Palabras de cine

Lo mejor de morirse es que tu nombre se quede encendido en la memoria nebulosa de todo, y con una palabra como clave.

Es el caso de José Luis Balbín, a quién tantos periodistas y espectadores del posfranquismo le debemos la transición del diálogo educado, inteligente, a fondo de los temas difíciles, abiertos sin censura de sombras, a la contra, plurales en los ángulos del debate como conversación donde encontrarse.

La clave de Balbín fue el cine de autor en los años en los que la palabra tuvo significado de foro, de conocimiento, de exploración, de foco sobre temas de interés general».

La política, la muerte, la religión, el sexo, la droga, el compromiso del intelectual, el espionaje, los suburbios, la conquista del espacio, los errores judiciales, los tabúes de una sociedad que empezaba su metamorfosis ideológica y social con la cultura como brújula, y que abordó también un futuro sin libros. No hubo asunto que Balbín y sus ilustres invitados de brillante dialéctica y dominio del tema no desenvolviesen, acomodados en las sillas Wassilly que ayudaban a la postura de las palabras apasionadas y meditadas, entre análisis con criterio y curiosidad de saber mejor y más, y el humo blanco del maestro de ceremonias que fue culpable de que muchos jóvenes de entonces nos echásemos a pensar en pipa, a debatir con ideas prensadas, una cerilla lenta y el cine como argumento y compañero de al lado.

Un cine diferente y con clase, liberado de censuras o con sus cicatrices -escogido por el agudo Carlos Pumares, uno de los mejores críticos cinematográficos- que además de educarnos a los espectadores era el respaldo del debate en aquel círculo artúrico de caballeros por el que brillaron Bernard Henry Lévy, Neil Armstrong, Truman Capote, Santiago Carillo, Fraga, Santiago Amón, Alfonso Guerra, Julián Lago, un entonces enlorquecido Ian Gibson, y muchas figuras sin faltarse a la razón, a los argumentos, a sus perspectivas, y sin una voz pisoteando a otra.

Cuánto hemos perdido de palabra y de debate en la sociedad y en el periodismo, tan huérfanos y necesitados hoy de aquella democracia serena y culta de la conversación»

Gracias al programa del 76 al 85 en TVE, y después en Antena 3 hasta alcanzar las 560 emisiones, que fue cita imprescindible y grabación de una televisión que además de entretener, educaba y abría al pensamiento la duda, la pregunta, la indagación, el consenso después de cuatro horas de pantalla en vela.

Sin el suspense de aquella sintonía musical de Carmelo Bernaola, se nos ha ido José Luis Balbín, seguro que a aquel UHF en el que seguir conversando para aprender y disfrutar.

Gracias maestro por aquel maravilloso programa tan francés, por la lección del buen periodista a la hora de escoger equipo y contertulios. Por enseñarnos a que no se apagase la pipa y que en la mano fuese pausa, ángulo y lápiz para subrayar en el aire la importancia del valor de la palabra y del debate de los que nos ha dejado para siempre la clave.

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