Katia

“Sé que jamás te vas a enamorar de mí. Una mujer sabe esas cosas. Sé que jamás te vas a enamorar de absolutamente nadie. Eres demasiado tozudo, estás empecinado en ser presa de ti mismo, en prolongar una situación que te llevará a un desastre tremendo. Las personas normales son impredecibles, pero los locos, y tú eres uno de ellos, son libros con las páginas abiertas de par en par. Frustración, suicidio, angustia, desesperación. El final es siempre, y casi sin excepción, el mismo. Estás desperdiciando tu vida de una forma sistemática con gente como mi padre, Aron. ¿Por qué te empeñas en mantener fidelidad a unos tíos que han crecido robándole el dinero a sus tías y a sus madres para perderlo en ruletas, máquinas tragaperras y prostitutas? ¿Por qué tu mejor amigo es un chino masoquista? Tú has nacido para cosas mejores. Ellos no. Tu talento es insaciable, inimaginable. Seguir ignorándote no te va a salvar de ti mismo, como tú crees”.

         Mientras habla como una actriz con el guión memorizado, cuidando cada gesto al dedillo, mirando de vez en cuando a Boris, me masturba con unos cambios de ritmo irritantes.

         “Cuba es un país de cínicos. Una nación compuesta por palmas reales, arrecifes de coral, tocororos, cañas de azúcar e impudicia. Nadie es capaz de hablar con franqueza de nuestra madre patria. Los cubanos nos hemos acostumbrado tanto a actuar que nos hemos perdido en nuestras propias mentiras. Somos el relato simpático de un relato amable que no existe. El paraíso con solo un defecto: nosotros, los cubanos. El detritus humano. Allí vuelvo. A la quintaesencia de la maldad. De allí soy yo. En ningún lugar del mundo podré vivir mejor. En ningún rincón del planeta podré disfrutar del estatus social del que allí gozo. Y he de ser práctica. Ya toca ser hipócrita, implacable y pragmática como la isla”.

         Observo sus pechos puntiagudos que aprietan desde detrás del ajustado jersey. Al instante descargo con una furia contenida. Me detengo en medio de mi campo de propiopercepción, me inclino en dirección a todos los lados de mi cuerpo y de mi memoria, aún cuando mi cabeza y mi coleto se encuentran desiertos. Mis sentimientos hacen lo mismo: indagar en la nada que nadea.

         “Estoy enamorada de ti desde que tengo uso de razón. Desde que era pequeña te he mirado fascinada y ensimismada, con dolores de tripa y picores en el coño. Tú siempre detrás de mi padre, siguiendo sus órdenes, siempre detrás de él como uno de esos patitos que seguían a Konrad Lorenz, pasándolas canutas con sus órdenes. Sin rechistar. Sin quejarte. Me resultabas adorable, irresistible. He negado la posibilidad de que me pongan un dedo encima a todos y cada uno de los babosos con los que me he cruzado, que han sido todos y cada uno de los hombres que me han visto, incluido mi padre. Tengo eso, esa cosa, ese algo que vuelve loco a los tíos. Desde muy joven. De modo que escúchame bien, Aron. Pon atención a cada palabra porque no volveré a repetir ninguna de ellas. Nunca. Y no solo no las repetiré, sino que las olvidaré. Escupiré en ellas. Las negaré. Me las negaré. Como si nada de esto hubiera sido dicho jamás. Como un sueño. Un delirio”.

         Mi desgracia, metafísicamente hablando, es que nunca encuentro un calzado cómodo.  Y esto es un sin dios. Todos los zapatos que tengo me aprietan, si no es en el talón, en algún dedo, o lo que es peor: en el arco. Este detalle ha impedido desde siempre que tenga aspiraciones personales de mayor calado. Nací en el extremo trasero de la gigantesca conciliación planetaria de mis pinreles.

         “Eres mi debilidad. Mi única debilidad. Mi auténtica debilidad. Te quiero. Te adoro. Te amo. Ven conmigo, Aron. Fóllame todos los días y hazme un bombo detrás de otro. En Cuba nos espera una vida sin sobresaltos, con todo lo que deseemos. Una vida rutinaria, feliz, con una montaña de críos y de dinero”.

