«El color no es, está»

Lo dice zen. José Manuel Cabra de Luna (Málaga 1949) respira el peso de la frase y la dibuja precisa en la levedad del aire con un pincel de agua. Al escucharla cada cual pensará en un color. El rojo es el que yo veo cada vez que celebro conversar con este pintor, poeta, presidente de la Real Academia de San Telmo, coleccionista, filósofo del arte y con un vasto conocimiento vertebrador de su obra y de sus pasiones que son las agujas de su brújula. Pintar, escribir, mostrar. Las tres que dan título a su última exposición en la galería Javier Marín, abierta hasta el 20 de octubre y donde 26 años después de exponer en La Feria Internacional de Grabado (Estampa) se hace presente el aforismo de Elías Canetti con la que la tituló.

Sólo por los colores merecería la pena vivir eternamente”

Para él son ventanas, vocales, el jardín de Heráclito, la antología de sus apellidos en un solo trazo, que en el fondo es como sintetizar en una línea recta el Círculo de Goethe. Igual que el mural de 16 metros que redondea y ahonda la perspectiva de la sala, cuyo suelo también es un metafórico reflejo de la geometría de su obra y de este «101 cuadros» poderoso, efímero, tal vez mudable.

¿La geometría del color como principio y cómo imán?

Yo soy un artista que tiene el defecto de estar viendo plástica, leyendo plástica, pensado plástica siempre, con todos los sustratos informativos y formativos que han ido definiendo mi obra. Con este mural quería tomar un sitio desde la distancia para que el cuadro se le metiese dentro al espectador, que lo atrapase desde su impacto y le sugiriera lo que su percepción de la pieza le emocionase o le hiciese imaginar. Ahora que hay tanta construcción estaría bien que un promotor o un arquitecto se atreviesen a llevar una pieza como ésta a sus edificios, en la que la geometría del color de la obra abstracta tiene tanta capacidad de crear un espacio dentro del espacio, y tiene tanta fuerza de atracción.

Una pieza que parece mirarnos a nosotros, invitarnos a agitarla como si fuese un caleidoscopio.

Guillermo Carnero decía que la geometría es la imagen de los dioses que nos miran, y en ese sentido también la pieza nos observa, nos propone. Espera el movimiento de nuestra emoción.

¿El color es entonces emoción o pensamiento?

El color no es una filosofía, aunque Mondrian se pelease con Van Doesburg porque introdujo la línea oblicua, acusándolo de haber traicionado la pintura que eran líneas verticales y horizontales.  El color en el fondo es una trampa del ojo. Es una reflexión de la luz con mayor o menor intensidad. Y si no hay luz no existe. Lo importante es la capacidad de transmisión emocional que puede llegar a tener, y cuyo propósito no es contarnos nada, sino simplemente, y es mucho, conmovernos.

El color no es, está. El color es forma. Su ser es situacional».

Cuenta Cabra de Luna que cuando el pintor Manuel Hernández Mompó le dijo a su padre que quería ser pintor, éste, que era profesor de Bellas Artes en Valencia, le dijo que aprendiese a dibujar, porque el color no se aprende, ni se estudia. Lo tienes dentro o no lo tienes. Hay artistas como Picasso a los que les produce miedo, y otros como Matisse para quien el color lo es todo. Igual que para Mondrian, Kandisky, y para Sonia Delaunay, para él la más moderna, la más versátil en su dominio del ritmo del color y de la forma. Veo su obra impregnando la de Cabra de Luna, y su fascinación por esa combinación de forma y color en las corbatas que suele llevar con elegancia.

Del orden del Círculo de Goethe a las variaciones de líneas en un grabado que asemeja una danza del bambú, las huellas de los trinos de un pájaro.

 Esta obra me gusta mucho. Es el equilibrio en el caos. La dificultad reside en conseguir que las líneas se no se agolpen ni se separen. No tiene una ortogonalidad ni tampoco una dispersión en capas. Es un sutil aguafuerte en un papel chino muy ligero, como una piel para la plancha, en el que busqué darle cierta dulzura a la obra ante la mirada del espectador. Y sí que sugiere esas imágenes de la sensibilidad de las que hablas.

Me gusta pintar con lápices no apuntes, sino una obra final”

Vuelve Cabra de Luna a conversar sobre los materiales con los que alquimia o peina el color. Habla de los concretos suizos como Paul Lohse y Max Bill, y también de formulaciones matemáticas: 1,2,3,4,5 / 5,4,3,2,1. Él no hace nada de eso. Le inspira más el trenzado de un salvamanteles que le regala una nieta, y lo conduce a una acuarela, luego a un acrílico, siempre con el nueve y la medida de 23×23 que es la medida humana. “Viste bien la pared, dialoga cómoda la pieza con el ojo”. Y de ahí al lápiz, al juego, a la magia de crear una pieza que es una maravillosa tabla periódica del pantone de 21 colores.

¿Cómo pasas de las composiciones frías del color a una pieza como ésta, que parece un poema visual?

 Se me ocurrió hacer una obra gráfica con una retícula y a cada color ponerle el número a la izquierda del ángulo superior izquierdo, y en el ángulo inferior derecho la letra de color. Cuando fui con el registro de colores al taller de Christian Walter, el mejor maestro de serigrafía que vive en Belicena, un pueblo que se confunde con Santafé, nos dimos cuenta de lo bonito que era en realidad el registro, y entonces le sacamos ese toque de temblor en la línea para que el color estuviese más vivo, con más textura. Es una obra muy conceptual y muy fresca. Y tuvimos claro que también funcionaba como ilustración del cartel expositivo.

