Una librería deslumbrada en negro

Un fantasma entre los libros. Huidiza su tristeza de aire y plomo, en sus manos abre los volúmenes y las páginas se convierten en humo. Huele a letras ahogadas por el incendio o por el agua que leyeron de arriba abajo la librería. No se detuvo la voraz lengua roja a pesar de la Literatura defendiendo sus libros de las llamas. Palabras hermosas en coraje de guardia. Sintagmas en estocada croisé contra la lumbre, y todas sus metáforas de la libertad y de los sueños haciendo arresto contra el fuego. Nada más entrar en las entrañas calcinadas de Proteo su atmósfera es escombro entre ascuas. Se te llenan los ojos de cenizas que todavía gimen y crujen.

En el suelo yacen volutas de adjetivos, sujetos bocabajo, verbos con su fuerza amputada, una historia partida por el vientre, la mano tendida de un poema con los versos agarrotados.

Detalles del incendio en el interior de la librería Proteo

El fuego ha dejado su firma. Igual que un viejo delincuente eficaz en su oficio. La palabra que lo nombra no quema pero su espectro aparece siempre con sigilo. Un instante de llama le sobra para extender su violento abrazo que todo lo quema y lo consume. En Proteo ha dejado la cicatriz irónica de su rúbrica al pie de la escalera por la que descendió su ímpetu, celebrando un botín que nos ha dejado sin lecturas la primavera. No hay estantería en la que no exista de frente o de flanco un difunto con solapas negras. El título de su blasón encuadernado como un epitafio de Rimbaud para un cadáver entre las flores como brasas. Arden mal los libros, escribió combatiente Manuel Rivas, pero de asfixia también mueren.

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Sira. Trigo limpio. Los cuatro vientos. Mi cuerpo también. La mañana imaginada. La escritora. Thomas Nevison. Agahthe. El juego del alma. Donde cantan las ballenas. El huerto de Emerson. El Tercer País. Cuerpo de Cristo. Breve tratado sobre la felicidad. Cuaderno de Choisy. Lo que estábamos buscando. Risas al punto de sal. La vida de las luciérnagas. Y como un presagio: Tempestad en vísperas de viernes, Infierno en el paraíso. Promesas narradas a mano y de cuyo interior no escucharemos sus labios. De pronto gritó la voz del agua, y entre las sombras del siniestro La mitad fantasma.

De perfil, con las manos en los bolsillos de su abrigo, sin identidad su rostro, observando en el ángulo de la derecha de una fotografía los nombres de sus supervivientes. Londres 1940. La biblioteca Holland House en ruinas por las bombas de la Luftwaffe, y su aliento explosivo. Siempre vuelve al lugar del crimen el asesino. Harrison/Fox lo sorprendió entre los encargados catalogando ecos de voces sin apagarse del todo. Nunca imaginó Jesús Otaola que esta fotografía enmarcada en su despacho, encima de su cabeza, sería un día una tragedia en su establecimiento de cultura, a la vez que

La esperanza de que la luz vuelva a encenderse en la librería».

Foto: GB

Proteo es un paisaje humillado después de la batalla. Goytisolo, Marsé, Caballero Bonald, Susan Sontag, Oriana Fallaci, recorrerían con la mirada apretada y plegarias en blanco y negro este drama con las tripas abiertas. Todo lo saqueó el fuego, ya sabemos que no hay secretos para sus zarpas. Abrió en canal el techo. Descolgó los focos y dejó su balanceo ahorcado de cables ignífugos. Cubrió con su aliento derretido y petrificado todos los libros que encontró a su paso. Bajo las pavesas de olor oscuro los restos de El camarote del capitán, y los despojos de Trabajo. El que cuesta escribir con respiración, reloj y espuma de lenguaje historias incombustibles. Viajes más allá de la lectura.

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“Mucho trabajo de más de cincuenta años de pasión y de empresa de lectura de esta librería que fue frontera entre la literatura prohibida y las promesas de La Transición”.

Ese fue el origen, el empeño, la labor de uno de sus creadores, Francisco Puche. Prometeo y Proteo, junto con la sevillana Antonio Machado de Alfonso Guerra, fueron las dos históricas librerías de aquella época en la que de verdad leer era derribar molinos. Qué gran recuerdo guardo, gracias a Javier López, de ambos intelectuales con fondo de trastienda y pasaportes de mundo en aquella conversación a tres en El Encuentro Nacional de Libreros de 2018 sobre Dos caballos aparcado en una esquina con libros clandestinos y otras delicias de sus transgresiones.

