Derención de Javier Rosado (El cierre digital)

El crimen del rol

Crónicas del Polimediático No hay crimen perfecto, sino investigación incompleta

Hoy recordaremos el asesinato de un trabajador cuyos autores fueron dos jóvenes, y que ocurrió hace más de 26 años. El caso fue uno de los sucesos más mediáticos de la historia de España: el denominado ‘Crimen del rol‘.
Un caso en el que Javier Rosado Calvo, un estudiante de Química de 20 años, ejecutó un escabroso asesinato porque así lo mandaba un juego que él mismo había inventado.

Rosado y su compinche de 17 años, Félix Martínez Reséndiz, eligieron a una víctima al azar para cumplir una de las etapas del entretenimiento. Durante una convalecencia de Rosado, su amigo Félix, le trajo un juego de rol para que se distrajese. Javier Rosado aprendió enseguida los mecanismos de aquel nuevo divertimento. Se inventó un juego llamado ‘Razas‘ con el que ambos se obsesionaron.

Foto de La Hemeroteca del Buitre

Pasaban días enteros jugando, fruto de la infinita inventiva de uno y de la fascinación del otro. A veces, el juego consistía en llevar barcos a buen puerto. Otras veces se trataba de matar a una mujer imaginaria, que habría traicionado a su raza. Pero al final, el juego y el tablero se les quedó pequeño.

Rosado, líder indiscutible de aquel tándem, decidió ir un paso más allá: el juego había llegado a un punto que requería que los jugadores saliesen una noche por Madrid a matar a una chica joven. Eran varios los jóvenes que se reunían con Javier y Félix por las tardes para jugar a ‘Razas‘. La propuesta de Rosado, de salir a matar a alguien en la vida real, fue interpretada por todos como una bravuconada más de Rosado, un tipo vanidoso, engreído y fantasioso. Todos menos Félix, que estaba dispuesto a matar de verdad, si así se lo ordenaba su amigo Javier.

Lo hicieron, fatalmente, y así lo recogió en su diario Rosado: ‘‘Salimos a la una y media. Habíamos estado afilando los cuchillos, preparando los guantes y cambiándonos, poniéndonos ropa vieja en previsión de que la que llevaríamos quedaría sucia… Quedamos en que yo me lanzaría desde atrás y agarraría a la víctima mientras él le debilitaba con un cuchillo de considerables proporciones”. La Policía halló, en el registro de casa de Javier, cuchillos y publicaciones violentas.

Cuchillos hallados en la casa de Javier Rosado (Foto: Criminalia)

El 30 de abril de 1994 salieron los dos, a la 1:30 de la noche, de casa de Félix. Con armas blancas y unos guantes de látex, que Javier había sustraído del laboratorio de la universidad. Eligieron el barrio de Manoteras por estar a las afueras y poco transitado por las noches. La idea inicial era matar a una mujer joven. Por eso descartaron a la primera persona que se les cruzó en su camino. Un varón “con unos walkman y cara de idiota”, según relató después Javier Rosado, con el que coincidieron en una parada de autobús.

Parada del autobús en el barrio de Manoteras (Madrid), donde ocurrieron los hechos

Acabaron hablando con él de cosas triviales. Llegó el autobús y el hombre se marchó a su casa, sin saber que había salvado la vida. Sin sospechar que aquellos simpáticos chicos, que le daban conversación, tenían esa noche la intención de asesinar a alguien a sangre fría. Avistaron después a una anciana, que salió de un portal a tirar la basura, pero se les escapó por poco. Más tarde divisaron a una mujer joven, pero al ver que iba acompañada de un hombre, no se atrevieron a elegirla como víctima. Al poco rato se vieron en las mismas: otra pareja de novios…“¡Maldita manía de acompañar a las mujeres a sus casa!”, escribiría más tarde Rosado en su diario, poniendo de manifiesto su enfado.

