Un periodismo de resistencia

Cada vez más los valores se parecen a un tatuaje. Ese amor, consigna o promesa cuyo esplendor se disipa entre las arrugas de la erosión de la piel y el desvanecimiento de la fuerza del dibujo. Cada vez más los valores se parecen a una caracola que nos cuenta sobre una historia de lejos que ya no existe como marea.

Ocurre así con dos conceptos por los que muchos juramos su defensa y su ética. Libertad y prensa, unidas en una expresión de actitud y de militancia que celebramos hoy, un 3 de mayo tan goyesco en su mirada a pie y de frente a lo que sucede, y con esa vocación de contarlo o de poner foco en la denuncia.

Libertad de prensa conlleva independencia, pluralidad de pensamientos y de lenguajes, espíritu crítico y al mismo tiempo dignidad en su ejercicio, respeto de lo diferente, credibilidad del rigor y reconocimiento del estilo, de la labor, de los logros.

Libertad de prensa, dos palabras desarmadas por la sociedad de la sofistificación de la mentira, de la censura, y la dictadura del clickbait»

No existe lo que no se tiene. Es un querido mantra, romántico y nostálgico emblema, de una prensa que hace décadas no sucede en ningún frente, en ninguno de sus lenguajes -como mucho sobrevive en minoría, en blogs, en metáforas de bosques clandestinos, en algunas páginas de provincia que comienzan a deshojarse de talentos y talentes contestatarios e inconformistas- porque al igual que ocurre con la sequía entre el clima, las infraestructuras, la hipertrofia turística y nuestro derroche a la libertad de prensa la hemos dejado angostada, desértica, sin señal de lluvia fecunda y sostenida en el cielo.

Hace un siglo antes de nuestra distopía se inició la muerte de un género que planteaba preguntas a la versión de la verdad, decidido a enfocar el envés de la realidad y a contar historias. Los medios transformados en empresas económicas y de rentabilidades políticas. El tiro en el pie de la competencia digital provocada por las mismas cabeceras de papel ansiosas de modernidad. El resurgimiento del afán del poder por convertir la información en propaganda y el trabajo prescriptor, prohibiendo preguntas, y consolidando la figura de los comisarios políticos de la información que mantienen con sonrisas de cinismo afectivo y gremial los vetos y la censura. La arraigada tendencia de expulsar la experiencia, el conocimiento y el oficio de las redacciones en favor del adanismo, la inmediatez y el corta y pega. El abaratamiento progresivo del trabajo y de la calidad contrastada en pro de la precariedad. La sustitución de la calidad de página y de los columnistas con criterio solvente por los colaboradores gratuitos y la mera ocupación del espacio. El afianzamiento de la mediocracia alrededor del culto a los personalismos y su sanedrín.

El periodismo que ha de ser insumiso, independiente y riguroso en su mirada y en su talento no se lleva, no vende, es sospechoso e incómodo»

A esta certeza y a la lista enumerada y que sin duda es mucho más larga en errores, agravios externos y desprecios de nosotros mismos, podemos sumarle el acto de contrición que tan poco ejercemos en nuestra profesión y en voz alta pensar en debates preguntas incómodas acerca de

¿qué hemos hecho en realidad los periodistas para defender nuestra labor y la dignidad económica de nuestro trabajo?”

¿Hemos ido las asociaciones y sindicatos más allá de los comunicados de respaldo o denuncia testimonial, cuando se ha vetado a compañeros o estos han sido víctimas de acoso en sus empresas? ¿Acaso nosotros mismos no cerramos conscientemente, no siempre de cara, puertas de empleo y somiz dados a negar reconocimientos a quienes consideramos competencia o simplemente nos molesta su espíritu independiente o su brillantez? ¿Podemos afirmar con sinceridad que no somos clasistas de cabeceras y excluyentes con las periferias?

¿No es la rivalidad celosa más habitual que el compañerismo y la generosidad? ¿No somos muchos los que acreedores de una trayectoria echamos a la cuneta a veteranos y apostamos por tendencias económicas y políticamente de actualidad? ¿A ese mismo periodismo milennials no lo condenamos de antemano al pluriempleo, la competitividad más insana y al desencanto? ¿No contribuimos a la tabla rasa del todo es bueno en lugar de exigir estilo y excelencia? ¿ Qué responsabilidad tenemos en convenir disfrazar los plurireportajes por dinero como una forma de periodismo veraz? Seguro que hay compañeras y compañeros que podían sumar más argumentos, experiencias y razones a esta lista tan poco gratificante pero vergonzosamente muy real.

Un periodista es un contador de historias que inquietan, emocionan, y hacen pensar acerca de los múltiples rostros de la duda y de la verdad»

Es imposible negar que este principio de la profesión únicamente sobrevive en el alambre de las complejas sociedades de suscriptores o en emprendedores y acrobáticos medios digitales, o se extingue desangrándose. Pesan demasiado las evidencias de la agonía de un maravilloso y enriquecedor oficio de mundos, últimamente más amenazado por la Inteligencia Artificial, a punto de hacerse presente con manipulaciones de la veracidad, sin ética alguna y voraz en la destrucción del empleo en el sector del periodismo. Está claro que no tenemos mucho que celebrar, qué en el realismo sucio que nos acota y empobrecen de poco sirve reivindicar lo que no hemos luchado, y en cambio hemos contribuido a la derrota del periodismo que fue y del que seguimos enamorados en blanco y negro.

Lo que nos queda es celebrar el compromiso de ejercer, hasta dónde y cuando sea posible, la digna resistencia de un periodismo con toda la calidad y libertad que cada cual teja, asumiendo las consecuencias y peajes. Ese periodismo, es el que se merece hoy su celebración, digamos casi clandestina, con el propósito rebelde y utópico de que contribuya a ser una brújula en mitad de la niebla, frente a los peligros del pensamiento único, y la disolución de los horizontes en la dictadura de una casa de los espejos.

Sin periodismo la democracia carece de conciencia y de una voz que la defienda»

Se lo debemos a Chaves Nogales. A Julio Camba. A Albert Camus. A Kapuściński. A Carmen de Burgos. A Beatriz Cienfuegos. A Lee Miller. A Joan Didion. A Gay Talese. A John Reed. A Khatarine Graham. A Benjamin Bradlee. A Miguel Delibes. A Manu Leguineche. Al periodismo cultural. Al periodismo literario. Al periodismo de cercanía. Al periodismo con mayúsculas y con tamaño humano.

Hoy 3 de mayo, 93 cumpleaños de Juan Gelman, periodista y poeta revolucionario y convencido de escribir para resistir con las palabras, podemos recordar que como dijo: «La palabra es una herramienta de la lucha».

A su consigna me sumo, porque para mí también la palabra es el pájaro de un sueño, la palabra es la aventura de una idea, y la palabra es la memoria y el interrogante de la verdad, de la duda, de lo vivido.

2 Comments

  1. Juan Gelman estaría de acuerdo si a tu lista yo añadiera a Roberto Arlt, un periodista que con prepotencia de trabajo dejó constancias críticas, en sus aguafuertes y en sus novelas, de una época donde la distopía que hoy nos agobia comenzaba a crecer.

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