Sebastián Navas, en su exposición 'Viajes extraordinarios' en el CAC Málaga. (Foto: Álex Zea)

Sebastián Navas, el pintor de la sombra

Austero y sereno como un haiku de tinta china es Sebastián Navas cuando habla, cuando mira, cuando escucha. Si de repente una pregunta o un comentario acerca de un cuadro lo devuelven a su pintura sobre la que medita un instante. No sé si buscando el concepto de esa palabra de la que desea saber su presencia en la escena y en la luz que siempre suceden en sus obras que son Mundos flotantes, Paisajes de la Multitud o Viajes extraordinarios. El título de su última exposición en el CAC Málaga y en la que uno debía entrar ensimismándose en su mesa de trabajo, que más bien parece el vientre de su pintura. Esos suzuris de jade en cuya montaña moler las barras de negro de humo y empujar su espíritu al bokuchi del mar del que emerge la caligrafía plástica de la pintura oriental.

Mesa de trabajo de Sebastián Navas

La pintura es un espejo en el que el artista se encuentra como espectador de su obra, y nunca puede engañarse”

Transmite Navas (Málaga 1959) pasión intelectualizada acerca de su trabajo, de cómo ensamblar las piezas pictóricas a las que hallarle un sentido, o cómo resolver la fiebre que el termómetro de la pintura –así también la define- le indica alertándole de que algo malo duele dentro del cuadro, de un tema en el que lleva tiempo viviendo plásticamente. Lo mismo que intenta estar de acuerdo con la emoción de todas las huellas emocionales que ha vivido con la mirada y esboza en la libreta visual de su móvil. La moleskine del artista que retrata las diferentes naturalezas de un horizonte, y nos cuenta la intuición de una felicidad, de un viaje, de un relato húmedo con sesenta capas que sólo él conoce el secreto que en lo profundo de su paz esconden.

Joven en el bosque

¿Cómo mira un pintor paisajista el paisaje?

Yo estoy enamorado del paisaje. Cada día disfruto de la naturaleza que me despierta el interés de mirar su belleza, su misterio, su plenitud, y me ayuda a disolver mi yo, a abandonar el pensamiento y abrir las manos para convertirme en él. No me interesan la identidad, su localización, su composición geométrica ni tampoco su color.

Lo que me apasiona del paisaje es la magia de ese instante que me atrae antes de desvanecerse y me permite ser su silencio”

Un silencio que se escucha en sus escenas en calma. Sebastián Navas es un intruso que mira sin hacer ruido lo que desde fuera ve, convirtiéndose también en un personaje invisible dentro del cuadro donde íntegra su sombra, mientras se acerca a la orilla de una mujer al atardecer, o escucha y guarda las conversaciones entornadas al sol que también habla bajo, como las figuras que siempre están marchándose de sus paisajes. Diríase que es el espíritu de poeta de la impermanencia de Sebastián Navas.

Pájaros en el paraíso

Silencio y encantamiento de un movimiento detenido que es un truco de seducción, porque en las escenas de tus pinturas se percibe una transformación permanente, que algo continúa sucediendo después.

Soy muy sensible a esa impermanencia que representa la intranquilidad ante la fugacidad de todo, a la sensación de que aquello que estás viviendo se desvanece conforme lo estás experimentando. Y también es un reflejo de ese momento que viví al pasear por una calle, por una plaza, a asomarme al exterior a bordo de un tren, y encontrarme con esos personajes cotidianos de lo suyo, ajenos a mi contemplación y curiosidad, con ese destello de existencia que continúa fuera de mi mirada, lejos de ese tiempo atrapado en una fotografía que después llevo a la pintura y que mi recuerdo transforma no en lo que fue real sino en la huella que me dejó.

Sebastián Navas viaja en modo pintor y rapta cualquier paisaje a su paso. La belleza ingrávida de la mariposa de un instante grabado como un negativo de la memoria, que luego él nos susurra en tinta y en óleo, o haciendo con el estilo que desprende su trabajo con ambas un interrogante estético para los ojos del espectador acerca de si se trata de una técnica o de otra.

Caelum

Hace doce años dejaste el óleo, te adentraste en el sendero de la tinta y en la madurez regresas al primero, y tiendes puentes con el segundo.

