Un par de zapatos colgando del tendido eléctrico

La Tiranía De Los Cobardes

UN PAR DE ZAPATOS COLGANDO DEL TENDIDO ELÉCTRICO

Puccini no murió de cáncer. Le sucedió como a la perra Laika, que no se llamaba Laika, sino que Laika era la raza, pero todo el mundo la llamaba Laika. Es cierto que Puccini fumaba como una chimenea, que se levantaba y se acostaba con un cigarrillo en los labios, pero no murió de cáncer. Le pasó como a Pavarotti. Que todo el mundo lo llamaba Tutto, porque salió al mercado aquel disco que se llamaba Tutto Pavarotti. Recuerdo que la gente decía cosas como: «Qué bien canta Tutto» o «Qué gordo está Tutto» o «¡Viva Tutto!», así, en un arranque de éxtasis melómano. Aunque, claro, el pobre modenés no se llamaba Tutto.

Pues con Puccini ocurrió un poco igual. No murió de cáncer. Murió de la cura del cáncer. Tal y como me pasó a mí. Cuando los médicos le dijeron que tenía cáncer y que la cosa no tenía solución, porque fumaba como un carretero, no lo llevó nada bien y decidió buscar una solución, aunque no la hubiera. Se dio una sesión de rayos X y unas horas después su corazón se detuvo. En cierto modo se suicidó. Tal y como hice yo. Y dejó inconclusa su obra Turandot. La última palabra que escribió de esta obra sin terminar fue «poesía». Tal y como acaba esta historia. Tenía 65 años. Yo, 44.

CAPÍTULO 1: EL TUMOR

El día se había abierto de par en par hacía horas, saliendo al fin del fondo de las montañas. Antes había estado nublado, pero volvió a despejarse en seguida. El sol se alzaba ahora sobre el mar picado, salpicando su oleaje de reflejos. Y aquellas palmeras, deslumbradas de cara al cielo y despeinadas, como viejas cuellilargas de pelambres locas, recortadas sobre el fondo de la bahía.

En el tendido eléctrico alguien había colgado un par de viejos zapatos. Bajé mi vista en dirección a una temblorosa señora que paseaba un perro gris, pelicorto, con unas piernas robustas, bien cinceladas, y una mirada peleona. Al otro lado del hilo telefónico mi amigo Juan, médico oncólogo.


«Aron. Debes escucharme muy atentamente… No, no… Eso no… Ahora no… No… Olvídate de eso ahora… No es momento… Tus glóbulos blancos han subido y bajado con una brusquedad bestial en un intervalo de tiempo muy corto… Espera… Escúchame… Shhh. ¡Calla, hombre!… Tienes la bilirrubina por las nubes. Ha dejado de circular. Así. ¡Pum! Tal cual. Tu serie blanca parece salida de un after… ¿Qué?… No, no… Estás demasiado delgado para que pueda ver con claridad tu páncreas. Además, hay mucho aire ahí adentro… Aunque, la verdad, no importa… Un momento… Disculpa… ¿Sí? Espere, por favor… Ya aparecerá, Aron… ¿Cómo?… Eso… Sí… Exacto… Escúchame bien. Hemos tenido suerte. Una suerte de cojones… Perdona… ¿Sí? Ahora mismo le atiendo… Nos ha tocado la lotería, Aron… ¡Qué me estás contando! ¿En serio?… ¿Y qué edad tenía? ¿Tan joven?… No tengo ni idea de por qué estás aquí… No… Esto, de lo que tu cuerpo se defiende, está detectado tan a tiempo que ni siquiera aparece en imágenes. Solo en los análisis de sangre, orina y heces. Es muy extraño… ¡Qué dices, Aron!… A estas alturas no suele haber síntomas… Sí…

Probablemente los vómitos, los temblores y las diarreas que tienes por las mañanas se deban a una infección, estrés, hábitos poco saludables o a alguna mierda que te hayan pegado… Deja de bromear, Aron. No digas tonterías… Esto es serio, colega. Esto es mucho más que serio. Esto es un cáncer… ¿De los malos? ¿Estás de broma?… Aún no sabemos dónde está. Si en el cerebro o en la punta del pie. Pero, vaya, apuesto a que está en el páncreas… ¿De verdad?… ¿Tan gordas las tenía?… Las probabilidades apuntan al páncreas. Por esa razón no aparece. Debe estar ahí escondido, el muy hijo de la grandísima puta… ¡Deja de reírte, imbécil!… No es un cáncer al uso. No. Este es de los peores. Es una mezcla entre Hitler y Damien. Además, está en una zona de tejido muy recóndita… ¿Si?… Un segundo, Aron… ¡Señora, le acabo de decir que en un minuto le atiendo, espere fuera, por dios bendito!… Ya… ¿De verdad?… ¡No me jodas!… ¿Cuándo?… ¿Estaba buena?… No, colega. Hoy no… Gracias… Exacto. Es letal y resistente de la hostia. Y tú has de ser letal y resistente de la hostia… ¿Cómo, sí, seguro?… Cuando el tumor comience a expandirse, a apretar los órganos colindantes, se te pasará al hígado o a los pulmones y entonces… Aron, escúchame bien, por favor. Este tumor va. Está yendo… ¿También, pero por qué, para qué?… Hoy no. Ya te lo he dicho… El cáncer está yendo, Aron. Va. Es un tumor rápido y letal de cojones y tú has de ser más rápido y letal que él».


Como un rescoldo de chimenea, siguió la frase intermitentemente activa en mi mente durante mucho tiempo, dando saltos y silbando en mi memoria, hasta hoy. «El cáncer está yendo, Aron. Va. Es un tumor rápido y letal de cojones y tú has de ser más rápido y letal que él». De súbito, la garganta se me atoró. Las sienes me iban a explotar. Me dolía mucho la cabeza y detrás de los ojos. Las ganas de vomitar me dejaron sin fuerza. Ese decorado que me rodeaba, torpe y frívolo, me separó aún más del mundo. Siempre pasa lo mismo. Siempre la misma broma. Nos equivocamos siempre dos veces: una a favor de lo que deseamos y, luego, otra en contra. De modo que debía ser más rápido. Más rápido y letal que él.  

 

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