Los sueños no tienen plazos

Desenmarañando una vida de encantos y desencantos, continuaba argumentando que algún día mis sueños no serían solo una quimera, más bien una verdad.

Mi ya acostumbrado escepticismo a las sorpresas, no me permitía ver que aún te puedes topar con alguna que otra a pesar, de no ser prudente tenerlas.

A veces andaba, otras deambulaba y, aun así, mi diálogo interno seguía su camino coexistiendo juntos, cada uno por su cuenta. Trataré de no hacer trampas y acercarme de forma ecuánime a la realidad.

Pero la realidad llega con tantos formatos diferentes que, por muy espabilados que estemos, nos vuelve a sorprender. De manera consciente dejé entrar un soplo de aire fresco para ver si me devolvía un poco de oxígeno limpio, y dejar de respirar las toxinas acostumbradas que nos suelen rodear.

Quise jugar a la comba, un juego practicado en mi infancia pero que, en esta ocasión, la única cuerda que existía era mi indecisión a entrar en él o no. Hay que saber en qué momento meterse sin que la cuerda te roce la cabeza, ni te lie los pies. Un juego donde el corazón se activa y los pulmones se expanden.

Con una prudencia viciada y acostumbrada, di el primer salto. Mi corazón se había desacostumbrado a ello y mis pies temblaron unos instantes al abandonar, los ya habituados suelos áridos.

Mi contrincante estaba preparado para volver a recordarme, como disfrutar de manera apacible, gozosa y alegre las reglas del juego. Pude entonces encontrar de nuevo el deseo de la intrépida, valiente y osada que habita en mí.

No llega a seis lustros, de piel nevada como su tierra y de pelo bañado por rayos de sol. Su mirada es como viajar al cielo iluminado y traslucido. Sus palabras, a las que hay que saber interpretar en alguna ocasión, y en otras, solo intuir, contienen un grácil sonido.

Y al saltar juntos, te das cuenta que tu corazón aún late y tus pulmones se ensanchan. Que siempre es tiempo de recuperar viejos juegos olvidados, revitalizando algo que crees que solo les pertenecen a unos cuantos.

De nuevo mi acostumbrada prudencia se hizo presente, recordándome una vez más, que la cuerda del juego me podía liar los pies y caer. No caigo, no me lio, solo vivo, mientras pinto canas encrespadas entre mis rizos.

Pero el adagio se impone junto a la disparidad del tiempo, es inevitable. Sin embargo, no te cierra a la posibilidad de dejar que la vida te sorprenda de nuevo.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

0 £0.00