Los enemigos de Málaga II

Durante cuatro o cinco días del verano Málaga deja de ser la ‘Ciudad del Paraíso’, que describió el poeta y premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre, y se convierte en la ciudad del TERRAL: un aire caliente que se origina en la meseta castellana y nos invade, utilizando el Valle del Río Guadalhorce como vía de penetración. Rara vez alcanza los 35 grados, pero para los malagueños esa temperatura se hace insoportable, y les obliga a refugiarse en las playas o en alguna de las ventas de la carretera de Los Montes.

Una de esas noches en que los abanicos dejan de tener la menor utilidad, Teresa y yo decidimos huir de la ciudad por la antigua carretera de la Fuente de la Reina. La fortuna quiso que, a la altura del Seminario, nos llamara la atención un bar cuya terraza estaba llena de gente que, forzosamente, debían ser vecinos de la barriada. Una de las muchas barriadas que ocupan el extrarradio de Málaga, y crecieron de forma desordenada para acoger a las decenas de miles de malagueños de los pueblos de la provincia, que encontraron trabajo en los nuevos oficios que acompañan al turismo y a la construcción de una ciudad que, el año 1960 tenía 300.000 habitantes y hoy está habitada por 577.000.

Si hace seis décadas el interior de Málaga era un espacio agrícola
de secanos – si exceptuamos los deltas de los ríos, plantados de caña de azúcar – la nueva mano de obra estaría formada por camareros, albañiles, peones, ferrallistas, limpiadoras, empleadas de comercio, barrenderos, policías, cocineros, jardineros…. y todos los empleos que requiere una sociedad que ha dejado de ser rural y se ha convertido en urbana. Una sociedad que, acabada la II Guerra Mundial tuvo que emigrar masivamente a Cataluña y a la Europa industrializada porque la alternativa era el hambre.

Una joven nos trajo las dos cervezas que habíamos pedido y nos aconsejó sobre las tapas que podíamos elegir. Mientras, en una mesa cercana un grupo de hombres y mujeres hablaban animadamente. De la conversación pude deducir que todos eran vecinos de esta pequeña barriada. Gente sencilla que, probablemente, sólo había cursado la Educación Obligatoria. Todos ellos tenían un denominador común: habían abandonado su pueblo ante la falta de perspectivas para ellos y sus familias. Sus hijos ya habían nacido en Málaga, y su mayor aspiración era encontrar un trabajo. ¿Pero, dónde? Naturalmente en el sector de los servicios o en la construcción, los dos pilares que sostienen al 91% de la población empleada de nuestra provincia.


DOS MUNDOS IRRECONCILIABLES: EL TRABAJADOR Y LAS ÉLITES

La conversación de mis vecinos de mesa transcurrió por dónde suele transcurrir la cotidianeidad de quienes no han conocido otra vida que la de trabajar en lo primero que encuentran. La palabra ‘Universidad’ no se oyó ni una sola vez. La palabra ‘vacaciones’, tampoco. El vocablo ‘inmigrantes’ no lo oí en las casi dos horas que estuvimos allí. Sí se oyó la palabra ‘sequía’ en boca de un hombre que debía provenir de La Axarquía. Y otro comentó algo sobre la una Ley de Protección Animal que prepara el Gobierno. “Habrá que estudiar para tener un perro”, dijo el que parecía aficionado a la caza.

Mientras oía hablar a esta gente, – que viven ajenos a los debates que aparecen en los titulares de los periódicos -: el cambio climático, la guerra de Ucrania, la gentrificación de las ciudades turísticas, el avance de los populismos, la dependencia energética de Europa, el ranking de Shanghái, la globalización, las políticas de igualdad, la oportunidad o no de que Málaga cambie su fisonomía urbana dando cabida a edificios de 20 o 30 alturas…. sentía la mala conciencia de pertenecer a unas élites culturalmente privilegiadas que podemos influir sobre los gobernantes que, definitivamente, serán los que impongan las agendas políticas y económicas. Pensaba hasta qué punto las democracias no dejan más voz que el voto cuatrienal al 95% de la población. Y no pude menos que acordarme de los versos de Bertolt Brecht sobre las preguntas que se hace un obrero cuando lee la Historia:

“¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
En los libros se mencionan los nombres de los reyes.
¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?
Y Babilonia, tantas veces destruida,
¿Quién la construyó otras tantas? «

En mi modesta opinión una democracia de calidad requiere que se cumplan unas exigencias mínimas para que los representados no acaben desentendiéndose de la ‘res pública’, de la participación como ciudadanos activos e informados. La primera exigencia sería que los medios de comunicación públicos fueran totalmente independientes del poder político. Por supuesto que en España esa tentación jamás ha pasado por la cabeza de nuestros políticos. La otra exigencia es que la Educación sea de tal calidad que los ciudadanos sean capaces de crearse su propia opinión, ajena a la propaganda de los partidos políticos y de los grupos económicos que progresan a la sombra y con la protección del poder.

LOS ENEMIGOS

Aquella noche del terral, – mientras oía las conversaciones de unos vecinos que nunca podrán hacer oír su voz: los que nos sirven la cerveza y nos construyen las casas; los que mantienen limpios los hoteles y los que velan por nuestra seguridad; los que conducen los autobuses que permiten desplazarnos sin esfuerzo y quienes nos atienden en los lineales de los supermercados; en resumen, los que cargan con los trabajos más penosos y, muchas veces, peor pagados… – no podía evitar que desfilaran ante mi memoria reciente las portadas de los periódicos, los titulares de los informativos, las conferencias de los expertos, los anuncios de las agencias de viajes. Para estos malagueños su sueño no es más que tener un empleo, una casa y un bar en su propio barrio en el que hablar con los amigos.


Para quienes viven atrincherados en empleos y sueldos para toda la vida, mis vecinos de mesa en un barrio de los márgenes de la ciudad en aquella noche de terral, son los enemigos de todas las Málagas que podamos imaginar. Esta gente sencilla, que sólo aspira a trabajar de peones, a servir cervezas, a vender suvenir a los millones de extranjeros que nos visitan, a limpiar nuestros hoteles y nuestras calles, a poner en regadío el secano que abandonaron sus padres hace 50 años en el pueblo, a que sus hijos se compren un piso sin tener que hipotecarse para toda la vida, son la columna vertebral de nuestro mundo.

Pero, ay, nosotros, tan exquisitos que somos capaces de imaginar el horror de un rascacielos, la amenaza que para las lagartijas supondrá un campo de golf, la irreparable pérdida de la posidonia si el gobierno regional autorizara un nuevo puerto, el peligro de que una industria se
instale en nuestros apacibles entornos, el insoportable estrés de la flora y la fauna si una nueva presa nos garantizara el agua durante los años de sequía.

Nosotros, tan exquisitos, que llamamos ‘especuladores’ a quien emprende un negocio, a quien pretende crear un centro comercial, a quien arriesga su patrimonio invirtiendo en nuevos proyectos empresariales. Nosotros, siempre a salvo en nuestras torres de marfil, con la certeza de que un artículo nuestro en un periódico local paralizará cualquier proyecto que no se atenga a los parámetros de nuestra exquisita cultura universitaria, trabajosamente adquirida durante los años en que mis vecinos de mesa en un bar del extrarradio, se deslomaban desde los 16 años, suspirando por ser dignos de pasar la escoba antes de que nuestros viajados zapatos, que han recorrido medio mundo, pisaran las calles de nuestra ‘Ciudad del Paraíso’.

Quizá, el poeta León Felipe pensaba en estas élites que viven ajenas al sufrimiento de quienes el significado de ‘mañana’ nada tiene que ver con la costumbre de la ‘seguridad’ de los privilegiados:

así es mi vida,
piedra,
como tú
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera….

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

0 £0.00