Exposición sobre Los Asperones de Paco Negre en el Espacio Cero de la UMA

La dignidad olvidada

Un álbum de familias al oeste de la periferia de la vida, sin derecho de ciudadanía. A sus páginas de asfalto en bruto y existencias a la deriva nos asoma un fotógrafo que observa despacio, sin hacer ruido, con el tacto para el trato con la invisibilidad de los desterrados. En el Espacio Cero de la UMA -sólo podía ser esta sala la que albergase el No Lugar de su territorio, hasta el 25 de junio- Paco Negre pone nuestros rostros frente a los excluidos de los que nos muestra su identidad en los ojos. Más de mil fotografías durante un año de visitas con el sigilo de una cámara de mano ganándose su verbo seco, las pupilas en guardia defendiéndose ariscas del forastero que aparece de paso, y de quien no saben a qué llega al limbo de su infierno entre el vertedero, la perrera y el cementerio.

Dolor, orgullo, raza. Es su manera de entender la dignidad como la fuerza de sobrevivir a la pobreza, al racismo, a la invisibilidad.

Luisa Juana, con uno de sus hijos, delante de la valla que separa Los Asperones de Metro Málaga

Sus personajes de los márgenes de lo real -enmarcados en la exposición comisariada por María Jesús Bernet- se saben vulnerables por dentro, a pesar de que exhiban sus cicatrices de la tinta de los tatuajes, y el callo de sal del exilio, en el envés de la Central del Metro sin andén para ellos. “Mucha Modernidad ‘pal’ otro lado, Mucha Mierda ‘pa’ éste”, me lo dijo una mujer fajada, señalando el logotipo de la MM de la red metropolitana, a la que al separarse por la cárcel de su hombre les quitaron a sus hijos. Cada uno a sus dieciocho años fue regresando al árbol de su matriarca. Un roble de raíces sin agua en el eje de una chabola con dos habitaciones entre colchones, objetos inclasificables, y un loro grande para que no falte la música cuando la noche sólo tiene la candela de arriba, hoguera en la puerta. A diario les cocina olla y media con zarangollo de esperanza.

A diario las mujeres cocinan olla y media con zarangollo de esperanza

Luisa Juana, apañando la comida en su chabola

Hace más de treinta años la derrota chunga de las lluvias les inundó el techo que tenían en el Puente de los Morenos, en El Bulto, en la Estación del perro, y las administraciones los clasificaron en una equis de pulgar e índice marcados en una isla de ninguna parte, para una esquina de tiempo con una primavera en el calendario. Han ido pasando los niños, los abuelos, los matrimonios, los muertos, y el asentamiento con doscientas viviendas básicas de geometrías irregulares de chapas y de ladrillos encalados, es un foso con muchas fronteras interiores, un 74% de desempleo y la pesadumbre adosada. Rueda la voz de Camarón por las calles en cuesta arriba el desamparo, y cerca de un barco azul del naufragio se lee una pintada:

Caerse está permitido, levantarse es obligatorio».

Fachada encalada de cielo de un chabolo

En Los Asperones cada familia es un patio, y en cada una existe un fantasma de la droga, un chusquel que ladra, una condena para largo con libertad vigilada para la foto familiar que retrata Paco Negre, creándoles a cada uno y a su urdimbre el respeto y una delicadeza conmovedora. Hay colchonetas a la puerta a las que quemarle a las doce de mañana la espuma de surcos marcados y extraerle el esqueleto que se vende y que apaña. También hay delfines desierto adentro para los que el mar es un rectángulo de plástico en el que las risas hacen olas.

En Los Asperones también hay verano

No faltan los chabós que se sueñan del Barcelona o del Málaga sin ganas para salirse del fuera de juego. Niñas con sandunga en los pies y las que amamantan a sus recién nacidos, a la vera de sus madres preñadas a la vez rompiendo aguas. Ni aleteos de mariposas en medio de la naturaleza agreste sobre la que la lluvia silba de largo; peces de colores corriente arriba en el arroyo Poca Pringue, ni potros que corren por dentro de un poema salvaje, rodeado de basura por todas partes de su marea en alambrada. Y hay cigarrones con sonrisas descalzas que juegan a cazar cigarrones dentro de una botella. Desconocen que son ellos mismos en un espejo, si dejan de madrugar la pereza con ojos vivarachos y en la Escuela de María de la O de Patxi Velasco no aprenden a convertirse en estrella.

Cetificados de primaria del colegio María de la O

Heredia. Barranco. Santiago. Amador. Vega. Las he visto con sus puntas despeinadas revolotear a la intemperie de todas sus edades. En el recreo, en la plaza de los Derechos de la Infancia, y con la voz de puntillas en alto en sus clases, donde son a coro la primera persona del plural y se convencen de que en Los Asperones las calles no tienen salida, sí las personas. A veces se les pierde entre los dedos el número que se llevan, la vocal difícil en la punta de la lengua buscándola de lado, pero todos redondean la chispa del pedernal en la mirada cuando escuchan a Patxi recitarles el principio de felicidad: estar sentados cada noche con alguien que te quiere, tener a los niños dormidos, y tener comida para mañana.

