de formación estética y emocional del cine de autor –al que luego este madrileño sevillano con raíces en Málaga le añadiría el lenguaje del cine ligado a las nuevas maneras del cómic para adultos de los ochenta: ‘Blade Runner’ de Ridley Scott y ‘Delicattesen’ de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro- con el tono de color de lo que se quiere contar a través de la pintura. Y en su esencia su poderoso dominio del nervio del dibujo, sensual la manera con la que desenvuelve la belleza de la línea y la deja libre. La vitalidad de su movimiento estático y a la vez espontáneamente fugitivo, jugando con la sombra, con la claridad para crear relaciones entre lo visible y lo invisible.

Su pintura pone al alcance de nuestra mirada trozos de existencias universales, de sensaciones y relaciones colectivas»

Banquete con comensal volador

Incluso si la mirada por unos segundos se retrae, del ojo de la cerradura por las que nos invita a contemplar, y vuelve a su vouyerismo algo dentro de la intimidad habrá cambiado. Un personaje no tendrá la misma postura; será otro el gesto que lo defina; su relación con el espacio y con los otros responderá a un diálogo de tensiones o armonías diferentes. Puede que hasta haya desaparecido del plano anterior, y sobre un mostrador o a pie de una esquina haya dejado su copa con un penúltimo sorbo, la colilla en ascuas, la sombra rezagada de la última pisada. El carmín de un beso a medias.

La temperatura de lo que late en sus escenas la suscita el color con sus murmullos de texturas. Hay erotismo, frialdad o fronteras cuando conviene”.

Es uno de los magnetismos que me gustan de la polisémica obra de Fernando Robles. La sugerencia de la atmósfera en la que lo enmarca. Igual que si fuese la banda sonora del cuadro, lo efímero que nunca deja vacío sino insinuando el desenlace de una presencia, una alteración en cualquier ángulo de repente. Lo que esconde y lo que muestra, como magistralmente hizo Harold Rosson, en ‘La jungla de asfalto’. Está ese cine negro del director de fotografía en muchas de las fabuladoras piezas de Fernando Robles. Lo mismo que la eficacia narrativa del profesional que selecciona, que corta, que empalma, que hallazga en el collage que va construyendo en su secreta cabina de montaje, igual que una pieza magistral de relato corto.

Emergencia emocional

Me resulta gozosamente inevitable pensar en John Cheever, en Carver, en Chandler, en las mujeres de Lorrie Moore y de Lucía Berlín. Sus tonos, sus urdimbres, sus intérpretes, cobran pintura en las piezas de Fernando Robles, en las que suena una fuga de jazz, el adagio de un abrazo a punto de romperse, un solo de piano de Wim Mertens en el que quedarse a evadirse un rato, con el presentimiento de algo bello o la atrayente amenaza de lo inquietante.

No faltan edificios insomnes en los cuadros de este pintor. No sé si de sus ventanas provienen los cromos de mini ficciones con resonancias del cómic”

Viñetas de celuloide con escénicas arquitecturas de evanescentes distopías, rostros imprecisos y espacios mentales que sugieren la poética del cine de Wenders. Lo mismo que encontramos seres voladores de Chagall; el magnetismo de la pintura y de la historia sintética del cómic que aprendió de Moebius y luego de Hugo Pratt; bañistas de Cezanne en arenas del Caribe o a orillas de Maro, cuyo horizonte presagia tormentas de verano, y homenajes pop a iconos como Gilda o Bonnie & Clyde, que caben como conchas en la palma de la mano, y de pronto su estética de embrión fotográfico propone una sonrisa de humor.

Detalle de mirador para cielo-infierno

 

Su pop no sólo bebe/vive de mitos y de una vuelta de tuerca paródica a sus símbolos y a su lenguaje iconográfico -con bocadillos de onomatopeyas y mensajes contextualizados- porque igualmente se atreve Robles a la transgresión crítica, y desde su plástica enfoca la alienación, el consumo, la violencia, la publicidad, el dinero del fútbol, la religión, el medio ambiente, las promesas del sexo, la autopsia del turismo, las metáforas del poder, el culto a la máscara de la belleza. Incluso las brigadas del COVID-19 y las víctimas del virus. Cielos e infiernos como naipes de un tarot sobre el envés de las emociones.