Francisco Puche, G.B. y Alfonso Guerra (Foto de Belén Vargas)

Un año antes formé parte del Jurado del Premio Cultural de Librería concedido por el Ministerio de Cultura que le concedimos a Proteo Prometeo. Estaba feliz al otro lado del teléfono Jesús Otaola, su director de los últimos años y de una etapa en la que el Colegio de Arquitectos de Málaga la había premiado por su remodelación de su interior, con la Torre musulmana del siglo XIII de la antigua Puerta de Buenaventura y su apuesta por electricidad de origen solar, con paneles instalados en la terraza del edificio. Pocas panorámicas de la ciudad y de la marea de su futuro, como el libro abierto del poema de Aleixandre. Revoloteó en su azotea, el pasado siete de mayo, el chillido de llanto de las gaviotas y de las palomas. No hubo ese azul de mañana gorriones de marcapáginas, en busca de palabras desmigadas entre los dedos.

Foto: GB

Con cada libro quemado un lector ha perdido sus alas. La literatura navega estos días con su bandera Espronceda a media asta.

La tristeza es de todos, y nuestro abrazo de cerca, de lejos, de gremio, es para Pilar, para Paco, para Jesús y también de abrigo a cada uno de los trabajadores que en Proteo Prometeo nos han buscado un título, y en su ausencia nos han propuesto otro mientras llegaba el encargado. Mujeres y profesionales, tripulación entre cubierta, máquinas, proa y de su librería las mejores brújula de lecturas para nosotros. Natalia. Vanesa. Inmaculada. Susana. Gema. Jonatan. Ismael. Carlos. Reme. Miguel Ángel. Pepe. Sus nombres son de Málaga y por encima de sus mil tabernas pertenecen al linaje de todos aquellos que reconstruyeron los mundos entre nuestras manos, a pesar de las hogueras que arrasaron en Nínive la Epopeya de Gilgamesh. De las piras de fe de Girolamo Savonarola o de las del cura Pero Pérez que condenó la caballería de Alonso Quijano a la candela. Lo mismo que en la novela de Bradbury fueron reos de las llamas Los viajes de Gulliver; La República de Platón: El libro de Job; Byron, Shakespeare, Confucio. Es incombustible el fuego cuando tiene a mano el conocimiento rebelde y la imaginación del hombre.

La cultura, la política y sus clientes se están volcando, cada cual a su manera. La prensa y los actores han arrimado solidarios el hombro y se va extendiendo la consigna de aunar todas las manos que se puedan en una campaña del periodista Héctor Márquez para comprar libros #TodosconProteo #TodosconPrometeo. Pero necesita la librería que todos participemos de la manera más directa y efectiva en la medida de lo posible. No sirven los volúmenes calcinados como objetos de coleccionistas ni de saldo sentimental de segunda mano. Los que parecen salvados se irán descomponiendo por el humo entre sus frases. Otros se desmoronan cuando quieres por su dignidad cerrarles los ojos. Lo urgente y eficaz es la voluntad de escritores, de artistas plásticos, de músicos, profesores, arquitectos, ciudadanos de a pie con un libro para andar en el bolsillo. Su naufragio se ha cobrado casi un millón de euros en ejemplares, y el balance de daños no deja de sumarse por columnas. Doy fe, lo he visto convertido en detective CSI por el ojo de Juan de Dios Villena.

No sabe leer el fuego. No tiene voz dentro de las palabras. Es incapaz de vibrar sus secretos y su belleza. Su única manera de acariciar sus formas, de embriagarse de ellas, es escuchando su grito silencioso debatiéndose a ciegas entre las llamas. Danza el fuego y consume su deseo de lectura hasta que abrasa la última línea de la escritura, desmayada en los renglones que han perdido su equilibrio y su latido. Lo escribí para el prólogo de la fantástica exposición Fénixa de Charo Carrera en 2015. Una poética y plástica biblioteca del fuego con trabajos sobre lo terrible, la metamorfosis y el ave fénix. Entre todas sus piezas, El libro negro en el que la noche de todos los fuegos, el fuego, se transforma en una mariposa azabache. Su símbolo sirve de esperanza para Proteo y para nosotros. Es la certeza de que

“De las cenizas han renacido siempre los libros. En cada libro hay un Ave Fénix para cualquiera de nosotros como lectores”

Escultura Libro negro. (Charo Carrera). Archivo Municipal 2015
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