Los coliseos perdidos del cine

En la era de YouTube, Netflix y TikTok resulta extraño pensar que hubo un tiempo en el que los estrenos de las películas eran un acontecimiento social de primer orden. Y que los cines eran recintos solemnes en los que la experiencia común de las imágenes en movimiento no tenía comparación con ninguna otra cosa. Aunque no ha pasado tanto tiempo, lo cierto es que el recuerdo de aquellas salas con espíritu de coliseo se antoja hoy tan lejana como la máquina de escribir eléctrica, las cabinas de teléfono o los salones recreativos. La velocidad a la que nos acostumbramos a los cambios ha borrado de nuestro disco duro las estampas de esos majestuosos salones del cine en los que la ficción de la pantalla era más grande que la misma vida.

Cine Pascuallini, primera sala estable de Málaga (Foto: Prospectos de Cine)

La llegada del cine a Málaga fue temprana: solo unos meses después de la mítica primera proyección en París –diciembre de 1895–, el hipnótico invento de los hermanos Lumière se pudo disfrutar en el hotel Victoria de la calle Larios. Desde aquella primavera de 1896, la historia de la ciudad quedó unida a la del cine para siempre. Y la pasada celebración de los Premios Goya vino a cerrar un círculo perfecto que partió con la inauguración en 1907 del cine Pascuallini, la primera sala estable de la ciudad, para culminar con la entrega de los galardones de la Academia en el Teatro del Soho, ubicado en el mismo lugar en el que el empresario Emilio Pascual fijó de forma definitiva su cinematógrafo ambulante. Durante las dos primeras décadas del siglo XX proliferó la construcción de cines como el Victoria, en la plaza de la Merced; el Petit Palais (después Alkázar), en la calle Liborio García; el Moderno, en Juan de Austria; el Goya, en la plaza Uncibay, y el Plus Ultra, en el Llano de Trinidad, entre otros.

Cine Goya, en la plaza de Uncibay

Todo cambiaba –también entonces– constantemente, y las silenciosas imágenes de la pantalla comenzaron a hablar. El paso del cine mudo al sonoro trajo consigo otra ola de inauguraciones durante los años treinta. Con solo un par de calles de separación entre uno y otro abrieron sus puertas el Echegaray, el Actualidades, situado en la esquina de calle Calderería con la plaza del Carbón, y el Málaga Cinema, cuya particular fachada en forma de barco singularizó significativamente la arquitectura de la plaza Uncibay. Tanto el Pascuallini como el Actualidades fueron sepultados por las bombas de la Guerra Civil, pero la pasión cinéfila de los malagueños siguió en aumento tras la contienda y a mediados de los años cuarenta aparecieron el Albéniz, en la calle Alcazabilla, y el Capitol (después Palacio del Cine), en la calle Mármoles.

Cerca de 15.000 butacas conformaban la oferta cinematográfica de la ciudad durante los años cincuenta, década en la que la provincia contabilizaba unas 90 salas. Según detalla el Archivo Histórico de Málaga, unas 68 localidades malagueñas contaban en estos años con su propia sala de cine, con una oferta que superaba las 30.000 butacas.

Habría que reseñar que en 1953 un grupo de personas capitaneado por el presidente de la Sociedad Cinematográfica de Málaga, Calixto Lozano, el realizador Antonio Roig y el entonces crítico de Radio Nacional de España y reconocido cinéfilo, Guillermo Jiménez Smerdou, abordaron la realización del primer Festival de Cine Español en Málaga, que contó con la presencia de directores como José María Forqué e intérpretes como María Asquerino y Antonio Vilar. La mecha prendida por aquella primera y única edición del certamen –la segunda no se celebró por falta de apoyo institucional– prendió la llama del actual Festival de Málaga, que en 1998 recuperó la pasión y el espíritu de aquellos pioneros amantes y estudiosos del séptimo arte de nuestra tierra.

Homenaje a Guillermo Jiménez Smerdou

Entre 1950 y 1970 se produjo la mayor expansión del cine en Málaga, con aperturas tan señeras como el Astoria (1966), cuyos gigantescos carteles de su fachada causaron un enorme impacto. Las inauguraciones de otras pantallas como las del Andalucía y Cayri Cinema (1958), Carranque (1959), Alameda y Monumental (1961), Lope de Vega y París (1962), Atlántida (1963), Zayla (1970) y Coliseum (1974) marcaron la edad dorada de los grandes cines malagueños, convertidos en los auténticos reyes del ocio.

Multicines al poder

Pese a lo que cantaban The Buggles en la recién nacida MTV (1981), el vídeo no acabó del todo con las estrellas de la radio, pero sí trastocó el consumo de películas. Gracias a las cintas Beta, VHS y 2000 se pudo disfrutar a demanda de los éxitos del cine sin salir casa, lo que derrocó el monopolio del que hasta la fecha disfrutaban los exhibidores cinematográficos. El nuevo modelo de negocio forzó a los empresarios a reestructurar el espacio de los grandes cines, diversificar la oferta y abaratar costes.

Llegada del concepto de multicine a la capital malagueña

Del antiguo Teatro Royal nacieron el Aleixandre I y II (1978), los primeros multicines de la ciudad, a los que siguió el recordado América Multicines (1979), con nada menos que siete salas. La era moderna había llegado para quedarse: los majestuosos salones de pasillos anchos, columnas dóricas y lámparas de araña se habían convertidos en un abrir y cerrar de ojos en dinosaurios en extinción. Y con los años ochenta llegó el declive, ya que la mitad de las salas que llegaron a estar censadas en la provincia cerraron sus puertas. Al mismo tiempo se produjo la proliferación de multisalas, la mayoría de ellas adosadas a un centro comercial, como los cines Rosaleda (1994), Larios (1996, ya desaparecidos), Yelmo (2002) o Málaga Nostrum (2006).

Cine Albéniz (Foto: Prospectos de Cine)

Salvo el Albéniz –que también fue reconvertido en multisalas en los años noventa–, ninguno de los salones de cine antes citados existe. Como tampoco sobreviven los videoclubs o las tiendas de revelado de fotos. Lo que no han perdido las salas de cine es su capacidad de aislarnos del resto del mundo para sumergirnos en las historias que se proyectan en sus enormes pantallas. Y puede que el revival que hoy viven los vinilos –en su día también sentenciados a muerte– nos acabe trayendo nuevos palacios del cine tan elegantes y maravillosos como lo fueron el Capitol o el Málaga Cinema.

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