El silencio y el vacío como formas de la nada”

Es el título de una conferencia que ha impartido hace poco en Ronda. Me la refiere cuando al ver la pieza que preside la escalera que desciende a la sala del sótano, donde la austeridad del recogimiento sustituye al color, le preguntó si es el puente entre la palabra y el silencio, citando a Valente, unos de sus poetas de cabecera, y pensando en las características diferentes de las obras de una sala y otra.

«Este cuadro parte del descubrimiento en Toulouse de un material indio de la Edad Media, con el que las mujeres trabajadoras tintaban sus telas en un suave tono entre lila y añil, y que se llama pastel. Con él se pueden hacer tejidos, jabones o cuadros como éste donde tracé las cuadrículas y después le di unos secados para quitarle la densidad de masa de color y favorecerles una atmósfera, y al mismo tiempo una armonía».

Una pieza de 450 casillas que parecen naipes de espaldas a los que darle la vuelta con la mano izquierda y sorprenderse con la sugerencia de un destino, o la revelación de un secreto. Ninguna de las obras de Cabra de Luna posee la certeza de un único significado. Para mí son polisémicas, según el ánimo imaginativo de la mirada o el fondo de conocimiento. A su hacedor lo que le importa es su potencia plástica, la premisa de la poética que siempre trabaja desde el intelecto, la precisión y el sentimiento contenido. Y que a quién las observa se les despierte una emoción indagatoria.

La abstracción es la liberación del arte hacia lo desconocido”

Cuadrados, triángulos, círculos, cubos cuyo volumen es el color o es el vacío la forma del misterio de su belleza. Piezas de un exquisito rompecabezas de ensamblajes y de fugas a las que interrogo Rubik, mientras Cabra de Luna evoca al grupo Memphis de Milán y a los muebles escultóricos de Ettore Sottsass. Es su erudición desenvuelta y amena la que hace de hilo de Ariadna a través de la geometría que desemboca en una pared con pequeños cuadros de lápices de colores y acuarelas. Los materiales caseros con los que sobrevivió al naufragio del Covid.

En estos cuadros no hay ruido, parecen haikus de la serenidad y del silencio.

Con esta serie, fruto del Covid y el confinamiento, pretendía esa sensación zen, de recogimiento e intimidad, y además representan el juego de hacer no haciendo. ¿Ves que parecen una retícula rellenada por un color acuarelado?, pues no. Son un juego de líneas invisibles hechas con un lápiz duro, y humedeciendo cada cuadrado hasta conseguir el punto exacto que me permitiese tocar suavemente y conseguir que el color se expandiese y se unificase. Otros son una mezcla de color y de tinta china con un exigente pulso de la sombra, esa sombra que aparece y se va, y que representa la sabiduría de la respiración que es tan importante para la vida, y también para la relojería de mi manera de pintar.

Uno escucha a Cabra de Luna a través de las palabras que moldean y desarman sus cuadros, igual que un análisis fonético del color y de su ausencia, o sintáctico en el árbol del orden de la función geométrica. A él, que fue Presidente del Consejo Social de la Universidad, le gusta que el espectador entienda culturalmente el mecanismo de lo pintado, la esencia de la poética que pretende transmitir. Los miro. Los siento. Son como cajas chinas de las que de repente escapan pájaros, una emoción se orilla o se oye un silbido clásico de John Cage o de jazz.

¿Tienen algo de partituras geométricas, no?

Son series en las que de la unión de dos cuadrados surge la línea que es la pintura, o en las acuarelas de grafito en las que al expresionismo del fondo de la pieza le contrapongo una sujeción que llama al orden y que es lo que consiguen las estructuras. Y sí que pueden evocar piezas musicales que me interesan como las de Ligeti, las de Arvo Pärt, las de Satie, músicos en los que cuesta mucho meterse dentro pero que en un momento dado hacen bellas las disonancias más tremendas.

Voy aprendiendo a eliminar, a trabajar con poco»

Me lo dice frente a esta obra del silencio (es curiosa la división arriba/debajo de la polifonía del color o los adagios minimalistas del dibujo sutil) Cabra de Luna, apasionado, curioso, indagador de su propia obra transversal con la música, con la poesía, con la mística, con la Historia del Arte. Y aunque mantenga que las obras deben defenderse solas, la verdad es que él es un excelente contador, no del desenlace de lo que cuenta, sino de la urdimbre del lenguaje de la pintura y sus encantamientos.

EL GABINETE DEL COLECCIONISTA

Un libro. Pequeños tratados de Pascal Quignard.

Un cuadro. Un rectángulo partido en naranja y negro de Ellsworth Kelly.

Manuel Barbadillo. Creador de un lenguaje y el pintor que anticipó el lenguaje de las máquinas”.

Rafael Pérez Estrada. Con los años, años, años, quedará como lo que en Literatura se llama Raros.

Alfonso Canales. Un poeta clásico.

María Victoria Atencia. El privilegio de la creación.

Un museo. La Fundación Beyeler de Basilea que hizo Renzo Piano.

Un color. Eso va por días, ahora, en estos tiempos, el rojo.

Un poema. Uno de Valente que dice: “Estar. No hacer. En el espacio entero del estar, estarse, irse sin ir a nada. A nadie. A nada.”

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