Lo infinito

Cuando pensamos en el fin de las cosas es como morir una y otra vez. El final de una relación de un trabajo o un viaje. No es una muerte tácita como tal, pero si es el fin de una experiencia. Las experiencias es lo que forman nuestra vida y cada vez que una acaba, acaba un poco más o menos de nosotros.

El infinito no conoce fin es ilimitado no tiene fronteras y por tanto no puede ser numerado o medido. Continuamente estamos midiéndonos y midiéndolo todo, como si anduviéramos en una carrera de caballos para ver en que posición quedamos.

Es complicado que nosotros como humanos podamos comprender el concepto de continuar sin límites. Pedimos en ocasiones no tener fronteras, pero, en realidad, no sabríamos que hacer sin ellas.

Si realmente nos gusta medirnos y saber que valores tenemos. Utilicémoslo y comprendámoslo.

Si siempre queremos ser el número uno, debemos saber que, el número uno no es el primero ¡sorpresa! Es el segundo después del cero. Aunque camine erguido, recto y orgulloso como a veces suele ser este número. Sólo puede llegar a ser lo que es natural

Tampoco acepta ser primo, ya se sabe… Él no puede permitir que no le agradezcan o reconozcan sus hechos.

Pero en este viaje no podemos avanzar si no interactuamos con los demás. Debemos pertenecer a un grupo de números que, según sean opuestos o no, nos sumen o nos resten. Sin olvidarnos del cero. Todos ellos nos complementan y nos hace entero.

Conciliamos y estrechamos lazos cuando compartimos nuestras diferencias, a pesar de estar fraccionados en más de una ocasión. Siempre llega el momento de ser racionales, puesto que así nos obligan algunas circunstancias sociales. Aunque a la primera de cambio estemos en desacuerdo con el prójimo y nos convirtamos en seres irracionales.

No obstante, y tras esta pugna por ser el número uno, nos olvidamos de algo que tarde más o menos, nos encontraremos. Lo real. Bajo esta premisa ya no podemos hacer nada, ya que, lo real, se impone a nuestro bamboleo, abarcando todo lo demás. Pero como siempre, buscamos salidas. Y para eso, nos inventamos una vida.

Siendo un número uno, difícilmente, querremos salir de nuestra trinchera. Y a pesar de descubrir que no somos el primero, que siempre existe algo o alguien antes que nosotros (véase el cero), nos obstinamos en querer destacar. Y por ello, nos volvemos imaginario.

Lo imaginario y lo real no casa bien, por eso, intentaremos evadirnos de la no tan deseada realidad. Eso hace que nuestros encuentros con el resto de los mortales, a veces, no sean del todo lo que aspirábamos. Y al final, terminen viéndonos complejo.

El deseo de ser primero impide acercarnos a lo que nos gusta para ir detrás de lo que gusta a otros. No por ser el primero te asegura el éxito. Muy al contrario de lo que creemos, ser el primero no es nada. Deberíamos esforzarnos por ser el mejor. Ser el mejor es aquel o aquello que, con el tiempo, sigue dando los frutos esperados. Y no flor de un día.

Para llegar a convertirnos en los mejores, debemos tomar el ejemplo del cero. Este, llegó a convertirse en un número por derecho propio, el cero tuvo que luchar muchas batallas hasta ser reconocido. Esto dio un nuevo paradigma, que transcendió para siempre en nuestro sistema de valores. Al principio le costó ser admitido porque se asociaba a lo negativo, deudas, ruinas. No era nada. Y tras años de incomprensión, fue aceptado y valorado por su capacidad para ayudar al resto de los números a crecer, avanzar y multiplicarse. Y ahora ¿Cómo te mides?.

Yolanda León. Trabaja en Integración Social para Enfermos Mentales.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

0 £0.00