         Lo genuino de la literatura no son las historias que se cuentan. Es decir, que si alguien pinta un cuadro, compone una canción, erige una catedral o, qué sé yo, silba una agradable melodía, lo que hace es expresarse, crear. Pero la literatura es diferente. Una catedral, una canción, un cuadro o un silbido no somos nosotros. Será, como mucho, una parte de nosotros. Sin embargo, la literatura somos nosotros, no una parte de nosotros. Los peces respiran debajo del agua, los pájaros vuelan y los seres humanos nos contamos historias.

         A nosotros mismos. A los demás. Todo el rato. Todo el puñetero rato.

         Cuando Flaubert pensó en Bovary no pensó en Bovary. Emma fue cambiando conforme los acontecimientos fueron cambiando. Cobró vida propia. Lo mismo sucedió con el Raskólnikov de Dostoyevski o con el Quijote. Lo mismo me sucedió a mí en la cabeza de Katia. Yo no era yo. Yo era el yo contado por otra cabeza, por un delirio acumulado durante años.

         Lleva el pelo suelto y, aunque no se lo lava ni peina en varios días, está sedoso como el de una niña. De hecho, la manera más adecuada de describir el físico de Katia es aludiendo al detenimiento del tiempo, echando mano de la criogenia, la flecha del tiempo suspendida en el aire como una broma, como un corte de mangas a la biología. Nuestro desvarío está devorándonos y ella, en medio del caos, se ríe de nuestros lamentos, nuestra desconfianza. Ella no está por encima del bien y del mal, no pertenece a esa dimensión humana, goza de manera distinta, sufre de modo diferente, es una mutante, una desviación del curso generacional.

         Y no se detendrá ante nada ni ante nadie. Nunca.

         ¿Alguna vez han estado en la Biblioteca Marciana? Yo sí. ¿Alguna vez han levantado la mirada ante las decenas de miles de libros con historias que allí se cuentan? Exacto. Cuando uno sale a la Plaza de San Marcos siente vértigo, un mareo existencial, el síncope de encontrarse enterrado bajo el firmamento de Venecia, obligado a abandonarlo todo menos lo que nos inculcan aquellos espíritus sansovianos. Te sientes envilecido, humillado ante tanto drama, empequeñecido ante tal torrente de alucinación humana. Frustrado en cada fibra de tu ser. Y Katia lo sabía.

         A diferencia de todas las bestias que me rodeaban, Katia no era un ser humano en construcción. Katia ya estaba hecha desde el nacimiento. Un caso entre un trillón. Llegará un día en el que, contemplando mi vida como lo que es: una ficción, podré descubrir en ella un significado, una forma, un patrón. Y desde entonces en adelante podré vivir en paz conmigo mismo. El problema es que ese día no ha llegado aún. El problema es que ese día no había llegado aún.

         Existen infinitas Katias. Y la que se encontraba frente a mí y me había hecho una paja delante del padre tan solo era una de ellas. La Katia que podría haber cruzado sus genes con los míos si yo hubiera querido, si los acontecimientos hubieran querido, si ella hubiera querido decirme lo que me dijo tan solo unos meses antes, tan solo unos días antes. Pero para que aquello hubiera podido suceder, para que uno de los infinitos Aron hubiera montado un día tras otro en Cuba a una de las infinitas Katia, los pies tendrían que haberme permitido un respiro. 

         -Lo siento, Katia -dije, con frialdad-. Voy a ser padre.

         Y, entonces, me dijo una cosa tan cruel, tan lúcida e hiriente, algo tan  atroz, que no recuerdo una palabra.  

Entrega 1. ‘Un par de zapatos colgando del tendido eléctrico’ https://lacalmamagazine.es/la-tirania-de-los-cobardes-el-libro-de-luis-mari-beffa/embed/#?secret=PPq6wBOSKR

Entrega 2. La floristería
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Entrega 3. La muerte ya está aquí
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Entrega 4. La Biblioteca https://lacalmamagazine.es/la-biblioteca/


Entrega 5. San Agustín

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Entrega 6: Pornobanús
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Entrega 7: Niebla https://lacalmamagazine.es/niebla/

Hume

Octava entrega de ‘La tiranía de los cobardes’La Calma Magazine

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Decimocuarta entrega de ‘La tiranía de los cobardes’. https://lacalmamagazine.es/el-barrio/

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Calzado cómodo’ Si tienes una piedra en el zapato, párate y quítate la piedra. El blog de Luis Mari Beffa https://luismaribeffa.com/

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