Si el espectador observa a través de ese ojo de la cerradura, que nos regala FR, descubrirá un sugerente ajedrez erótico»

 

Desnudo

Reina del deseo retando el jaque. Torres en las que los amantes se enrocan; un rey minotauro en su escaque blanco, soñando con hacer suya la promesa de espaldas de una joven Europa. La juventud en diagonal del deseo de un alfil de ébano. Un fauno en danza con las ninfas. Es Nimjiski en el escenario de un cabaret de Berlín. La primera vez que vi esta coreografía del goce y lo dramático sin desenredos, fue en la pared de una habitación del estudio que comparte con Rafael Alvarado, convertida en el Neotaller al que invitaban a exponer a sus amigos. Allí abocetado, me encantó el lirismo en el trazo de los cuerpos sin completar, la soltura de sus formas depuradas. Me vino a la memoria Ingrés y su postulado de que la ejecución de una silueta no fuese más que la consumación de esa imagen ya poseída. Siempre lo he pensado, y aquel día volví a reforzar mi idea de que

el dibujo es el conocimiento íntimo de la pintura”

Lo importante no es el lugar de donde tomaste cosas, es a dónde las llevas. -dijo Jean-Luc Godard. Es imposible no estar de acuerdo cuando uno avanza por la exposición y llega al final de esta suite delicada que Fernando Robles abrocha con el Pabellón Chinese con evocación a Lucien Freud, y al otro Barba azul de lo femenino que se soñó Minotauro.

El secreto de Ronald y niños en la barandilla

Son muchas las escenas que sentir, que disfrutar y entender en esta película fragmentada en piezas de mundos en madera con las que su director le enseña a sus alumnos de Fundamentos del arte la exigencia de ser constantes en el trabajo, y que un estudiante siempre ha de estar insatisfecho porque está buscando su lenguaje y ese camino nunca termina. Les explica que es importante recuperar la contemplación, disciplinar la inteligencia visual que permite ver los matices dentro de los matices en esta época donde la mirada y la lectura son un consumo que no piensa.

es importante recuperar la contemplación, la inteligencia visual que permite ver los matices dentro de los matices, en esta época donde la mirada y la lectura son un consumo que no piensa.”

 

Sencillo, didáctico, contrario al arte que le sobra postureo, la excentricidad de quienes se creen especiales, y le falta sentido de grupo para que el individualismo no deje indefensos de derechos a los creadores. Algo que pone a los profesionales en una situación muy débil. Más aún en este convulso tiempo de precariedad, de tensas competencias, de sectarismos excluyentes, en los que la cultura merece mayor dignidad, independencia y respaldo. Quizás por ese motivo en su exposición hay retratos de sus amigos. Ángel Idígoras con jersey azul; Andrew Birch en su estudio vacío; José Luis González Vera de perfil en Miraflores del Bronx; Rafael Alvarado pensativo al pie de su caballete que es su romántica habitación propia. Al fondo, un escritor camaleándose sombra entre las sombras. Espectadores todos de dos ángeles de la guarda y de la tentación.

Ángeles de la guarda de la moda con atún

Sale uno del cine de Bezmiliana con el sabor de ese buen final que dejan las películas de autor, honestas, sencillas, brillantes, humanas. Y como si estos cuadros fuesen raciones sushi de pintura de las que, al desmenuzarse en el paladar, explota la personalidad del color, el fragmento interior de su evocación, la persistencia de los matices. Negros con cicatriz sin caramelizar, azules de realismo mágico al vapor, ocres macerados en su salsa, verdes musgos en su precisa humedad, la intensidad del rojo sin flambear, un amarillo ácido. De cada cual su aura gestual, su levadura, su sismografía emocional, su pathos, su magia intimista. La intensidad expresiva, casi voluptuosa en el gesto del pincel – se aprecia mejor si aumentamos su trazo en un detalle- que convierte el color en una isla, en una atmósfera, en la contundencia o el misterio de una frase plástica.

Suena una canción camino de la esquina que siempre se dobla mejor después de un disfrute de cultura, y todavía con las imágenes de Fernando Robles en la retina es lógico pensar que la pintura es una conciencia de los mundos que nos definen.

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