¿A quién beneficia tanta confusión?

Apreciado director de LA CALMA. ¿Serán conscientes los lectores, del servicio a la democracia que prestan los escasos medios de comunicación que no dependen del poder político, del poder económico, del poder religioso…y, sobre todo, del peor de los poderes: el sectarismo que tiene paralizado a nuestro país, el sectarismo que rechaza compartir el poder, el sectarismo que consume su esfuerzo, no en buscar soluciones a nuestros casi eternos problemas, sino en pensar qué palabras encontrará para descalificar al contrario;  el sectarismo que atribuye al adversario las peores intenciones, mientras se adjudica a sí mismo la exclusividad del patriotismo, de la entrega al servicio de los españoles, y pronostica las peores catástrofes si alcanzan el poder quienes se sientan al otro lado del hemiciclo?.

Lee uno a diario las declaraciones de nuestros políticos y no advierte la diferencia entre quienes hemos elegido para servir los intereses generales de quienes les votamos y los que vociferan en las gradas de los estadios. Se tiene la sensación de estar unas veces en un teatro romano, entre gladiadores que no tienen más objetivo que degollar a su contrincante; y otras, en un inmenso manicomio, como si la clase política de nuestro país hubiera sido extraída de una turba de dementes, y ser por tanto incapaces de comportarse con la dignidad que les otorgamos el día que depositamos el voto en la sagrada urna. CONFUSIÓN es el término que mejor podría definir este momento de la historia democrática de nuestro país.

No importa que los datos (esos incómodos seres que nos obligan a mirarnos en el espejo de la REALIDAD) nos digan que nuestro país y sus habitantes han sufrido una caída media del 2,5% de su poder adquisitivo en los últimos cinco años a causa de la inflación. Tampoco parece importar a gobierno y oposición que los datos de la OCDE, que hace el seguimiento de 144 países en todo el mundo, nos sitúen en el puesto 36 en cuanto a competitividad global; y que el sistema educativo en su conjunto nos relegue a la posición 81, a la posición 79 la Enseñanza Primaria y a la 97 en dos materias decisivas: Matemáticas y Ciencias.

Son cada vez más los expertos que señalan cómo, estos déficits en capital humano, hacen más inexplicable el diferencial entre las infraestructuras y el desarrollo económico. Porque nos encontramos en el puesto 8 en la calidad de los ferrocarriles, en el 13 en carreteras y en el 14 en puertos. Quizá por eso resulta tan desolador que sigamos decenio tras decenio encabezando el desempleo y el abandono escolar temprano en la Unión Europea.

¿Y qué decir de la preocupante calidad de la Educación Universitaria, en las que para ver una Universidad de España hay que llegar a la franja comprendida entre las 200-300 del ranquin de Shanghái para encontrarnos dos españolas, Granada y Barcelona?

Comparando los datos de eficiencia en Alta Velocidad y el rotundo fracaso del Sistema Educativo podríamos llegar a la conclusión de que los partidos políticos consideran prioritario la calidad de nuestro ferrocarril, pero secundario el instrumento que se considera esencial para el desarrollo económico y social, el capital humano.

LA CONFUSIÓN HOY SE LLAMA CATALUÑA

Para un sufriente andaluz, observador asombrado de cuán poco nos han lucido los 120.000 millones de euros recibidos de la Unión Europea desde 1986, resulta esclarecedor comprobar cómo los catalanes han cerrado filas tras el principio de acuerdo entre el Psoe, ERC y Junts para investir presidente del gobierno al socialista Pedro Sánchez. Izquierda y derecha, empresarios y sindicatos, independentistas y unitarios, se han acogido a la bandera más sagrada: aligerar en 15.000 millones de euros la impagable deuda de Cataluña, 86.800 millones. Además, el acuerdo promete mejorar la financiación actual de la comunidad en una cantidad estimada en 20.000 millones anuales. Con estos acuerdos, los catalanes están cerca de conseguir lo que el filósofo Francesc Pujol, enemigo acérrimo del separatismo, escribía con acerada ironía en 1918: “Llegará un momento en que los catalanes viajaremos por el mundo teniéndolo todo pagado por el simple hecho de ser catalanes”.

Naturalmente, todas las CCAA verán perdonadas sus deudas en la misma proporción que Cataluña, lo que sumará unos 90.000 millones de euros más a la deuda del Estado que en el segundo semestre de este año alcanzó la cantidad de 1.568.743 millones; es decir, el 111,2 % del PIB de España. Andalucía, por su parte, soporta una deuda de 38.018 millones.

Pero el que esto escribe sería un irresponsable si no comparara la riqueza de Cataluña, (pib 2021:  229.418 millones) con la de Andalucía, (pib 2021: 160.747 millones); y sus respectivas rentas por habitante en 2021: Cataluña 29.942 euros, Andalucía 18.906. Con esta renta por habitante, nuestra comunidad tuvo el dudoso honor de ocupar el último puesto entre las regiones españolas, logrando por fin situarse en el lugar que tradicionalmente ocupaba Extremadura. ¿Cómo no preguntarse qué ha sido del potencial de desarrollo andaluz, y de las generosas remesas llegadas de Europa en los últimos 37 años?

Aún a costa de molestar a algunos lectores, sigo pensando que el problema de España no es el separatismo catalán o vasco, que suele aumentar de intensidad en las crisis económicas; y que baja cuando el Estado mejora su financiación. En mi modesta opinión, el gran problema de España es el enorme diferencial andaluz en renta (18.906) con la media española (25.498). De no existir este diferencial, que alcanza un “déficit” anual de 56.000 millones de euros, Andalucía tendría una influencia en la política española infinitamente mayor.

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