Sísifo y yo

Mi vida es un continuo absurdo, vivo en un mundo de fantasmas, prisionero de fantasías sin sueños. Voy recordando, con precisión de notario, todos los lugares y hechos que tuve en esta vida en mi acostumbrado y permanente diálogo mental.

De nada me sirve seguir cavilando, hurgando y maltratando. Pues ya no hay camino de retorno. Me he convertido en un vagabundo de las estrellas. Busco sin cesar aquella que me acoja un día, una noche o, tal vez, algo más… una eternidad.

He mordido toda clase de realidades y ninguna alivió mi pesar. Deambulando por las calles a oscura y en completa omisión, descubría cada noche el dolor de mi silencio. Mi infancia, mi divorcio y más tarde, mi viudedad.

Permita el cielo que todo se acalle, que termine pronto este sin sentir que atormenta a mi conciencia sin saber, cómo huir de ella

Entre risas drogas y alcohol, pasé la mayor parte de mi existencia. Todo lo que me permitiera escapar de mí mismo, era lo conveniente. Mis hijos ausentes, mi trabajo intermitente y los amores, ¡ay los amores! Ellos iban y venían como alma que se lleva el diablo.

A veces pienso, si no estaré engañando a la muerte con mis juegos.

Ahora, en mi tercera etapa de la vida, me voy acomodando a cierto descanso insólito y desacostumbrado para mí. Ya no corro tras la sombra de la felicidad inventada.

Me siento a contemplar las ramas de los árboles, el susurro de sus hojas y el continuo trasiego de esos, a los que llamamos, ‘el mejor amigo del hombre’

En ocasiones, me dejo consentir por ciertas sustancias que estimulan mí ya, conviviente y conmensurable soledad. Más que un deseo o dependencia es el orgullo de no dejar de ser quién fui. Aún me extraño.

Pregunto a mis amigos, a los pocos que me quedan, sí me estaré volviendo raro. Entre risa, prudencia y respetabilidad, responden, que he resucitado como el ave fénix, chamuscado y despellejado, pero sigo aquí.

Temerario y disparatado he caminado por este planeta contagiado de la ingenuidad de uno de mis personajes mitológicos: Sísifo. Recurriendo al engaño en todas sus formas. Sobre todo, hacia mí mismo. Con la incomprensible gracia que me acompañaba. La suerte.

Mi conciencia no me abandonó del todo, a pesar, de tenerla embriagada la mayor parte del tiempo. Ahora me planteo, si de verdad tendremos ese bíblico ángel de la guarda, del que tanto se dice de él.

No solo el azar, la fortuna, la ventura, la casualidad o la fatalidad han contribuido a mi suerte. Hubo algo que se escapaba a la razón y que a todos nos llega o, llegará en su momento. La aceptación.

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