Saber marcharse

Supongo que a todos nos gustaría elegir nuestro adiós, cómo cerrar el libro de nuestra vida, en qué momento y de qué manera. Yo siempre he recordado con cierta envidia como se marchó mi abuelo Agustín, noventa y pico años, un par de días de fiebre y adiós.

Desde siempre he tenido muy presente la muerte, supongo que es el detonador de todos mis miedos. Le tengo mucha manía, me cae muy mal, me parece muy injusta, en muchos casos, el no ser hombre de fe supongo que no ayuda.

En los últimos años como muchos he tenido que enfrentarme a ella demasiado a menudo, de forma natural, precipatada a veces. Enfermedades repentinas, más o menos próximas.

No hemos dejado de contar por cientos los muertos por covid y empiezan a sumar los de esta terrible e injusta como todas guerra.

Yo nunca me ‘defendería’ de nadie. No creo en la defensa, ni creo en el ataque. No creo que ningún arma sea pacífica, salvadora ni necesaria. No creo en lo justo, ni en la justicia divina. No creo en las fronteras, ni en las banderas que por ‘defenderlas’ llenan de sangre familias enteras. No creo en organizaciones que como si de la portería de una discoteca se tratase deciden quien entra y quien no. No creo en quien señala y calla. No creo en quien manda, decide y acaba con miles de vidas, ni de uno ni de otro color o país.

No distingo entre los muertos, todos me duelen igual: europeos, sirios, negros, moros, niños o viejos. No creo en el honor, en el orgullo ni la patria. Creo en el trabajo bien hecho, en el esfuerzo, en la empatía, en el respeto, en las buenas personas como Jose Luis, que anoche nos dejó, un hombre familiar, trabajador, respetuoso, amable y generoso. Así, al menos, lo recuerdo yo, personas de las que hacen falta. Creo que ha decidido marcharse con la misma sabiduria que vivió, dejándolo todo bien atado y sin molestar,como él. Gerardo, Jerónimo, Alfonso, la Maru, desgraciadamente, se han ido. Sus recuerdos nunca se marcharán.

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