Los ojos de Saura

De negro el Goya. Ese negro del pintor psicológico de la guerra al que desde su misma provincia honda el cine de Saura le sumó el tono sombrío del franquismo y sus cuervos, la violencia a la caza de las emociones con la naturaleza humana y su querencia de resolverse en el monte los pecados, los miedos, el ardor y la culpa.

Fallece Carlos Saura a los 91 años

Carlos Saura el narrador de atmósferas por dentro de lo que sus imágenes contaban, y como piel de mudanza de la misma imagen provocativa. Hay en ellas la cal de la pobreza de Pérez Siquier, también Carlos, y ese escepticismo irónico de Juan Goytisolo cuando trama sobre España. Nunca entendió la censura la inteligencia de su lenguaje crítico, perfecto en la estética,  en la marea de fondo y su zarpazo de pensamiento independiente y al costado, donde se fajan o se descosen la robustez de los boxeadores. 

Un cine Peppermint frappé en su metáfora de la sexualidad española, más de boite y espejos con luces rojas que de texturas y seducciones. Aunque él supo convertirla en un jardín de las delicias. Nunca fue un golfo este talento del Stres es tres, tres, y que se echó de compadre a Elías Querejeta, cómplices de historias, pero tuvo picardía pícara su mirada abierta, negra, inquietante y polisémica. Cómo luce ese brillo fauno en Ana y los lobos, y su envés en La prima Angélica,  dos ojos en un grandioso actor, capaz de una depredación desesperada y solitaria, y de una hermosa tristeza de profunda feminidad castrada. López Vázquez,  el vértice de una manera de contar el drama y lo prohibido,  lo secreto y lo aparente. Esencias igualmente de Paco Rabal en su pantalla.

Carlos Saura, junto con Elías Querejeta y Víctor Erice

Carlos Saura, un Freud a la española pero con diafragma ilustrado, y magia para contarnos entre una vida y otra los sueños que se esconden. Saura de nuevo con Goya en Burdeos enfrentándose a los fantasmas en sus lienzos, qué diálogo entre ambos maños y su manera de narrar los presentes, y lo que no se dice pero se sabe. 

De negro también el cine del flamenco a la luz del fuego rojo. Como la sangre de una Boda, como la pasión de Carmen, igual que el Amor brujo. El arte de Saura y el arte de Gades en tres bailes de raza y deseo, el lenguaje de ambos en un tablao de imágenes que son cuerpos,  de cuerpos que son palabras, de la música que los revela en estampas fotográficas, en naipes con los que uno al otro se echan el destino a través de sus historias. 

También con Lorca se puso Saura flamenco con su dramaturgia poliédrica de acentos y canciones acerca de la biografía del poeta del duende y de la violencia, retratado por la cámara de sus ojos en su obra con estreno en el Festival de Teatro de Málaga donde sí tuvo a tiempo Biznaga como talento de Renacimiento, y vuelta de fotógrafo al ruedo.

Escena de Carmen con Antonio Gades y Laura del Sol

De negro Goya un día antes de los Goya y el Goya de honor al director de la nouvelle vague española, aquel niño que pidió una cámara para besar con la mirada a una niña de la que briscaba enamorado. El director de la semilla de Buñuel que nos enseñó que la imaginación viaja más rápido que la luz, y que entre la memoria y la modernidad se podía hacer un Saura en  blanco y negro, y del color del corazón  Se nos va un maestro y el cine que empezó a cambiar España se vacía de almendros este febrero, tan libres ya de todo los ojos de Carlos Saura que pintó a Goya con su cine. Hoy los cuervos vuelan a media asta.

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