Se nos ha muerto un tipo de corazón bueno con patilla ancha de reportero en los años del lenguaje entre líneas y entre fronteras. Los dos territorios por los que anduvo mi paisano Tico Medina, al que conocí de niño y me adivinó la curiosidad de mundo y la hermandad de oficio cuando le dije que de mayor quería un chaleco de guerra como el suyo.
Mi madre lo admiraba al igual que la mayoría de aquella España de Pueblo y de 300 millones en la que él contaba desde la prensa, la radio y la tele que Todo es posible en domingo.
Tico Medina y sus paisajes de humanidad digna, y cultura divulgativa, y sobre todo sus entrevistas de caballero descreído a Fidel Castro, a Nixon, al Che, a Dalí con retranca, contándonos de John Lennon, de detalles de la identidad, de vino, de los paisajes en combate, de Chicote y sus noches de perfumes de Hollywood.
Historias que nos compartía con tono de vecino de al lado pero del mundo, de chico humilde y formal de gesto con perfil de boxeador de barrio en blanco y negro, y su voz Sherezade con sesgo granaíno con la que desenvolvía sus cronicas de radio.
Nada le fue ajeno a este maestro del periodismo peatonal, como lo nombró Umbral, y con el que la vida volvió a reunirme compañero en Onda Cero donde colaboré algunas veces en su programa.
Hace unos años hablamos de nuevo en mitad de la calle hacia ninguna parte -que viene a ser como la plaza del periodismo-, y lo sentí cansado de memorias y de corazón, de cicatrices y de bondades, de boleros y de políticas sin altura media. Me contó que solamente los libros y los fantasmas eran sus auténticos amigos de compañía a esa hora de la edad.
Se nos ha ido y A toda página nos deja la sonrisa ancha de quién vivió justo con lo suyo y a todo le sacó punta, disfrute, aventura y un relato que contarnos.
Buen viaje maestro.
