Una nacionalidad, triple moralidad

A mi amigo Jhon Jairo no se lo pusieron tan en ‘bandeja’ como a Lorenzo Brown. A Jhon, como a la mayoría de inmigrantes que vienen con lo puesto, tardaron años en regularizar su situación.

No tengo nada en contra del nuevo base ‘español’, le deseo toda la suerte del mundo como al resto de los jugadores que representan nuestros colores, pero, al ver su ‘nacionalización exprés’, me pregunto qué sentiran las demás personas que exentas de un don y dinero pasan por un largo y tortuoso proceso para conseguir los mismos papeles.

Me pregunto qué sentirá Lorenzo al escuchar el himno español. Me pregunto qué sentiran esos españoles de raza, pedigrí y banderita en la muñeca al ver jugar en nuestras filas a alguien que no tiene vínculo alguno con su patria. Me pregunto qué pensarán otros jugadores nacidos y criados aquí cuyo sueño máximo es jugar con la Roja.

Preguntas al margen, los caminos para jurar bandera son muy distintos según quien seas. En primer lugar, están los más desesperados, los que se juegan la vida en el Estrecho. De ellos, los que consiguen llegar vivos tras ser atendidos por los voluntarios de Cruz Roja y pasar unos días en centros, en su mayoría son deportados. Para ellos la indiferencia es nuestra bandera.

Luego está un grupo muy numeroso llegado por vías y países muy distintos. Para éstos el proceso para sentirse legales en nuestro país tiene tiene tres opciones básicamente.

  • Por residencia: a los que se les exige 10 años por regla general viviendo aquí, cinco si son refugiados y sin antecedentes.
  • Por matrimonio con un@ españ@l y residente mínimo de un año.
  • Por opción= hijos de inmigrantes menores de 18 años de padres que ya obtuvieron la nacionalidad.

    A todos estos se lo ponemos difícil, pero si aguantan y se portan bien, después de mucho tiempo pueden estar tranquilos y sentirse españoles.

    Y luego está el tercer y más selecto grupo: los que por un don excepcional, por desarrollar una actividad que nadie de aquí sepa y sea altamente beneficiosa para nuestro Estado les damos rápidamente el D.N.I, un abrazo y tres palmaditas en la espalda. Existe en este afortunado grupo una división o subgrupo la ‘Golden Visa’ (visado de oro) para inversores extranjeros, a los que se les permite inmediatamente residir legalmente desde seis meses hasta tiempo indefinido, según sea la inversión. A estos especialmente les recibimos con champán, caviar (ya no sé si será ruso) y el himno español de fondo.
    Como en todo aquí las diferencias entre seres humanos se manifiestan claramente. Está claro que el mundo no es de todos ni para todos, que se lo digan a Jhon que se sintió durante muchos años como un clandestino.

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