Yo me indago, me realizo y me descubro en cada cuadro que llevo a cabo, y si eso no ocurre sufro. Es lo que me pasó en mi primera etapa con el óleo, y si uno sufre cuando trabaja la cosa va mal, nada fluye ni se desemboca en ningún sitio. En aquel momento de crisis llegó la tinta y me abrió otras posibilidades, me salvó y me ha hecho disfrutar mucho. Hace tres años para reservar las zonas de luz utilizaba cera de abeja diluida para que el papel escupiese el agua, y un día empecé a tocar con color la tinta china. Un punto de acuarela, una gota de acrílico, y eso me hizo descubrir que el óleo, además de dar un color, un tono de luz, hacia una reserva muy interesante porque donde metía el óleo podía dar toda la aguada de tinta que quisiese y no penetraba. Así que terminé retornando a mi origen pero de otra manera.

Ahora no utilizo el yo en el óleo. La tinta china me ha enseñado el proceso del color, a componer el tono, la textura de una atmósfera de la que no se sabe cuál es la piel”

Si tinta, si óleo, si jazmín. El lienzo de noche por el que caminar descalzo sobre esas estrellas marchitas que se desprenden del cielo y se transforman en el suelo en el cuerpo que siempre han soñado tener desde la figuración de nuestros ojos. Tuvo su época de estudiarlas, de observarlas desde un empinado ojo grande, ensimismado en los caminos del firmamento. Fue esté uno de los cuadros que llenó de aromas una de las paredes de la sala. Igual que si fuese la esquina de una tapia de andaluz blanco, el jardín de un planisferio.

De los mapas estelares a las carreteras, tan presentes en tu obra. ¿Qué representan para ti esos no lugares?

Las carreteras son un país en el que me siento cómodo, libre. No requieren de una explicación, de un nombre, y en su paisaje está todo contenido: el espacio, el movimiento, la quietud, el vacío, lo onírico, el suspense, su soledad, la fuga. A lo largo de nuestra vida transitamos por muchos caminos.

Ruta nacional 340

Pienso frente a esas secuencias de Navas en las carreteras cinematográficas de Jim Jarmusch, de Wim Wenders, por las que perseguir la escapada de un rodad movie, y escudriñar la aparición de un tipo solitario en la orilla de una recta deslumbrada, aguadando una esperanza descapotable, una camioneta en el sentido de la supervivencia y de los sueños.

La fuga se presiente también en los horizontes que tienen mucho de frontera.

Me encanta la mirada que se pierde en las líneas de fuga de los horizontes, el viaje sin destino que representan. Tengo la idea de hacer un día una exposición sobre la Nacional 340 que vertebra el litoral de Andalucía y que he recorrido muchas veces. Y me gusta esa sensación de frontera, de límites que están y a la vez se disuelven. Una frontera como la que existe entre el día y la noche y que es muy sugerente.

Los horizontes son una frontera en la que se encuentran el silencio y la promesa de algo desconocido”

 A veces son nítidas, en conflicto, armoniosas y otras veces no tienen personajes pero la presencia de la naturaleza humana está presente en una señal de tráfico, en un coche detenido. En lo que tiene de enigma del otro lado, de una dirección u otra, de un encubierto reposo.

Ingenio de San Joaquín

De nuevo la poesía de alguien que interpreta todas las formas en las que nos cuenta su historia el paisaje. El de sus barrios periféricos, aquel sin un detalle que lo delate, el que muta a ras de playa o en un camino de tierra con baches de lluvia violenta. El que serpentea los bosques con rumores de lirismo verde y senderos que se bifurcan borgianos y se derraman a un lado o en dirección contraria presagian el cruce con otras personas, con una luz con la sombra a sus espaldas. Incluye en sus mapas de caminantes los que están en calma a pie de las olas que rompen cuando al sol se le empieza a hacer tarde. La hora que más le gusta a Navas en sus lienzos donde se abrisa el silencio y existe una irrealidad enigmática que le confiere a sus figuras una condición de fantasmas que se entremezclan entre lo humano, y los imitan cogiéndose de la mano o de las palabras.

