Una pelota en mi terraza

Hace un par de semanas irrumpió en mi terraza una pelota de fútbol, un balón de cuero. Desde el primer día que llegó estaba esperando el sonido del timbre para cogerla y devolvérsela a su dueño. Pero no, a día de hoy, nadie a venido a buscarla.

Sentado observándola el otro día me dí cuenta que nadie iba a venir a por ella, que la habían abandonado. Y no está fea ni vieja, que va, está estupenda, pero al parecer los niñ@s de hoy en día no buscan los balones que empeñan, supongo que su dueño disfruta ya de otra nueva. Y así con todo.

Ya no se buscan las pelotas perdidas, ni se hereda ropa del hermano mayor (aquellos vaqueros con las marcas del dobladillo), apenas se repara el calzado, ni esperamos a que algo se rompa para comprar algo nuevo. Y repito ‘algo’ porque el qué es lo de menos, el comprar es lo de más.

Es curioso que una pelota me una a un recuerdo de hace unos 15 años, cuando mi sobrino le pedía a mi hermano Jordi que le comprase un balón nuevo teniendo otro. Supongo que Olmo recordará todavia el sermón que le soltó su padre primero y su tío después. Creo que no volvió a pedir un balón en su vida.

Lo fácil, si el dinero te da, es comprarle el balón y no tener que sentarse a explicarle y hacerle consciente de lo que cuesta todo. Es el camino corto.
Ahora la pelota está en nuestro tejado, es la generación del ‘todoahoramismo’. Hay que enseñarles a valorar lo que tienen, a cuidarlo, a esforzarse, a desear algo, a esperar y saborearlo después. Son lecciones necesarias en el mundo del consumo.

Aún recuerdo lo que me costó ahorrar y comprar mi primer vinilo, como lo deseé, como lo disfruté después, parece que suene ahora, parece estar en el aire esta noche.

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