El principio de felicidad es estar sentados cada noche con alguien que te quiere, tener a los niños dormidos, y tener comida para mañana.

Emilia Santiago Cortés y Santiago Barranco Heredia (Fotos: Paco Negre)

Tiene plenilunio el amor en Los Asperones. Y un grillo en la noche de jiparse la muí. Existe la ternura para el guerrero y el orgullo de saberse amados. Les enmarca el corazón Paco Negre, y en muchas otras orla sentimientos a fuego, hombres engalanados de camisas de cuello en pico, mujeres de melena suelta como un relámpago y sonrisa rubia en pausa, jóvenes con el pulgar afilado en sol para cabalgar la alegría a las cuerdas de la sonanta. Otra pareja alrededor de una cocina, mucho sacrificio y una virgen, con un piano y un teléfono rojo para llenar su nidal de pájaros. A veces es la mirada ausente del amor angosto de durezas zurcidas, sin que sepamos a qué saben sus besos si es que se abrigan.

Aprendiendo de los gallos

Un adagio gitano dice que las gallinas dan la ley, las espuelas los gallos

En medio de este páramo de nadie, donde sólo el miércoles desembarca el cartero de Neruda en su cabra amarilla para leerles de los suyos, de apremios o repartirles los haberes a quienes los tienen, son las madres el arrebato. Las sacerdotisas del rescoldo y de que no se le peguen las lentejas al fuego, que mejor se entienden con Patxi, don Patxi. Que fantástica labor de educador persistente y de padrinazgo de agua santa y de trabajos lleva a cabo este maestro de vocación a quien los hombres le preguntan qué hay de lo mío, y con quien ellas a su manera colaboran para que sus hijos no sean gallos de cresta de lanza y espolones afilados. Que su temperamento del combate por arriba o montado, por el medio o por abajo, consista en ganarse un futuro fuera de las galleras.

Antonio Santiago Amador

Es difícil cuando en el gallo y su instinto natural de viejo guerrero se refleja la finura, la pasión de pelea, el talento para el jurdó a puñaos de billetes. Están llenos Los Asperones de palenques, cuadriláteros redondos donde se cruzan por peso los gallos, cada cual con su nombre, en los que apostar la sangre ciega. Cada día se les entrena la resistencia en diminutas cintas de correr, la combatividad rítmica, inteligente y violenta con espuelas livianas en su precisión aguzada o de cuello en semicírculo. Puede ser una fiesta, un oficio de barandas, pero es mejor tener una infancia como de niños. Una adolescencia con la que soñar, contagiar, y currarse la ilusión lejos de la chatarra, de las fantasías en rastrojos, de vampiros en las venas y un tráiler de mudanzas con estrellas de lata retorcidas a mano, cada noche con resaca de no ser para fuera de nadie.

El empeño es construir un puzle con las cuatro esquinas del porvenir: la justicia, la educación, la sanidad, la igualdad

Los prejuicios se caracterizan porque seleccionan la información que corrobora esos prejuicios. Es lo que sucede con los gitanos, con los guetos, con Los Asperones. Semos humanos repiten sus personas de raza, que salen adelante con la ayuda de onegés como Incide y Mies. Hace un año la ONU denunció la falta de respuestas de las administraciones públicas, y su vacío de solución continúa mientras los sueños suceden en otra parte, y se proyectan rascacielos lejos de este callejón de atrás de la ciudad, en el que la vida se descose y a la que ignoramos de mirar y de saber.

Hace un año la ONU denunció la falta de respuestas de las administraciones públicas, y su vacío de solución continúa

Su realidad, su fragilidad, su fuerza. El tesón de quienes se entregan en sacar adelante las esperanzas que se pueden es lo que nos enfocan los latidos de las imágenes de Paco Negre. El sereno fotógrafo del silencio que observa, piensa, siente, encuadra, se sienta entre los claroscuros de sus figuras y dispara. Tango, soleá, seguiriya. A cada cual le asoma al rostro la luna en el fondo de un pozo de sombra. La alegría espontánea a contramano de la adversidad, el pájaro que de repente se escabulle al viento y abre sus alas.

Saray, Antonia, José Luis, Manuel, María Ángeles, Emilia, Juan Antonio, Luis, Francisco, Conchi, María, Santiago, José Antonio, Pedro, Custodio, Ángela, Rafaela, Reinier, Basilio, Luisa, Antonio, Dolores, Juana Andrés. Tigres, leonas, gacelas, un campeón, y la ternura de Ángela diciéndonos: Diferentes colores con un mismo corazón.

Las estrellas de la educación alumbran el futuro. Me dice convencido éste fotógrafo de lo humano y de lo social, de lo poético y de la honestidad, mientras recorro con él sus nidos de Negre.

La lucha por la dignidad lo que busca es ser felices.

Lo mismo que tú, que yo, que ellos. Nosotros.

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