Una segunda oportunidad

Llevamos años debatiendo, en las administraciones públicas y en los medios de comunicación, la necesidad de diversificar la economía malagueña.

Entre tanto, unos acaban estigmatizando al turismo, nuestra principal industria, mientras que el recuerdo de la lejana gran industrialización de la provincia, en el sector siderúrgico o textil, por número de empleados y empresas, nos sitúa en un escenario quizá desfasado.

En el caso del turismo, la pandemia obliga al sector a mirar más allá del corto plazo. Otra es que lo haga y abandone el turismo intensivo. Si en la crisis financiera de 2008 la construcción pasó por una inaplazable reconversión, que parece ha calmado su querencia por las burbujas, el turno hoy es del turismo. Esperemos que haya reflexión.

Y si hablamos de la industrialización fabril de antaño (sin entrar de cómo empezó, sobre todo la pública) hoy por hoy nos es posible, por muchas razones, pero la primera es por la digitalización de la economía. Los Alcatel de antes son ahora nuestras empresas digitales interconectadas con base local (tenemos el ejemplo de Freepik).

Imagen de Freepik

Aquel sueño de muchos trabajadores que fue Intelhorce y que acabó en pesadilla nutre esa nostalgia de un tiempo pasado que siempre fue mejor.

No obstante, la pandemia ha abierto una rendija temporal por la que ese pasado se hace presente.

La altísima dependencia de la producción exterior de bienes textiles sanitarios (mascarillas, equipos protectores, batas, etc) y la carencia de mercancía en el mercado internacional, la lentitud en el servicio de pedidos o básicamente el aumento de precios (por la alta demanda o la especulación), convirtieron a pequeñas empresas locales en imprescindibles para nutrir la producción nacional.

Cuando la pandemia llegó Alozaina, Cuevas Bajas o Álora estaban allí. Mejor dicho, aquí. En esos tres pueblos malagueños existían empresas textiles, a punto de un repique, que se hicieron imprescindibles.

Texlencor, empresa textil en Alozaina

Llegaron los pedidos y comenzaron las contrataciones, que en números absolutos pueden parecer menores, pero cuando se hace el cálculo porcentual estamos hablando de rebajar el paro de los pueblos en un 20 o 30 por ciento.

Así que se hizo realidad lo de que en tiempos de crisis surgen oportunidades.

Pero una vez que el mercado se ha estabilizado en precios, la producción exterior o grandes operadores proveen los pedidos y la demanda está controlada, estas empresas han vuelto a la casilla de salida. Sin embargo, esta vez no debe ser como en el pasado.

Muchos pueblos de nuestra provincia vieron cerrarse decenas de cooperativas textiles, sufrieron cómo empresas llevaron su producción a países con sueldos más bajos para abaratar costes y aumentar beneficios, vieron, en definitiva, cómo la salida laboral de muchas

mujeres (un sector feminizado en la mano de obra trabajadora, masculinizado en la dirigencia) se desvanecía.

No debe repetirse la experiencia. Por eso, alcaldes de estos pueblos se han movilizado contra el cierre o declive de las empresas textiles locales.

Todavía con más argumentos porque el golpe de gracia a esta oportunidad ha sido que la Junta de Andalucía haya suspendido pedidos a empresas que subcontratan la producción a estos talleres.

Antonio Pérez, alcalde de Alozaina, encabeza esta ofensiva institucional para reclamar a presidentes del Gobierno, Andalucía y la Diputación de Málaga que el sector no dé su última puntada.

La propuesta es convertir esta producción en una actividad de interés estratégico. Esto es, protegerla porque es determinante para nuestra seguridad y soberanía sanitaria.

Si las pandemias son guerras, la producción de productos textiles sanitarios debe ser tan estratégica como lo son la ciberseguridad para protegernos contra ataques informáticos.

Si los poderes públicos deben intervenir en el mercado, que deben, que sea por razones como ésta. Miles de personas de las zonas menos pobladas, menos dinámicas y con más dificultades reclaman su derecho al futuro.

Unamos ambas necesidades: este país precisa disponer de reservas propias para proteger a su población ante futuras pandemias y la España despoblada puede ser la ubicación perfecta de industrias, de diferente tamaño, que provean al Estado y las comunidades autónomas en situaciones de emergencia y en su actividad normal.

Seguro que los precios de los bienes serán más altos que los importados. No tengo duda. Necesitamos una industria estratégica de salud en todo su espectro (investigación, desarrollo de productos, producción) apoyada por los poderes públicos. Y quien vea fantasmas de industria subvencionada que le eche un vistazo a las subvenciones que reciben sectores como el automovilístico o tecnológico. Las grandes estrategias de desarrollo están alimentadas por el dinero del sector público.

El respaldo a estas empresas representará para estos pueblos muchos empleos, aumento de la demanda de servicios en ellos y de una rebaja de otras medidas de subsidios o ayudas, excusa usada desde siempre para estigmatizar unos territorios que aportan al bien común (alimentación, producción energética, por ejemplo), como hemos visto en esta crisis, al tiempo que soportan la indiferencia de los centralismos políticos y económicos.

Si de verdad importa la despoblación, en el caso de la Diputación de Málaga, ya tiene encima propuestas socialistas para cooperar con estas industrias locales. Existen múltiples fórmulas para mantener e impulsar el sector textil en la provincia, recuperar, de otro modo el sueño de una Málaga industrial diversificada que no solo entregue su futuro a la industria de la felicidad que es el turismo. El tiempo dirá.

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