Miguel de Molina que estás en los suelos

Por los suelos acabó en Madrid en 1939 a causa de una terrible paliza y por los suelos está hoy parte de su recuerdo en su barrio de Capuchinos. Tanto en vida como casi tres décadas después de su fallecimiento, Miguel de Molina (Málaga, 1908 – Buenos Aires, 1993) sigue recibiendo desprecio e indiferencia, actitudes con las que tuvo que lidiar durante décadas y que le llevaron a abandonar su país para siempre. Soñaba con volver a bajar por la calle Dos Aceras y pasear por la Plaza de la Merced –“no me pienso morir sin ir a Málaga”, confesaba a los ochenta años desde su exilio en Argentina–, pero la vida se le rompió antes de cumplir con ese deseo. Como rotas están desde hace meses las piezas del monumento que en 1999 se instaló en su honor en la intersección de la calle Eduardo Domínguez Ávila y la Alameda de Capuchinos, a pocos metros de la casa donde nació.

Julio y agosto han pasado sin que la citada escultura, obra del artista Suso de Marcos, haya recibido atención alguna. Una de las dos grandes piedras cuadradas destinadas a enmarcar el rostro del ‘rey de la copla’ permanece arrumbada a los pies del monumento, motivo por el que los vecinos de la zona han iniciado una campaña en redes sociales para solicitar al Ayuntamiento que lo repare. Según sostiene en su cuenta de Twitter la concejala del Distrito Centro, Gemma del Corral, el Área de Cultura conoce el estado de la obra: “Me aseguran desde @culturamalaga que en breve se arreglará, estoy segura que será así y breve estará perfecta”, reza el mensaje publicado el 10 de agosto.

Fue a finales de los años veinte del pasado siglo cuando el malagueño, procedente de una familia humilde y de escasos recursos, comenzó a labrarse su carrera artística. Su maravillosa voz, su singular estilo interpretativo y su llamativo vestuario lo catapultaron a lo más alto, llegando a ser un admirado ídolo de la canción en todo el país. Nunca ocultó su homosexualidad y los aplausos resonaban allí donde actuaba, de Granada a Sevilla, de Barcelona a Valencia –donde se hizo empresario–, hasta conquistar Madrid. “¡Por fin la capital! Una noche, al salir del teatro, me encontré en un café con García Lorca. Me saludó afectuosamente y me felicitó por mi éxito”, escribiría en sus memorias.

Pero al tiempo que De Molina hacía suyas composiciones como ‘Ojos verdes’ o ‘La bien pagá’, estallaba la Guerra Civil. Su bando –no podía ser otro– fue el republicano, y tras la victoria franquista vivió permanentemente amenazado. Tuvo más suerte que su querido Federico y un pacto leonino con un empresario sin escrúpulos evitó que acabara en una cuneta. En 1935 decide no seguir a las órdenes de nadie y volar a su aire. Pase lo que pase. Una noche de noviembre, tres desconocidos lo sacaron de los pelos del camerino del Teatro Pavón para propinarle una feroz paliza al grito de “¡Por maricón y por rojo!”. La violenta represión franquista le apartartó de los escenarios hasta que decidió abrazar el exilio en Argentina, donde falleció a los 84 años en 1993.

Cementerio de Chacarita (Buenos Aires), donde descansan los restos mortales de Miguel de Molina y Celia Gámez

Miguel de Molina es a la copla y la canción española lo que Lorca a la poesía, aunque la reivindicación de ambas figuras no pueda ser tan dispar. Porque mientras año tras año se remueve la tierra de Alfacar para dar con los huesos del poeta, y tanto los lugares en los que vivió como los que visitó son protegidos por las administraciones de Granada, la única voluntad conocida por parte de los gobernantes malagueños ha sido tratar de repatriar sus restos para que descansen en su tierra natal. Eso sí, bajo una lápida institucional.

El actor malagueño Ángel Ruiz, ganador del Premio Max en 2017 por su trabajo en el montaje teatral ‘Miguel de Molina al desnudo’, ofrecía en una entrevista las claves del escaso interés que la Málaga institucional ha mostrado (y a la vista está que muestra) respecto a la protección y difusión del legado de uno de sus paisanos más universales. “Las instituciones se han preocupado mucho por traer sus restos a Málaga. ¿Y eso de qué sirve? Lo que sí serviría es hacer uso de su legado, que desde la Fundación Miguel de Molina está a disposición del Ayuntamiento. El legado de Miguel de Molina merece estar en un museo en Málaga. Esa sí que sería una buena manera de hacerle justicia. Su legado está guardado en cajones y baúles. Y es una pena. Y hay un montón de documentos, fotografías, poemas, vestuario… Una maravilla guardada en un cajón”.

Resulta curioso, a la vez que llamativo y triste, que su tumba en el bonaerense Cementerio de la Chacarita luzca a diario rodeada flores de admiradores anónimos que nunca le ha olvidado y que en Málaga pasen meses sin que se repare la escultura que lleva su nombre. Serán las cosas del querer.

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