De amor y otras enfermedades

Si no recuerdo mal sería a principios de los 90, trabajaba en un hotel de cinco estrellas en Granada, desconozco si seguirá en pie. Entre nuestra selecta clientela estaba él, Don Luis, Luis como el prefería que le llamásemos y su señora de la cual no recuerdo el nombre. Eran asiduos al café de por las tardes, manchada(nube en malagueño) para ella y solo con dos azucarillos para él, rara vez un croisant plancha.

Además de la propina nos gustaba todo de Don Luis, era una persona supereducada y respetuosa, con nosotros y con ella. Rondaría los 50 y poco, elegante, correctamente perfumado y culto sin querer parecerlo. Algunas tardes tranquilas de trabajo nos ilustraba con alguna curiosidad o con algún tema del cual no teníamos ni idea. Catedrático de Historia de profesión era un excelente orador y a veces Jesús, el encargado, tenía que llamarnos la atención pues nos juntábamos hasta tres camareros a su mesa.

Esa tarde fría de invierno no le atendí yo, fue un compañero quien alarmado nos reunió enseguida en la cocina y nos soltó la bomba «a Don Luis le pasa algo raro». Nos contó que con la misma educación pero más serio se acercó a la barra y pidió ‘lo de siempre’. Se sentó solo en la mesa de costumbre y cuando le llegaron los cafés y después de su habitual agradecimiento empezó a hablar sólo con la silla vacía que tenia al lado.

En los dias siguientes supimos que se había encontrado en su cama a su mujer cuyo nombre no recuerdo con otro hombre. Desconozco lo que ocurrió en su cabeza, pero su cerebro perdió la batalla contra su mal herido corazón y la cordura desapareció.

Nos llegaron a contar (dejó de visitarnos) que cuando iba al cine compraba dos entradas, que empezó a abandonarse y causó baja en la Universidad.
Años más tarde me pareció no reconocerlo al cruzármelo por calle Recogidas. No había ni rastro de él, el amor, el desamor, el mal amor, lo había convertido en alguien enfermo.

Abandonado de toda higiene personal, (había cambiado el perfume por el olor a alcohol), sus ojos apagados sin ese brillo con el que la miraba, escaso pelo blanco y un andar lento y dubitativo como el que está perdido. Perdido por amor.

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