El camino está en nuestros pies, y nuestras presencias son fugaces, entre la sombra y la luz, como la vida”

Me lo conversa en medio el diálogo que nos une acerca de su obra. Desde 1988 no ha dejado de gustarme la calidad de su trabajo plástico, su personalidad sincera, fordiana en su tranquilidad reflexiva, las atmósferas cinematográficas de un lirismo melancólico en ocasiones, inteligente en su sosiego, espontáneas, fragmentarias, recreadas sobre la macla de lo real, y etéreas en la sensación de lo mágico. Recuerdo entre los espacios en blanco de sus cuadros otro paseo hace unos años, hablando los dos de lo mismo, y en el que de repente la hoja de un libro se nos acercó por el aire y se metió debajo del paso en arco, antes de caer la huella, de su zapato. Nos detuvimos, la liberó limpiamente, y descubrió que era una página de Cuaderno de Notas de Leonardo Da Vinci. Después de leérnosla por encima la custodió en su bolsillo. Sebastián Navas me confesó que su lectura fue como el consejo de un amigo que le ayudó en la crisis a la que entonces estaba dándole vueltas. Un apunte de lo real maravilloso, suficiente para un relato de Cortázar. Quizás por eso ha pintado las portadas en Siruela y en Anagrama de su amigo el escritor José Antonio Garriga Vela. La literatura vive también en su pintura.

La belleza

Lo mismo que busca hacer visible lo invisible de la identidad y sus abismos interiores, la fascinación de su enigma, a través de los rostros desdibujados, igual que radiografías de miradas emocionales que emergen entre dos espacios de tiempo detenido. De un lado inédito de la vida. Niñas, mujeres, de Beijing en un muro que asemeja una memoria de desaparecidos, un collage de seres y de escenas a los que emparejarles sus azules, y tejerles sus vínculos.

Baviera. Guang Dong. Berlín. Rincón de la Victoria. Las provincias de la luz donde sobreviven una casa, una estación de tranvía, una fábrica, con la soledad abandonada o a cobijo en el paisaje, y con las fachadas desfigurándose en cicatrices, como si fuesen fotografías secas de Richard Avedon. Y de fondo y en primer plano erguida, espectral, la cementera de La Araña que para él tiene algo de catedral metafísica.

Sebastián Navas dialogando con Guillermo Busutil (Foto: Sebastián Camps)

Hemos hablado de horizontes, de puntos de fuga, de fronteras, pero en tu pintura prevalece siempre la verticalidad.

Si es verdad, alguna vez me he preguntado porque está presente. En los ochenta eran figuras humanas, luego fueron las chimeneas, y ahora es el árbol que por otra parte tiene mucho de ser humano, de sombra, y de misterio. Esa sombra que tanto me fascina, que surge de la presencia de algo que existe y que me produce desasosiego y atracción al mismo tiempo.

El árbol tiene mucho de ser humano, de sombra y de misterio”

Es el personaje secreto de sus cuadros. La sombra en paralelo, de paso, a la intemperie, cálida, de medios tonos, en grises encapotados y con estrías de agua, en la levedad de un murmullo, como un silbido de la memoria en medio del deseo de la luz.  Qué bien pinta Sebastián Navas su atmósfera, su gestualidad y vibración en el espacio. Sencilla, sin amenazar, a punto de volatizar su presencia intimista. Igual que le ocurre a los paisajes en los que se autorretrata.

Sebastián Navas. Sensible, sutil, con una emoción sublimada y contenida en los verdes de los metafísicos, a cuyo tono ha regresado y desde cuya confianza se atreve con la ambigüedad del azul. Un pintor que acaricia con su mirada lo que ve, y su memoria convierte en escenarios en los que nunca deja de suceder el viaje, la brisa de una belleza, lo fantástico de la realidad de lo cotidiano y de lo que somos. Una huella que nos acomoda frente a lo que narra acerca de nosotros, y de las dos dimensiones del tiempo: el que contiene lo que sucede en el dibujo, y el de la pintura congelada sutilmente en la frágil quietud Hopper en cuyo interior lo que parece detenido tan sólo es la emoción de un espejismo

La pintura es una país con sus habitantes, y en el que cada pintor busca su territorio”

Sonríe con los ojos en el desenlace de nuestra conversación que suele quedarse con ganas de más, y se despide rumbo a la N-340. Salgo de sus cuadros, y busco un horizonte. Al silencio todavía le queda luz.

Travesía

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