La mañana del 24 de mayo era aparentemente una más en Uvalde. Brandon conducía su Ford Ranger Raptor hasta la escuela de primaria Robb Elementary y ahí se despedía de Jayce, su único hijo varón de 10 años.
Los dos habían mantenido una conversación muy animada sobre la próxima Feria Anual del Rifle, a la que por supuesto pensaban acudir tras tres años cancelada por covid.
Animados porque era la primera vez para el pequeño Jayce, que a su corta edad tenía un buen manejo y conocimiento de las armas gracias a las enseñanzas de su padre. Mary, la madre, siempre al margen, pensaba que era algo que les unía y les hacía bien.
Esta feria avalada por la NRA (Asociación Nacional del Rifle) se celebraba días más tarde a unos 400 kilómetros en Texas, contando, entre otros, con la presencia del gobernador Greg Abbot y el expresidente Trump, con todas las novedades del sector y las mejores armas del mundo.
Hablaron de como harían el viaje, de la posibilidad de quedarse días y acercarse a visitar a la familia que Brandon tenía cerca de allí. Hablaron de lo bien que Joyce llevaba los estudios y que ese viaje premiaba en cierta manera su esfuerzo y su buen comportamiento. Hablaron del rifle último modelo que Brandon pensaba comprar para completar su colección, de la cual se sentia muy orgulloso y le reportaba mucha seguridad y tranquilidad. Fue la última conversación que mantuvieron.
Horas más tarde, abrazados, Brandon y Mary lloraban destrozados sin consuelo, un adolescente le había arrancado de dos disparos la vida de su pequeño Jayce.
Tal vez, si Salvador Ramos no hubiese podido comprar armas Jayce hubiese podido volver a casa después de un bonito día de cole. 45000 personas mueren cada año por armas de fuego en Estados Unidos (650 de ellos menores). Es la principal causa de muerte infantil.
Ya nada puede hacer Brandon. No hay arma en el mundo, ni rifle de su colección que pueda devolverle a su hijo. Solo queda la rabia, el dolor, la impotencia. Sólo ahogar sus penas en un río de lágrimas.
El pistolero impotente