Las horas iban pasando y la frustración de aquellos dos jóvenes armados iba en aumento. Necesitaban matar. Necesitaban que en el reloj diesen las cuatro de la madrugada. Esa era la hora en la que las reglas del juego permitían cambiar de víctima: cualquier persona valía ya… Un hombre, por ejemplo. Lo encontraron sobre las 4:15 de la mañana, en una apartada parada de autobús. “Serían las cuatro y cuarto, a esa hora se abría la veda de los hombres. Mi compañero propuso coger un taxi, y atracar y degollar al taxista. Rehusé el plan. Vi a un tío andar hacia la parada de autobuses. Era gordito y mayor, con cara de tonto. Se sentó en la parada…”

Gráfico de ‘El crimen del rol’ realizado por Javier Zarracina

Carlos Moreno, casado y con tres hijos, salía a esas horas de casa de su amiga Modesta. Era fin de mes y acababa de cobrar. Nadie sabe por qué no pidió un taxi. Se sentó en la parada del bus y vio cómo se le acercaban dos jóvenes que enseguida empezaron a intimidarle. Le pidieron un cigarro y de inmediato sacaron dos cuchillos. Simularon un atraco, pero, en realidad, no les interesaba el dinero. Enseguida empezaron a propinarle puñaladas por todo el cuerpo. Carlos era bajito y rechoncho, pero un hombre de gran fortaleza. Se resistió al ataque, le mordió a Javier en un dedo, arrancándole parte del guante de látex y haciendo que perdiese el reloj. La víctima resistió el ataque cerca de 20 minutos, durante una inenarrable agonía, en la que los dos asesinos se ensañaron sin piedad con él.

Carlos no moría y Javier Rosado se contrarió por ello. “¡Lo que tarda en morir un idiota!”, protestaba después en su diario. Finalmente lo degollaron y tiraron el cuerpo por un terraplén. Félix y Javier celebraron el crimen sin ningún tipo de remordimiento. Volvieron a sus casas en Chamartín, tiraron la ropa ensangrentada y durmieron a pierna suelta. Entretanto, en Manoteras, un conductor de autobús, que se había parado a fumar un cigarro, descubrió el cuerpo inerte de Carlos Moreno. A su lado, un trozo de látex y un reloj. Así lo recogió Rosado en su diario:“Al día siguiente reparé en las posibilidades de que nos pillase la policía. El reloj, el trozo de guante, estaban en contra. Mi punto débil era también que él me había dejado lleno de heridas.”

Hijos del fallecido Carlos Moreno

Los medios de comunicación se centraron en su presunta locura.
A pesar de las pruebas halladas en el lugar de los hechos, la Policía no pudo determinar la autoría del crimen: ninguno de los dos autores estaba fichado previamente. Así pasaron los meses y el crimen de Carlos Moreno quedaba impune en apariencia. Igual que el de otro varón que fue asesinado en la misma zona unas semanas antes, cuyo cuerpo apareció con 70 puñaladas y sin ojos. Dio aquello lugar a que en los medios empezase a circular la idea de un asesino en serie. Y esa era, en realidad, la idea de Javier Rosado. Asesinar muchas veces…

Salir de nuevo a matar y hacerlo mejor que la primera vez, tal y como advertía en su diario. Por eso planeó junto a Félix, meses después, una segunda batida. La vanidad de Rosado hizo que le explicase lo acontecido a Jacobo, Javier y Enrique, tres jóvenes de 17 años, con los que también jugaba a ‘Razas‘ y con los que quería contar para el siguiente crimen. No pensó Rosado con que Enrique le acabaría confesando lo que había escuchado al párroco de su barrio. Le dijo al cura que Javier y Félix se habían pavoneado de haber matado a Carlos Moreno. El cura le recomendó al chico que se lo explicase a su padre. Su padre le escuchó con atención y fue a denunciar los hechos a la policía. Sin esa intervención, tal vez el crimen no se hubiese resuelto nunca.

Rosado escribió en su diario: “Pobre hombre!, no merecía lo que le pasó. Fue una desgracia, ya que buscábamos adolescentes y no pobres obreros trabajadores. En fin, la vida es muy ruin” El crimen inspiró películas y relatos de terror.

