Miquel Barceló, el prestidigitador de lo efímero

El dibujo es un monólogo en el aire donde la línea bordea su frontera y a la vez su invisibilidad. La presencia de lo fugaz, el desvanecimiento de la huella. Miquel Barceló lo sabe y con talento convierte en divertimento su obsesión: la transitoriedad de la obra del arte.

El pensamiento sensorial de observar la desaparición”

Esta es la esencia de Despintura fónica, su performance en el lienzo blanco del patio del Museo de Málaga, como colofón de su exposición en el Museo Picasso. No sé si esta liberación de la creatividad como vértigo de lo perecedero, y del arte entendido como una constante metamorfosis, le viene al mallorquín de Joseph Beuys. Tenía 17 años Miquel Barceló cuando el alemán tatuó en la arena blanca y húmeda de la playa Diani en Kenia alces, mujeres, esqueletos, soles, inscripciones expresivas, estilizadas, ancestrales. Una ofrenda del misterio de la representación que antes de volatizarse entre el viento, la insolación y la marea, inmortalizó Charles Wilp con su cámara. Recordé sus fotografías, en un número de la maravillosa revista Arena de Borja Casini y Kevin Power de finales de los ochenta, al ver a Barceló desplegar la coreografía de su prestidigitación plástica, escenificando con ella un monólogo visual sobre lo inaprehensible del arte, y el éxtasis de lo efímero.

Barceló ejecutando su obra efímera al ritmo de la música de Pascal Comelade

Barceló escenifica un bello monólogo visual sobre lo inaprehensible del arte y el éxtasis de lo efímero.”

Le apasiona a Barceló la temporalidad, la caducidad, el sedimento de lo matérico y la disolución de todas estas certezas en una pieza artística de la que sólo permanece el aura de su evocación. En 2016 convirtió las vidrieras de la Biblioteca Nacional de Paris en un cementerio de arcillosas criaturas marinas, cabezas de caballo, esqueletos de dinosaurios y vuelos disecados de pájaros. ‘Le grand verre de terre’ -con ecos de Llull, de Duchamps y de Dubuffet- deslumbró sus sombras en los pasillos durante seis meses de exposición hasta su destrucción a contraluz.

Diferentes materiales utilizados por el artista (Foto: GB)

Sucedió de nuevo en Málaga ante los ojos atónitos de selectos invitados al atardecer de un cuadro en blanco frente al que la música electrónica de Pascal Comelade –maestro y duende- le despertó el trance del chamán que se deja volar con una pértiga en alto donde la brocha es un balón, un cepillo, una gomaespuma con aspecto de espiga del Nilo, empapadas sus diferentes gestualidades de tinta del norte japonés al agua. Con la precisión del dibujante sobre el vientre de un lienzo de cien metros cuadrados, el artista traza la idea concebida, los contornos de una danza del sonido y del dibujo.

Las diferentes gestualidades de un balón, de un cepillo, de una espiga de gomaespuma con tinta japonesa al agua trazan la danza del sonido y del dibujo”

A pesar de los vórtices de energía del ritmo que define la acción plástica del artista y de la cartografía selvática de la pintura que aparentemente se crea libre entre la intuición y el azar, Barceló domina la exactitud de sus grafismos, el vaivén de sus brochas, la sismología de las ondas plásticas a las que le toma el pulso y va registrando.

Miquel Barceló pasa revista final a su mural improvisado al detalle

Ante los ojos de los espectadores surgen estalactitas, insinuaciones figurativas, perfiles de Giacometti, libélulas que resultan abiertas de alas cuando peina los esbozos, los chorrea en ritmos de asimétrica expansión, libre al mismo tiempo que calibrada, y los ensambla o favorece que su fluidez se entremezcle originando nuevas imágenes. Sin pausa, dueño del espacio natural de su suporte como chistera, el mallorquín disfruta, sonríe de espaldas hacia afuera. Su mirada interior enfrentada al espacio en el que de repente las manchas cobran otra vida y corren y se persiguen, amenazantes, primitivas, sombras de sí mismas. La danza de un aquelarre.

De repente las manchas cobran otra vida y corren y se persiguen, amenazantes, primitivas, sombras de sí mismas. La danza de un aquelarre”

Espectadores fascinados frente a la obra

La partitura de la performance alcanza su cumbre. El lienzo es un paisaje. Raíces del subconsciente a la intemperie, la trama de un relato de realismo mágico. El silencio del aire lo envuelve, el artista ha completado la mitad de su goce y el de los espectadores, azules, rojos, metálicos veraniegos, colores de protocolo elegante frente a la obra monocromática. Unos tienen en mente a Pollock; algunos permanecen ensimismados: otros dialogan con lo que la pintura del artista les sugiere; Bernard Ruiz-Picasso satisfecho tal vez piense en el mismo hedonismo creativo de su abuelo, y comienza la expectante segunda parte de la sinfonía fugaz de Miquel Barceló en Málaga.

Miquel Barceló en comunión sensorial con su obra de la disolución (Foto: Guillermo Busutil)

Pascal Comelade crea al piano la hermosa atmósfera del eclipse de la Despintura fónica del instante fugitivo del arte. El aliento de su relato musical le pone textura a la piel del lienzo en el que las formas empiezan a deshacerse lentas, casi espectrales en sus huellas sublimadas e ingrávidas. Su música las ayuda a desnudarse de contornos, a que se confundan entre ellas.

Pascal Comelade crea al piano la hermosa atmósfera del eclipse de la Despintura fónica del instante fugitivo del arte”

Pienso en el minimalismo de Glass, en las resonancias de John Cale -siempre hay algo que ver, algo que oír, el silencio total no existe con las imágenes ni el sonido- mientras el paisaje mural se libera de sus tatuajes, apenas un sigilo de sus cicatrices borrándose en paz, dejando de ser. Barceló contempla la consagración de la metamorfosis. El envés de El origen del mundo de Coubert hacia la nada de José Saramago, desvanecido hace diez años. Feliz de lo que sabía logrado, se intuye el artista a solas entre la gente. En su mente coteja seguro los vínculos nuevos y diferentes de lo vivenciado en Bangkok, en Kioto, en Zúrich. Nadie respira hasta que los últimos compases de Comelade al teclado permiten que los fantasmas se pierdan bajo la lluvia.

Miquel Barceló y Guillermo Busutil (Foto: Fernando de la Rosa)

El público despierta de haber soñado con los ojos abiertos una fantástica prestidigitación plástica. De la pintura, del dibujo, ni rastro. Ni siquiera una paloma en el patio.

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