‘El crimen del rol’ tuvo una gran repercusión en los medios

Cuando la Policía los detuvo, el juicio generó una expectación de ámbito internacional. Acudieron periodistas del ‘New York Times’ o ‘Der Spiegel‘ además de servir después de inspiración para películas como ‘Nadie conoce a nadie‘ con Eduardo Noriega de protagonista. Hay que recordar que fue el primer juicio en Europa en el que se planteaba, desde el punto de vista de la psiquiatría forense, la doble personalidad

Película ‘Nadie conoce a nadie’ inspirada en los juegos de rol

Hubo varias teorías: la teoría de la defensa sostenía que Javier Rosado no estaba loco. Que no sufría ningún trastorno de doble personalidad. Que simplemente era alguien que disfrutaba con el dolor ajeno. Tres psiquiatras que evaluaron a Rosado no pensaban igual. Llevaron hasta el final la teoría de que el asesino del rol sufría doble personalidad y no sabía lo que hacía en el momento del crimen. Dos psicólogas aportadas por la acusación, Blanca Vázquez y Susana Esteban, de la Clínica Médico Forense de Madrid, desmontaron, mediante varios tests esta posibilidad. Félix enseguida reconoció los hechos que se le imputaban y pidió perdón a la familia del finado. Rosado, por el contrario, rechazó en todo momento su participación en el crimen. Durante todo el juicio mantuvo una postura altiva y prepotente, limitándose a tomar notas o sonreír al escuchar los testimonios.

En su diario anotó: “A la luz de la luna contemplamos a nuestra primera víctima. Sonreímos y nos dimos la mano” La personalidad vanidosa y el tremendo ego de Javier Rosado fueron las que le acabaron traicionando.
El juicio estaba por finalizar y él prefirió ejercer su opción de decir sus últimas palabras, en lugar de guardar silencio. En esa intervención se delató. Rechazó estar loco o ser un psicópata. Reivindicó estar en sus cabales y reconoció que él empuñó el más pequeño de los cuchillos que se utilizaron, para perpetrar aquella sangría. Se había delatado. La magistrada María del Carmen Compaired dictó sentencia.

Juicio a Javier Rosado en el que reconoció empuñar el cuchillo pequeño

Javier Rosado no estaba loco, se lo hacía. No tenía doble personalidad. Era plenamente consciente de sus acciones y Félix fue solamente el gregario que necesitaba para llevar a cabo un crimen con ensañamiento de tal magnitud. Sin móvil aparente. Con alevosía. Por el placer de matar. Por un juego. Rosado fue condenado a 42 años de cárcel como autor material y cerebro del crimen. Félix, por ser menor de edad en el momento del suceso, fue sentenciado a 12 años de reclusión menor.

El caso estalló en los medios, que la emprendieron contra los juegos de rol. En algunos medios se aseguraba que los juegos de rol provocaban necrosis en el cerebro a los que los practicaban. No fue hasta 1998 cuando la sentencia del Supremo dejó claro que el rol, como tal, no había tenido nada que ver. El diario de Rosado habla por sísolo de la frialdad con que asumió el terrorífico crimen: “Mis sentimientos eran de paz y tranquilidad espiritual total: me daba la sensación de haber cumplido con un deber, con una necesidad elemental que, por fin, era satisfecha”.

Su amigo Félix fue el primero en salir a la calle. Se integró en una fundación de ayuda para presos con cuyos miembros estuvo conviviendo. Aseguró estar rehabilitado, estudió informática y se mudó a Alemania para borrarse del mapa. Vivió varios años en Berlín, pero regresó a Madrid en 2006. Desde entonces vive en el anonimato. No tiene redes sociales y no le figuran propiedades a su nombre.

Momento de la detención de Rosado


Por su parte, Rosado tampoco cumplió las 42 años de condena que le cayeron. En la cárcel aprovechó el tiempo e hizo historia. Se convirtió en el primer preso de España en sacarse tres carreras durante su periodo de reclusión. Su buen comportamiento en el penal y las clases de matemáticas que les daba a los presos le permitieron reducir su pena. Salió en libertad en 2008, no habiendo cumplido ni un tercio de los 42 años de pena que le fueron impuestas. En el caso de haberse declarado a Rosado enfermo mental hubiese ingresado en un pabellón psiquiátrico del que, tal vez, no hubiese salido jamás. Ninguna clase de matemáticas le hubiera aportado rebaja alguna de la condena. 

 Rosado también está desaparecido de la vida pública. Son muchos los que le buscan y más todavía las teorías que circulan sobre él. La preferida entre los aficionados a la crónica negra es la que sostiene que Félix volvió a España cuando supo que Rosado iba a salir en libertad. Que siguen siendo inseparables. Que ambos viven juntos y siguen jugando a ‘Razas‘ aquel juego que se llevó por delante la vida de un hombre cuyo único delito fue esperar el autobús una noche de abril de 1994. 

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